Grave gravedad

Ojos de perra azul

Grave gravedad
Grave gravedadCortesía de la autora
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Júpiter es mi planeta favorito por ser el más grande de todos, porque la palabra significa luz y padre, y semeja una bola de gas achatada. En la mitología romana fue suplantado por una piedra en pañales que otro dios hambriento devoró. Mercurio es el más pequeño, rocoso, y ha sido golpeado por diversos meteoritos. Venus, dicen los astrónomos, contiene gases tan tóxicos como algunas personas. Cuando pienso en Marte me da frío, a Urano lo asocio con algún misterio profano. Saturno y sus anillos, el sábado, las tremendas pinceladas de Goya. Plutón, Platón, Playboy. Neptuno es distante y parece de aire, la Tierra es donde nos tocó vivir y el gran Sol es el que me calienta. La luna, los miles de lunares en mi piel.

Todo esto lo aprendí cuando iba en la primaria. El maestro de Ciencias Naturales era un hombre alto y delgado, con el pelo oscuro peinado hacia atrás y un mechón sobre la frente. Me parecía igual de guapo, o más, que Clark Kent. El trabajo final fue hacer una maqueta del Sistema Solar, que habíamos estudiado durante los últimos meses. Recuerdo el olor de la plastilina de colores, a vainilla dulce, almizcle, a trigo. Tomé la masa entre las manos, la masajeé para suavizarla, hice pelotitas de varios tamaños. Mis figuras eran hermosas, redondas, parecían brillar en mi universo imaginario pero, ¿de dónde o con qué sujetarlas? ¿Listones, palillos, alambres? En mi maqueta no podía representar a los planetas gravitando en el espacio, girando sobre sus propios ejes y en relación con los otros. Eso me dejó muy inquieta, con polvo cósmico en el cerebro y un hoyo negro en el estómago. ¿Qué nos sostiene entonces? ¿Las cuerdas vibrantes de Kaku? ¿Dimensiones desconocidas? O nada: somos un insignificante y volátil puntito en los multiversos que existen al mismo tiempo.

El trabajo final fue hacer una maqueta del Sistema Solar, que habíamos estudiado durante meses

Aún siento vértigo al pensar en los astros desconocidos y las galaxias lejanas, en las constelaciones y los satélites que se sabe que existen pero que no han sido vistos. Me encuentro parada sobre la Tierra, un bellísimo punto azul que rota y flota cerca de otros sistemas, suspendido en  la Vía Láctea, entre estrellas fugaces, cometas, nebulosas. Eso es, para mí, el infinito, el vacío o la inmensidad que me seduce y marea.

El profe Superman me enseñó que, ante la incomprensión de las teorías de la relatividad, hay una fuerza superior a todas, invisible, sin explicación formal y que mueve al mundo. Es el amor, una grave gravedad que, como los planetas, hace que mi cuerpo se sienta atraído al tuyo con una magnitud, a veces, inversamente proporcional.

*** Tengo muy presente el pasado.