Por los buenos tiempos

El corrido del eterno retorno

Por los buenos tiempos
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Apenas terminé de leer Memorial Device (Sexto Piso, 2018), la primera novela del escocés David Keenan, me comenzó a invadir un nerviosismo parecido al que experimentas cuando descubres una banda nueva y su primer disco te embelesa pero tienes miedo de que el segundo no sea tan bueno.

Keenan es el escritor que más me ha impactado de los últimos años. Salió de la nada, comenzó a escribir tarde (pero no ha perdido el tiempo en lo absoluto) y posee una cantidad inagotable de historias. Memorial Device se ubicó temprano como uno de mis libros de cabecera entre otras cosas porque trata sobre una banda de rock ficticia. Y me intrigaba sobre qué trataría su segundo libro.

Por los buenos tiempos (Sexto Piso, 2021) cuenta la vida de cuatro personajes que se dedican a hacer chambitas para el Ejército Republicano Irlandés. Matar, secuestrar, extorsionar, robar, transar, todo lo que sea necesario para la causa. Y a partir de este cuarteto de matones se despliega una banda de malhechores con la que podrías poblar el organigrama de la organización de Avon Barksdale en la serie The Wire.

Memorial Device asombraba por la variedad de recursos narrativos que empleaba para describir las situaciones más inverosímiles. En Por los buenos tiempos las habilidades de Keenan se multiplican en todas las direcciones posibles: el metarrelato juega un papel estelar en la mente de Samuel, la voz que cuenta la historia de los Chicos, estos asesinos a sueldo ideológico patriota que se saben a salvo si no se cuestionan ninguno de sus actos. La voz de Samuel se desdobla en distintos planos narrativos, con alusiones al cómic, al chiste de cantina y demás.

Las primeras páginas de la novela podrían confundir un poco al lector. Es una escena en la cárcel, donde Samuel está preso y sufre de una especie de epifanía religiosa.

Pero unas páginas más adelante Keenan nos mete de lleno en la trama. Cuya velocidad es la de un tren bala.

Es entonces cuando conocemos a Tommy, el personaje más enloquecedor de la novela. Desde su aparición es imposible soltar la novela hasta el final. Y esto no es ninguna exageración. Como tampoco lo es decir que éste es de esos libros que se leen con las mandíbulas apretadas y las tripas hechas nudo.

Tanto Tommy como Samuel, como el resto de los chicos, como la Pelirroja, son personajes durísimos, pero tan humanos que es imposible para el lector juzgarlos, al contrario, el grado de identificación que surge es enternecedor. No importa que este libro se desarrolle en Irlanda, te habla directamente al corazón. Y tampoco importa que se le compare con Buenos muchachos, no existe libro sobre la mafia como Por los buenos tiempos. Sin abusar de las referencias pop, que abundan, el autor mete el mundo de su infancia en medio de esta carnicería en muchos tramos sin otro sentido que seguir matando por inercia.

Keenan es el escritor que más me ha impactado
de los últimos años. Salió de la nada 

El dueño de una tienda de cómics debe dinero al IRA, cuando van a cobrarle huye y Tommy y Samuel se quedan con el negocio. Desde donde se dedican a seguir con sus operaciones. Por los buenos tiempos lleva hasta el límite el modelo de la historia de matones. Por ejemplo con las licencias que se otorga con el Niño Milagro, un personajazo que es retardado pero es capaz de leer el futuro de los distintos bandos de guerrilleros.

Y por supuesto, la música no puede faltar. Pero no es el punk, que está de moda (los personajes acuden a un concierto de The Clash), sino Perry Como el encargado de ponerle soundtrack. Para Keenan, los crímenes de toda índole se tienen que musicalizar con la melosidad de los sonidos de antaño.

Por los buenos tiempos es todo lo anterior, sí, pero se convierte en un monstruo de libro cuando los acontecimientos toman un giro que ni siquiera el más macabro de los chicos habría pensado. Y entonces todo lo que creímos que era en realidad es otra cosa y ahí, justo en ese punto se releva toda la maestría del gran narrador que es David Keenan.

Existe un pasaje, una confesión, entre Tommy y la Pelirroja, que no spoilearé aquí, que me hizo llorar. Me arrancó las lágrimas. Y no fueron una o dos. Me escurrieron por las mejillas. No recuerdo cuándo fue la última vez que me ocurrió esto. Quizá hace veinte años, cuando comenzaba a amar los libros. Tal es el poder del señor David Keenan.