Los episodios minuciosos

Entre los especialistas en la obra del zacatecano Ramón López Velarde, Fernando Fernández descuella
como uno de los más acuciosos e iluminadores. Luego de Ni sombra de disturbio —de 2014—,
el poeta, ensayista y editor presenta un segundo libro sobre el autor de la “Suave Patria”:
se titula La majestad de lo mínimo y lo publica Bonilla Artigas Editores. Luis Vicente de Aguinaga
valora este acercamiento ensayístico, que aborda lo mismo la vida que la iconografía y la ruta filológica del vate.

Ensayos sobre Ramón López Velarde.
Ensayos sobre Ramón López Velarde.Foto: Especial
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Cuantitativamente, la conmemoración del centenario luctuoso de Ramón López Velarde no se ha traducido en tantas ediciones o actos públicos de homenaje como sí ocurrió, hace unas décadas, con la conmemoración del cincuentenario luctuoso, en 1971 y la del centenario natal, en 1988. Los libros de interés lopezvelardeano que aparecieron hacia 1971 fueron abundantes y provechosos, comenzando por las Obras mismas del zacatecano, editadas por José Luis Martínez y publicadas por el Fondo de Cultura Económica con ambición de orden y exhaustividad. En torno a 1988, de igual manera, se publicaron revistas, antologías, libros ilustrados, biografías, epistolarios, estudios diversos, incluso discos y reediciones de obras críticas importantes.

No ha sido el caso del centenario luctuoso: en 2021, aunque hayan aparecido buenos artículos en algunos periódicos y revistas, con interpretaciones y datos novedosos en algunos casos, la cosecha es poco abundante. Por fortuna, el balance cualitativo es más que favorable: los coloquios organizados en la capital del país y en Zacatecas, Aguascalientes, Guadalajara y San Luis Potosí, antecedidos por la publicación del sustancioso Diccionario lopezvelardeano de Marco Antonio Campos en 2020 y la de un opúsculo interesante, si bien discutible, de Víctor Manuel Mendiola, titulado Cien años contra el fantasma del caudillo, ya en 2021, parecen indicar que López Velarde no sólo existe, sino gusta e importa. Me atrevo a decir, con este contexto, que La majestad de lo mínimo de Fernando Fernández es el regalo más bello y valioso que ha traído consigo la efeméride.

LA MAJESTAD de lo mínimo comparte subtítulo, Ensayos sobre Ramón López Velarde, con el anterior libro que Fernández dedicó al poeta de Jerez: Ni sombra de disturbio (2014). Denominar ensayos a los textos que los conforman es un rasgo de cordura, ya que no se trata de capítulos de una monografía sino de piezas autónomas, variables en su extensión, disfrutables por motivos peculiares en cada caso. Ambos libros pueden leerse, por ello, como dos volúmenes de una obra cuya unidad temática no es incompatible con el propósito singular de sus partes, que bien podrían leerse por separado.

El título deriva de la magnífica enumeración que López Velarde hiló, en un lance de indudable genialidad, en su ensayo de agosto de 1916, “El predominio del silabario”. Recuérdese cómo da inicio: “El roce de las ideas, el contacto con una vitrina de las piececillas desmontadas de un reloj, los pasos perdidos de la conciencia, el caer de un guante en un pozo metafísico, el esfuerzo de la burbuja” —y aquí debo resignarme a decir etcétera, porque la lista prosigue, formidable, hasta siete u ocho renglones más abajo. López Velarde busca ilustrar con ella justamente “la majestad de lo mínimo”, entendida como el ideal poético de mayor mérito imaginable, aunque nada valorado por los lectores en general, que ignoran la importancia de consagrarse “a tales episodios minuciosos”.

