De encierro y madrugada humo

Luego de un año activa alrededor del mundo, la pandemia ha sumado un caudal incalculable de registros.
Documentos que incluyen desde luego el punto de vista de la salud, pero también de orden político,
económico, social y periodístico: ángulos para dilucidar un hito histórico cuyo final, por desgracia,
no llega todavía. A su vez, la literatura ha encontrado un campo favorable a los enfoques
más personales, como el relato de una serie en marcha que comparte su íntima experiencia de estos meses.

Personas en una discoteca en Madrid, España, el 25 de julio de 2020
Personas en una discoteca en Madrid, España, el 25 de julio de 2020Foto: Especial
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Una pandemia lo trastoca todo, sin excepción. Empresas, personas, países, pensamiento. Todo se pone patas arriba y entonces hay que replantearlo. Todo. No sólo lo macro sino lo micro. Y es ahí hacia donde se ha ido en estas madrugadas de encierro mi reflexión: a lo micro, a lo pequeño. Hacia aquellas cosas que suceden sin grandilocuencias. Aquellos accidentes que mantienen en equilibrio el discurso de la realidad sin ser protagónicos: la sombra de lo relevante, el humo de los incendios.

ESTOY EN EL INTENTO de contemplar qué cosas se mueven en lo diminuto.

Qué muecas nuevas hay detrás de los muebles. Qué marcas recientes en mi mesa de trabajo. Qué aromas han cambiado en mi familia, en las mujeres que amo, en los pequeños gestos de Citlali. En el intento estoy de percatarme del paulatino paso del tiempo sobre las cosas pequeñas:

cómo sube el café en mi cafetera;

las sirenas de las ambulancias a los lejos;

el rectángulo de luz que entra

por la ventana hacia las ocho y media;

el alfil de madera a punto romperse;

el ruido del agua bajando por las tuberías de mi edificio;

el aleteo del colibrí que visita mi balcón estas mañanas;

el rechinido de la bisagra de la puerta de la cocina.

Cómo van cambiando las cosas con un sosiego apenas perceptible.

HE DESCUBIERTO además los cambios nimios, casi invisibles —pero hermosos— en las cosas que solemos hacer de forma mecánica:

sacudir mis calcetines antes de ponérmelos;

cómo froto mis manos al lavarlas;

el lento crecimiento de la enredadera que cuelga de mi librero;

el leve rasgueo de la página de un libro cuando gira;

la intensidad de la brasa del cigarro que fumo por las noches;

el agua que escurre de los platos recién lavados;

aquella duela levantada en el piso de la sala;

el reguero de frijoles sobre la mesa del comedor para limpiarlos;

cómo se va llenado un vaso con agua;

el polvo que se acumula sobre mis queridos libros;

la ausencia de la tecla efe en la antiquísima máquina de escribir que [rescaté de la casa de mi abuela.

PERO TAMBIÉN, en estos días de encierro, estoy en el intento de observar el mundo que se me mueve cráneo-adentro. Los pensamientos que suben y bajan —a veces espesos como burbujas de lámpara de lava, a veces veloces como disparos. El flujo constante de energía que en su movimiento genera ideas; y éstas estímulos; y éstos emociones que me hacen experimentar pena, o risa, o tristeza, o melancolía, o rabia, o indignación, o a veces, una misteriosa tranquilidad que se acompasa con la tranquilidad de esta ciudad ahora.

Y pienso. Pienso mucho.

Reflexiono sobre este tiempo que me está tocando vivir. Sobre quienes están viviendo este tiempo conmigo —aunque no nos conozcamos, aunque no sepamos nada unas de otros. Todos juntos presenciando los sucesos de este tiempo nuestro —nuestro tiempo—: sus virtudes, sus arrebatos, sus arcadas, sus zancadas, sus desvaríos, sus apapachos.

Este tiempo pleno de efemérides cada vez más extraordinaria la última que la anterior: la guerra de Irak, la guerra de Las Malvinas, el terremoto de 85, Chernóbil, la caída del muro de Berlín, la explosión del Challenger, el sitio de Sarajevo, la llegada del siglo XXI, la caída de las Torres Gemelas, el 11M español, la H1N1, la revolución feminista, el terremoto del 17 y ahora la pandemia del Covid-19.

Este tiempo que me está tocando vivir, que nos está tocando vivir —aunque no nos conozcamos, aunque no sepamos nada unas de otros.

Entonces, por las madrugadas, cuando salgo al balcón a fumar, observo el humo.

La evanescencia del humo.

Nada más.