Haghenbeck: mi compañero de patrulla
El domingo 4 de abril, las redes sociales se inundaron de comentarios y condolencias por el fallecimiento
del escritor Francisco Haghenbeck, a los 56 años. Fue personaje muy querido en el medio cultural mexicano,
habitual de encuentros literarios. BEF, su amigo entrañable, ha dicho que pudo ver en él “al hermano
mayor que nunca tuve”, con quien conformaba una pareja de cómic “tipo Mutt y Jeff”. Aquí ofrece un vistazo
a su obra, además de comentar aspectos de la vida íntima del autor y de la enfermedad que a final de cuentas se lo llevó.
Sabía que tenía poco tiempo.
Lo supo cuando, hace años, le diagnosticaron insuficiencia renal crónica. Él citó a Isaac Asimov al ser desahuciado: “Habrá que escribir más rápido”. Lo suyo fue una carrera contra el tiempo.
Nos conocimos hace media vida, en una tienda de cómics. Ambos leíamos Sandman, que escribía Neil Gaiman. Años después, en 1999, nos rencontramos cuando lanzó, junto con Humberto Ramos y Óscar Pinto, la serie de cómics Crimson, sobre un vampiro adolescente. Cocreada por ellos tres, gozó de gran éxito en el cómic norteamericano. Por aquel tiempo escribió un guion para el Annual #12 de Superman —era agosto de 2000. Un hito temprano en su carrera.
Ya desde entonces hacía equipo imbatible con su hermosa chef, como él la llamaba, Lillyan Funes, su gran amor, faro y sostén de su vida personal y profesional. Jamás publicó una palabra que no fuera leída y comentada con ella. Hace trece años se unió al tándem Arantza, su hija.
ARQUITECTO DE FORMACIÓN y veterano de la producción audiovisual y la museografía, Paco era un buen dibujante. Yo incluí una historieta breve escrita y graficada por él en Pulpo Cómics, antología de cómic autoral que edité en 2004. Él hizo lo propio, invitándome a una colección de historietas de prevención del crimen para la entonces Delegación Iztapalapa, titulada Los siete delitos capitales.
Lo anterior es, de alguna manera, la prehistoria literaria de Haghenbeck. Cuando en 2005 mi libro Tiempo de alacranes ganó el primer premio de novela policiaca Otra vuelta de tuerca, Paco me llamó para felicitarme. “Deberías animarte, escribes muy bien”, le dije.
Un año después recibí otra llamada suya:
—Gané, ¡gané! ¡Ganééé! —me dijo. Se me llenan los ojos de agua al recordar su entusiasmo.
Así se publicó en 2006 Trago amargo, la primera novela de la trilogía protagonizada por el detective chicano beatnik Sunny Pascal. Fue el inicio de una carrera meteórica que habría de abarcar más de dos docenas de títulos, entre novelas, antologías, libros infantiles y cómics. A partir de ese momento se convirtió en una auténtica máquina, publicaba varios libros anualmente.
De esos primeros años data una deliciosa fantasía sobre Frida Kahlo, Hierba santa, que publicó originalmente con pseudónimo por la cercanía con otros títulos suyos. Éste, su libro más traducido, se convirtió en un éxito de ventas en el competido mercado alemán.
Ya nada lo detuvo. Sus historias se multiplicaron en direcciones tan fascinantes como diversas. La suya es una literatura que se coloca del lado del lector, para fascinarlo y seducirlo. No faltaron los colegas envidiosos, que criticaban agriamente lo pródigo que era. A ellos los reto a que me señalen una sola mala novela de Paco.
La suya no era una escritura frívola. Lector y cinéfilo voraz, sus universos estaban fuertemente cimentados en la tradición que más le fascinaba: la de la literatura del asombro, una apuesta arriesgada que jamás soslayó los retos. Lo demostró en las que acaso sean sus novelas más ambiciosas, La primavera del mal, híbrido de novela histórica y noir sobre los orígenes del narco mexicano, y Querubines en el infierno, la épica olvidada de los soldados chicanos en la Segunda Guerra Mundial.
Quizá su libro más conocido sea El Diablo me obligó, fantasía oscura protagonizada por Elvis Infante, brujo dedicado a cazar demonios para lanzarlos a pelear en un circuito ilegal. Ésta habría de ser adaptada a una serie de Netflix, Diablero, que ya tiene dos temporadas.
Fue también curador de varias exposiciones, entre otras la exitosa Disney en México, que el público abarrotó en la Cineteca Nacional.
Hombre generoso, era proclive a las colaboraciones. Prueba de ello son numerosos cómics y álbumes infantiles con varios ilustradores. Una de ellas, nuestra novela gráfica juntos, Matar al candidato, sobre la muerte de Colosio.
ME DEBATO entre mantener el tono formal de estas líneas o descarrilarme por lo emotivo. Nuestra complicidad nos hacía llamarnos “compañeros de patrulla” de la novela policiaca. Fuimos una dupla constante en ferias de libros y festivales literarios.
La cercanía me permitió conocer de primera mano sus tribulaciones médicas y acompañarlo en más de una ocasión al hospital. Era imposible saber lo mermada que estaba su salud ante su expresión sonriente. Pero su llama se apagaba y él lo sabía. “Tú nos vas a enterrar a todos”, le decía para exorcizar mis miedos. Él sonreía, callado. Ya tenía que hacerse hemodiálisis constantes. Lo tomaba con su habitual optimismo. “Leo mucho mientras estoy conectado”, decía.
Hace diez días, una crisis de fiebre lo llevó al hospital en su natal Tehuacán. A pesar de dar negativo al virus de Covid-19, le encontraron anticuerpos. Una placa pulmonar reveló principios de neumonía. Se solicitaron con gran éxito donadores de sangre, por un momento pareció que se recuperaría. No fue así.
FRANCISCO HAGHENBECK, el escritor mexicano más traducido de su generación, perdió la batalla hace unos días, el domingo 4 de abril. La noticia inundó las redes. Las condolencias y los testimonios de amistad y admiración se multiplicaron como un pequeño consuelo contra el dolor de su ausencia. Deja atrás a su esposa e hija, así como docenas de proyectos en los que estaba trabajando.
Hoy, Paco ya es inmortal a través de las historias que concibió.
Mantengámoslo vivo, leyéndolo.
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