Cuestionario K-Punk: del libro 10

Continuamos esta serie, cuyo propósito es conocer las preferencias de un sector amplio de lectores activos,
no necesariamente escritores profesionales. Han respondido al cuestionario desde ámbitos
diversos y la constante es el despliegue de un mundo de lecturas cuya diversidad coincide
tanto en el gusto por los clásicos como por los contemporáneos que ya comparten
esa categoría. Esta vez toma la palabra una proustiana y cervantista que expone los motivos de su predilección.

Cuestionario K-Punk
Cuestionario K-PunkFoto: Especial
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¿Cuántos libros puedes contar en tu biblioteca?

No sé y quizá no sabré nunca. Nunca me han interesado las cifras exactas, me perturban. La primera vez que quise contarlos, hace unos quince años, me rendí antes de llegar al cien, muerta de la pereza ante la monotonía de tal tarea. Y la cosa se complica un poco porque la tengo repartida entre mi casa en Guanajuato y la casa de mi padre en Aguascalientes. Allá quedan unos doscientos huérfanos cubiertos de polvo ancestral, los he dejado allá en un afán colonialista del territorio familiar. Por meras conjeturas podría calcular cerca de dos mil en total. Sé que ya se salió de control porque he encontrado libros repetidos, no sólo el título, la misma edición comprada dos veces. También sé que pesan. La última vez que hice una mudanza, hace unos cuatro años, llené 25 cajas enormes hasta el tope, quise medir mi fuerza y traté de cargar una. No se levantó del suelo. Recuerdo la mirada fulminante de odio de los cargadores, así que no sé cuántos tenga, pero sé que pesan muchísimo y que ese día debí recibir una maldición a causa de ellos.

2. ¿Cuál es el título del último libro que compraste?

Prosas y mitos, de Pierre Michon. Estoy en un tórrido romance con él desde hace unos meses. Siempre llego tarde a todo y las lecturas no son la excepción. Cuando ya todos los cazadores de escritores de culto lo habían superado, ahí voy yo a buscar debajo de las piedras libros agotados. Al menos da algo en qué ocuparse, es mejor buscar libros agotados que andar buscando el amor o, ¿será que eso es el amor?

3. ¿Cuál es el último libro que leíste?

Apegos feroces, de Vivian Gornick. Lo hubiera leído antes, pero los caminos de la pandemia son insondables y quiso el destino que no llegara a mis manos al principio de la cuarentena, cuando lo compré. La paquetería lo perdió. “Todo tiene su momento en las cosas del señor”, pues sé que de haberlo recibido entonces me habría dado mucho peor la depresión que viví en esos días. Debido a que mantengo un desapego feroz hacia mi madre, estuve un tiempo tras ese libro porque sabía que el tema es la historia de un gran apego entre madre e hija y, naturalmente, un gran apego es también un gran desapego, de modo que sabía que me encontraría en esas páginas. Y así sucedió.

4. Menciona cinco libros que significan mucho para ti.

En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. ¿De verdad hay que explicarlo? Leí los siete tomos continuos, uno tras otro, creo que es la relación en la que he sido más fiel en toda mi vida. De Proust amo la sensibilidad, el gusto por los detalles, la maestría absoluta con la que genera un efecto de ensoñación. La memoria que sueña, la imaginación que recuerda, el sueño que recuerda, el recuerdo que imagina, todo en una amalgama inseparable. Amo al narrador decididamente esteta que es en cada tomo, recreando microcosmos a través de cada uno de los sentidos.

Don Quijote de la Mancha. Lo leí cuando tenía unos veinte años y era una ñoña redomada. El objetivo fue no hacer el ridículo en las conversaciones de sabelotodo que entablaba a la menor provocación. No obstante, encontré la experiencia más conmovedora del mundo. La risa más triste donde las haya en las chifladuras de don Quijote. Y no sólo eso, tras veinte años de vivir entre locos y odiarlos con odio jarocho, leyéndolo me descubrí perdonándolos. La vida, que es un juego de ironías, me puso entre los locos y me enseñó el odio, pero con don Quijote, Cervantes me enseñó a amarlos y, consciente de lo ridículo que pueda sonar, me salvó a mí misma de la locura. O me empujó de una buena vez hacia ella.

La calle de los cocodrilos, de Bruno Schulz. Consultar la respuesta anterior y agregar que uno de los locos, el más grande, el más cómico, el más vanidoso, fanfarrón, histriónico y hermosamente andrajoso es mi padre.

Madame Bovary, de Gustave Flaubert. Madame Bovary c’est moi. La raza humana se puede dividir en dos bandos, los que son Madame Bovary y los que no. Es decir los que se rebelan a su destino y lo que no. Los que aceptan el fracaso y los que se suicidan.

Nadie encendía las lámparas, de Felisberto Hernández. Adoro y celebro cada uno de esos relatos. Tengo el placer culposo por lo fantástico y dentro de lo fantástico, sus cuentos son, digamos, fantástico deprimente. Casi experimento un éxtasis religioso cuando me enfrento a su voz narrativa. No es secreto que profeso fascinación por personajes tan suyos como las solteronas, profesoras de música, coleccionistas raros, pianistas frustrados y deprimentes. Supongo que yo soy una persona deprimente.

5. Nomina a cinco personas para responder a este cuestionario.

En general rehúyo las nominaciones, más aún si se trata de libros porque se presta para el blof y nunca faltan los que leyeron la Divina comedia en la primaria. También porque todos tendemos a pontificar o querer adoctrinar a otros para que sigan al verdadero Dios (es Proust, ya se sabe). No obstante, me gustaría saber, por ejemplo, de dónde surge la fuente verbal inagotable para el doble sentido de Juan Ramón el Estaca y Eduardo Videgaray, quienes en la cuarentena de este cochino 2020 me proporcionaron contacto con la realidad en su programa La corneta, que fue además mi único contrapeso a la lectura febril y el aislamiento de esos días. A Alejandra Frausto Guerrero, a ver si entiendo algunas de sus decisiones. A América Pacheco [quien respondió en El Cultural 251] y, como recientemente leí la Declaración de las canciones oscuras, libro que aún me tiene en shock, a Luis Felipe Fabre: deseo rabiosamente saber sobre sus libros.

ÁNGELA PIEDAD (Aguascalientes, 1981) es coordinadora de Proyectos Culturales del Museo Iconográfico del Quijote en la ciudad capital de Guanajuato, que está dedicado a la difusión de la obra cervantina. En 2015 realizó una adaptación titulada Don Quijote para jóvenes.