Émile Zola: asesinos a granel

La predilección actual por las vidas personales de los asesinos y el recuento pormenorizado de los pasajes
más truculentos de sus crímenes no es fruto de las docuseries. En su novela La bestia humana, Émile Zola
retrató en 1890 a un hombre misógino, gobernado por sus instintos, a quien la herencia
familiar tanto como la sociedad empujan a comportarse de forma salvaje. Ricardo Guzmán Wolffer
invita a la lectura de esta novela que, a sus más de ciento treinta años, resulta no sólo vigente sino visionaria.

Édouard Manet, Retrato de Émile Zola, óleo sobre tela, detalle, 1868.
Édouard Manet, Retrato de Émile Zola, óleo sobre tela, detalle, 1868.Fuente: es.wikipedia.org
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Adelantado a su época, Émile Zola (1840-1902) publica la novela La bestia humana en 1890: en ella muestra a un peculiar asesino serial que se hace amante de una homicida, cuyo esposo —otro delincuente— es llevado a juicio por un crimen que no cometió y que en realidad fue culpa del citado amante. A éste lo desea otra forajida quien, tras matar a decenas de personas al provocar el choque de un tren, se suicida. La descarriladora de trenes es a su vez hija de otra víctima, envenenada por su cónyuge. Encima, el amante es asesinado por su compañero de trabajo, quien deja de ser su amigo por culpa de una buscadora de amores fáciles.

Aunque pareciera que la bestia humana de la que habla el título es el amante, en realidad podría ser cualquiera de los personajes, pues cada uno cree tener razones para matar. Lo más memorable de la novela no es el encuentro de matones ni cómo la sed de sangre se mezcla con el deseo sexual irrefrenable, sino cómo se termina de armar un cubo Rubik hasta la última página de la novela. Otro rasgo extraordinario es que todo ocurre a bordo de trenes que terminan por ser personajes, visto que la vida de casi todos los homicidas gira alrededor de los ferrocarriles, sus vías, sus horarios y la compañía para la que trabajan. En esa empresa se decide la vida de los empleados al resolver si irán a juicio y si serán condenados, todo con tal de esconder los abusos infantiles perpetrados por el primer asesinado, un alto funcionario de la organización.

LA NOVELA INICIA cuando el esposo comprende que su cónyuge ha sido víctima sexual del directivo de la empresa ferroviaria: con esto inicia el camino colectivo hacia la sangre.

Los esposos apuñalan al depredador sexual y por un azar —que parece parte de un plan divino para que los matarifes interactúen—, el apuñalamiento es atestiguado por el futuro amante, cuya constante compulsión de muerte lo convierte en uno de los más logrados homicidas literarios de todos los tiempos, a pesar de que la obra se publicó hace 132 años. Su sed de sangre y sexo, que brota cada vez que tiene al alcance a una mujer, es descrita con una perfección envidiable y logra en el lector no sólo el espanto de sentirse en la interioridad de un asesino, sino también la sorpresa de establecer hasta qué grado una persona puede ser manejada por deseos irrefrenables. Un momento cumbre de la trama es cuando el feminicida —que imagina la piel blanca de las víctimas como un lienzo para pintar con sangre, estilo Pollock—, comprende que su amor por la esposa implica no incluirla en su lista de candidatas a ser apuñaladas. Cuando sale de la alcoba con un cuchillo en la mano y comienza a seguir mujeres por la calle evidencia la destreza del autor francés en la comprensión de la psique humana.

Aunque pareciera que la bestia humana del título es el amante, podría ser cualquier personaje, pues cada uno cree tener razones para matar

ZOLA CONFRONTA a estos depredadores con la ciencia humana representada por los ferrocarriles, que en su momento eran muestra de la más avanzada tecnología, la cual permitía a los soldados marchar a la guerra o a los amantes huir a París cada viernes. Resulta sintomático que el amante feminicida visualice la locomotora como un objeto de amor al que debe dedicar más tiempo del que durante su vida ha destinado a las mujeres, salvo para matarlas.

Los directivos ferroviarios no se quedan atrás. Las componendas en la investigación para el juicio derivan también en una peculiar forma de crimen, porque no sólo acaban con la vida de inocentes, sino que trastocan el pacto social. Así demuestran que es tan criminal —o más— quien protege a un pederasta violador que quien clava el cuchillo en el cuello de una persona. Y si fuera por lealtad al empresario abusador quizás se entendería, aunque no se justificaría, pero lo hacen por razones políticas y financieras. Peor aún: esconden pruebas que demostrarían la inocencia de un exconvicto que es procesado con el esposo.

Además, el público que abarrota el juzgado en cada audiencia también disfruta del extraño gusto por la muerte. La masa mira entretenida a los inculpados: la sentencia a trabajos forzados de por vida no parece suficiente para el populacho morboso.

MIENTRAS LA CINEMATOGRAFÍA y las series de televisión se pueblan de asesinos seriales y de homicidios donde en muchas ocasiones el propio condenado resulta héroe de la trama (Dexter en la televisión y Hannibal Lecter en el cine), Zola anticipa la descripción logradísima de la urgencia de sangre a través de la enfermiza necesidad de poseer a la persona amada, incluso destrozándola. Conviven los verdugos con métodos tan dispares como estrangular, acuchillar, arrojar a la víctima a las vías del tren, descarrilar éste para que mueran los pasajeros (un daño colateral, dirían décadas después) o matar lentamente con sal y medicinas envenenadas.

Se trata de una novela adelantada a su época. Bajo la bandera literaria del naturalismo, Zola logra en ella una de las cumbres en el ahora conocido género de los asesinos seriales, a partir de la interacción un grupo de personas incapaces de controlar sus ansias homicidas: es lo habitual, diría el escritor francés.