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El regreso del horror

El regreso del horror
El regreso del horror Foto: Unsplash

LA IRRUPCIÓN de Frankenstein de Guillermo del Toro ha guiado el rumbo de la conversación pública hacia el cierre del 2025. No deja de sorprender que esta nueva adaptación del clásico de la literatura y el cine de terror llegara enseguida del Nosferatu de Robert Eggers (2024), pues si bien al director tapatío siempre le ha caracterizado una fascinación por los monstruos —y, particularmente, los que tomaron las pantallas por asalto en las primeras décadas del siglo XX—, vistas en conjunto, lo que encontramos es una tendencia por regresar al horror de antaño que podría arrojar más luz sobre los miedos del presente que del pasado.

En su icónica interpretación del Conde Drácula, Bela Lugosi asegura que “hay cosas mucho peores que esperan a los hombres que la muerte.” Desde luego que se trata de la condena a la desdichada vida eterna de un vampiro, sin embargo, para el público de 1931 bien podría referirse a una realidad muy alejada de la fantasía: la Gran Depresión, con sus altísimos índices de desempleo.

LA HISTORIA DE BRAM STOKER se presta fácilmente a estas dobles interpretaciones, de ahí quizá su vigencia perenne. La premisa de un monstruo viajando a Londres para invadirla de muerte y destrucción le hablaba en su tiempo a una sociedad victoriana atemorizada por la idea de un colonialismo a la inversa. No es fortuito que el Conde Drácula provenga del este de Europa, frontera con Oriente y toda su otredad. La idea de una amenaza venida del exterior estaba muy presente también cuando F.W. Murnau hace su adaptación en 1922, dando vida al Nosferatu original, y Eggers igualmente hace guiños muy claros a esta temática stokeriana, mostrando a una Transilvania exótica y supersticiosa. En el contexto actual, quizá no haga falta ahondar en cómo este subtexto resuena con la misma fuerza en el público actual.

Frankenstein, por su parte, ha sido leído a la luz del debate entre religión y ciencia, muy propio de la época en la que fue escrito. Bajo esa premisa, resulta relevante una línea paralela que se ha propuesto como una posible explicación al auge de la literatura de terror en el siglo XIX: el temor a la tecnología. Mientras Mary Shelley y los autores que le siguieron reaccionaron a la Revolución Industrial, Del Toro no ha sido tímido en su condena a la inteligencia artificial y su uso indiscriminado.

Pero quizá la temática shelleyana que mejor representa el tapatío en la pantalla es la obsesión por la muerte y la pérdida, dos cosas que atormentaron a la autora inglesa desde la muerte prematura de su madre en parto. Quizá los historiadores del cine en el futuro se preguntarán si acaso Del Toro supo leer una sensibilidad al duelo en un mundo que apenas se recupera de los efectos de la pandemia.

La literatura de terror —y, por extensión, el cine de terror que inspira— nunca se trata meramente de una historia de fantasía, sino de los temores muy reales que marcan su presente. Vale la pena seguirnos preguntando cuáles son los nuestros y por qué vuelven estos relatos precisamente ahora.