Majestuosas minucias lopezvelardeanas atraen a Fernández, quien las considera con respeto, imaginación y pericia, trátese ya de los cuatro cipreses que adornan hoy en día el exterior de la que fuera casa del zacatecano durante siete años, ligados en secreto con los árboles de la misma especie que figuran en sus poemas y artículos, ya de los poco menos que invisibles pormenores de la vida de Margarita Quijano, amor e inspiración del poeta en los años en que terminaba de componer su primer libro y se abismaba en la escritura de los poemas que formarían el segundo, ya de las erratas y despropósitos que forman parte del folclor editorial del poeta o, peor aún, que han pasado inadvertidos a ojos de varias generaciones de lectores. Impresiona la vitalidad que Fernández logra imprimir, a partir de breves menciones en cartas, entrevistas y crónicas a veces poco consultadas, al recuerdo de Margarita, la “dama de la capital”, en el más extenso de los ensayos de su libro, posibilitando con ello una valoración más correcta de su papel ya no sólo en la vida, sino en la obra de López Velarde. Casi no hay página, en realidad, en la que no se perciba la emoción de las pesquisas de Fernández, gracias a la delicadeza con la que interroga los materiales que primero rastrea, después consulta y al final sitúa en un orden que conmueve por su coherencia y amplitud.

LA DESENVOLTURA ENSAYÍSTICA permite a Fernández enfrentarse a problemas de tres distintos dominios: el filológico, el biográfico y el iconográfico. Sin recurrir a tecnicismos explora el texto lopezvelardeano, despeja dudas de fijación o datación, rectifica errores y escucha lo que distintos críticos (Villaurrutia, Martínez, Paz, Carballo, Molina Ortega, Phillips, Pacheco, Zaid, Campos, Canfield, García Morales, Lumbreras, Mata y algunos más) tienen que decir; sin plantearse los objetivos de un biógrafo, cubre sectores muy sensibles de la vida de López Velarde (los pocos datos y las muchas leyendas en torno a su muerte, por ejemplo); sin actuar como un experto en imágenes, comenta una foto, un grabado, un dibujo, con sensibilidad y precisión. Y se permite algunos lujos que mucho se agradecen, como el de no hacer concesiones al cliché de un escritor provinciano, sea cual sea el significado que se dé a esa palabra.

De los doce textos agrupados en el volumen, tres hablan de imágenes de López Velarde. Uno se refiere a la foto de cuerpo completo, sombrero en mano, que le fue tomada tal vez a comienzos de 1916 en el arbolado camellón de la calle donde tenía su domicilio, en la Colonia Roma. En el segundo se habla del retrato al carboncillo que le hiciera Saturnino Herrán, dibujo de cuya existencia muy poco se supo durante décadas y que fue venturosamente localizado en 2018. El tema del tercero es la novela Ejemplo (1919) de Artemio de Valle-Arizpe, uno de cuyos personajes, llamado Fray Ramón de la Penitencia, está inspirado, como anotó Alfonso García Morales en 2016, en López Velarde, quien además aparece retratado por el artista Roberto Montenegro en la primera edición. En cierto modo, un cuarto ensayo iconográfico es el que Fernández elabora con motivo del paisaje arquitectónico formado por la casa en la que vivió López Velarde y la hilera de cipreses que hoy en día puede verse frente a la fachada.

Debe decirse, sin embargo, que incluso en los ensayos a propósito de la iconografía lopezvelardeana constan importantes apuntes a propósito de la obra del zacatecano y, desde luego, acerca de su vida. Fernández logra, con buena información, humor y espléndido estilo, entender a López Velarde, entenderse con él —y, dicho sea de paso, también con los autores que leyó, los contemporáneos que frecuentó y los expertos que se han interesado por él— sin olvidar ninguna de sus dimensiones. Gracias a lectores como Fernández, dotados de paciencia, conocimiento y generosidad, Ramón es, a cien años de su muerte, un poeta creativo y sensible, tan vivo como si acabara de pasar frente a nosotros. 

Fernando Fernández, La majestad de lo mínimo. Ensayos sobre Ramón López Velarde, Bonilla Artigas Editores, México, 2021, 205 pp.

LUIS VICENTE DE AGUINAGA (Guadalajara, 1971) es doctor en Estudios Románicos, además de poeta y ensayista. Entre otros, ha ganado el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2004 y, muy recientemente, el Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde 2021, por su libro Desviación vertical disociada.