Para Stefan Zweig, la caída de Constantinopla, la composición de El Mesías de Händel, y la derrota de Napoleón, entre otros acontecimientos históricos, constituyen parte de los Momentos estelares de la humanidad. Ni de lejos me quiero comparar con Zweig, pero si tuviera que escoger uno de esos momentos, que haya faltado en aquel maravilloso libro, tendría que ser la predicación de San Pablo en Atenas.
Quizá no lo eligió porque sólo tenemos como fuente los Hechos de los apóstoles y no debió parecerle un recurso verdaderamente histórico. No importa, simbólicamente es un momento célebre: allí donde juzgaron a Orestes por el asesinato de Clitemnestra; donde Friné dejó caer su vestido y su belleza la absolvió de impiedad, mismo delito por el que en ese lugar se condenó a muerte a Sócrates, allí en el Areópago de Atenas se cerró el uróboros de la teología occidental.
En la traducción de Casiodoro de Reina, Paulo es conducido hasta el Areópago, y muy pronto se encuentra rodeado de atenienses y extranjeros, todos deseosos de escuchar algo nuevo, y entonces comienza:
Porque pasando y mirando vuestros santuarios hallé también un altar en el cual estaba esta inscripción: Al dios desconocido. Aquel, pues al que honráis sin conocerlo, a este os anuncio yo: el Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él son. Éste, como sea Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos de mano, ni es honrado con manos de hombres, pues él da a todos vida y respiración y todas las cosas […] en él vivimos y nos movemos y somos, como también algunos de vuestros poetas dijeron: Porque linaje de este somos también (17:23-28).
WERNER JAEGER, EN SU CRISTIANISMO PRIMITIVO y paideia griega, no sólo subraya que “ése fue el momento decisivo en el encuentro de griegos y cristianos. El futuro del cristianismo como religión mundial dependía de él”, asimismo, cita otro texto llamado Hechos de Felipe, donde quien acude a la cita en el Areópago es el apóstol Felipe y dice: “He venido a Atenas a fin de revelaros la paideia de Cristo”. No es extraño, pues, que Pietro Citati, en su lectura de San Pablo, asegure que inevitablemente, “dentro de nosotros hay un platónico que comenta a Pablo y un cristiano paulino que comenta a Platón”. A efectos de este texto, recojo el hecho de que San Pablo retomó el nicho vacío dedicado al Dios desconocido, para colocar ahí al dios cristiano.
Entre nosotros, existió una previsión idéntica a aquella de los griegos. Nezahualcóyotl, poeta, guerrero y gobernarte, levantó en Texcoco un templo al dios de la guerra, Huitzilopochtli, y frente a ése, dedicó otro en honor al Dios Desconocido, el Tloque Nahuaque, “Dueño del cerca y del junto, el invisible como la noche e impalpable como el viento”, apunta Miguel León-Portilla y traduce un puñado de versos del propio Nezahualcóyotl dedicados este ser supremo:
No en parte alguna puede estar la casa
del inventor de sí mismo.
Dios, el señor nuestro, por todas partes es invocado,
por todas partes es también venerado.
Nos enloquece el Dador de la vida,
nos embriaga aquí.
Nadie puede estar acaso a su lado,
tener éxito, reinar en la tierra.
NEZAHUALCÓYOTL, LEVANTÓ EN TEXCOCO UN TEMPLO AL DIOS DE LA GUERRA, HUITZILOPOCHTLI, Y FRENTE A ÉSE, DEDICÓ OTRO EN HONOR AL DIOS DESCONOCIDO, EL TLOQUE NAHUAQUE.
Sobre este término, Tloque Nahuaque, la discusión se remonta hasta el padre Sahagún quien se refería a él como “el Gran Señor” de quien dependían todas las cosas. Carlos María de Bustamante, lo llama “Suprema Divinidad”; y, sin embargo, para Orozco y Berra “se trata de una mitología revuelta y extravagante donde se mira descollar la creencia en la unidad de Dios”. Chavero, por su parte, argumenta que todo este asunto es culpa del cronista Alva Ixtlilxóchitl, quien aseguró que Nezahualcóyotl “edificó al dios incógnito y creador de todas las cosas, una torre altísima, engastada en oro y pedrería” y que este dios no tenía “forma ni figura”. No han sido pocos quienes, a su vez, han intentado sugerir que los antiguos habían conjeturado sobre la existencia del Dios cristiano en la noción del Tloque Nahuaque.
No será en este lugar, ni seré yo, quien carece de méritos para desanudar una historia que han tejido grandes sabios a lo largo del tiempo, quien resuelva ese enigma utilizado por Nezahualcóyotl en sus poemas. Pero si alguien quiere adentrarse en ello, el capítulo III de La filosofía náhuatl de León-Portilla y la entrada Tloque Nahuaque del Diccionario de mitología nahoa de Cecilio Robelo, dan para días de asombro y estupefacción. Sólo quiero traer a cuento esa figura o más bien esa ausencia, que lo mismo para griegos que para acolhuas, mereció atención y templos dedicados al vacío. La sugerencia me parece de sutileza y delicadeza irreprochables.
EL PROCEDIMIENTO MENTAL QUE CONSISTE en hacer de los hechos un concepto, avanza, se complejiza, y un domingo cualquiera, usted asiste a su parroquia y desde el púlpito escucha un sermón dedicado precisamente a la conversión de San Pablo. El predicador comienza con tiento, quiere preparar a sus escuchas y nos habla de “los sentidos internos, que llamamos pensamientos: es una maravilla lo lejanos e insondables que son […] y el intelecto va más allá de los pensamientos. Anda por todas partes y busca; espía aquí y allí; gana y pierde”.
Y apenas dicho aquello, el teólogo alemán, Maestro Eckhart, suelta su bomba: “A un hombre le pareció una vez en un sueño —era un sueño de vigilia— que estaba preñado de la nada, como una mujer lo está de un niño, y en esa nada había nacido Dios; él era el fruto de la nada”.
El místico, ¿acaso no lo eran San Pablo y Nezahualcóyotl desde sus antípodas?, desarrolló esta idea, acaso perfilada por el principio plástico del nicho sin estatua, “forma ni figura”, para conducirla hasta su perfil más abstracto y acabado: la existencia de Dios como vacío. En el sermón titulado “El fruto de la nada”, el Maestro Eckhart nos recuerda que “Pablo se levantó del suelo y, con ojos abiertos, nada veía. No puedo ver lo que es uno. Él nada veía, y eso era Dios. Dios es una nada…”
Lejos de mí está la intención de barruntar sobre la presencia o la ausencia de Dios, sólo apunto el modo en que algunos creyentes en determinados momentos de la historia se refirieron a Él como imagen del intelecto, como idea. Lo que postulo es que ninguna de estas maneras de acercarse a lo divino pasan por el sentimiento o el corazón, son un experimento de la mente, un juego donde San Pablo y Nezahualcóyotl (con un intermedio en Eckhart), exigían de sus escuchas mucho más que un proyecto de lánguida devoción. Quizá, ahora que convivimos con la existencia de agujeros negros y materia oscura, nos resulte más fácil apreciar en su fineza aquella bellísima operación intelectual: dedicar a Dios el vacío, confundirlo con él, o emparejarlos a modo de sinónimos.

