Diego Rivera, padrino de armas

Diego Rivera, padrino de armas
Por:
  • Jaime Moreno

Por una ofensa ignota, según algunos, pero con una dama de por medio, según otros, el hecho es que los pintores polacos Moise Kisling y Léopold Gottlieb se citaron para combatir en duelo de espadas el 12 de junio de 1914 a las afueras de París. Un comentario soez de Gottlieb sobre la virtud de la señorita a quien Kisling cortejaba es la causa más probable. En una época en que lavar el honor ya se resolvía preferentemente a puñetazos, recurrir a la espada era anacrónico y llamó a escándalo. ¿Pudo impulsar a los duelistas un afán de poner en relieve sus carreras de artista en esos años de carencias en Montparnasse? Las armas elegidas por los artistas fueron pistolas de un solo tiro y sables italianos.

Kisling era un joven de 23 años, Gottlieb frisaba los treinta y uno; ambos se formaron en la Academia de Bellas Artes de Cracovia. Alfonso Reyes, por entonces segundo secretario de la legación de México en Francia, da cuenta en una carta a Pedro Henríquez Ureña: “Diego Rivera será mañana testigo de un pintor polaco amigo suyo que se bate con otro pintor también polaco”. Rivera se presentó desde temprano en el campo del honor, un recodo espacioso a un costado del velódromo del Parc des Princes. Junto con el poeta André Salmon, fungirían como padrinos de Gottlieb, mientras que a Kisling lo acompañaron Conrad Moricand y el doctor Raymond Barrieu. La tarea de Rivera fue revisar las pistolas. Según refiere Patrick Marnham, cumplió “con la dignidad de un personaje de Velázquez, pero mexicano de los pies a la cabeza”. No sólo la prensa parisina cubrió el acontecimiento con reportajes y fotos, también la lente de Gaumont filmó vistas que esa misma tarde se proyectarían en salas de cine.

Dio comienzo la justa. Los combatientes erraron intencionalmente sus disparos de pistola, pues no era un duelo a muerte sino “a primera sangre”. Vestidos ambos con camisa blanca reglamentaria para advertir de inmediato cualquier pinchazo o estocada, se enfundaron en la diestra gruesos guantes de cuero y empuñaron los sables que los padrinos les surtieron. Aunque resuene a cimitarra, el sable italiano era de hoja estrecha y fina, pero de punta letal. Los reportajes gráficos muestran que los duelistas no eran muy hábiles espadachines, sí muy rijosos, y que el combate fue sobre todo a la defensiva. Duró aproximadamente una hora.

[caption id="attachment_1138831" align="alignnone" width="945"] Fuente: BNF Gallica[/caption]

En las fotos que se conservan en la Biblioteca Nacional de Francia, se aprecia un mediano montón de espectadores vestidos con formalidad en torno a los contendientes. En alguna de ellas se distingue la figura espigada de André Salmon cerca del árbitro de liza que tercia con florete, y de su asistente que blande bastón. Hasta ahora no se había reparado en la presencia del corpulento Diego Rivera. Su imagen se añade hoy a las escasas fotografías que hay de su permanencia en París durante doce años. En una placa del combate, entre el público y justo sobre la cabeza de Léopold Gottlieb, se aprecia un sujeto de sombrero de alas altas. En otra, poco atendida por ser imagen preliminar del duelo en que el árbitro instruye a los combatientes, se confirma a Diego de perfil y cuerpo entero, de abrigo, elegante como el padrino que es, cigarro en mano y sonrisa indescifrable.

Era amigo de ambos caballeros. ¿Su sonrisa disuasiva traiciona la emoción?, ¿le inquieta el posible desenlace?, ¿algo que ha dicho el árbitro le tensa?, ¿no da aún crédito al desafío?, ¿sabe que se trata más bien de una entusiasta puesta en escena? El diario L’Intransigeant reseñó el choque:

Se acometieron con un encarnizamiento inhabitual para nuestras costumbres. Llegado el momento, fue necesario que el señor Dubois, maestro de armas y árbitro, sujetara a uno de los contendientes para hacerse escuchar y dar por terminado el combate...

Gottlieb resultó con una herida en el mentón, y Kisling con un arañazo en la nariz que lució durante todo el día y la noche que dedicó a festejar su “triunfo”. En sus memorias, Nina Hamnett apuntó: “Creo que si se hubiera limpiado la sangre, la herida no se le habría notado”, en tanto que André Salmon recordaría al respecto: “Gottlieb se retiró, discreto y perfectamente digno. Kisling, abatiendo su espada, aún a riesgo de estropear sus zapatos, que por entonces eran el único par que tenía, tuvo la gentil valentía de sonreír al fotógrafo”.

Un mes después de ese desafío que alborotó las mesas de los cafés de Montparnasse, estalló la Primera Guerra Mundial. Kisling se unió a la Legión Extranjera, en cuyas filas combatió hasta caer seriamente herido. Por sus servicios, se le otorgó la ciudadanía francesa en 1915.

Dos notables retratos de Diego Rivera pintados por Gottlieb, quien consideraba al mexicano como su mejor amigo, se conservan en nuestro país, uno en el Museo Casa Diego Rivera de Guanajuato, otro en el Museo Frida Kahlo en Coyoacán.