La lucha del superhéroe mexicano

A medio camino entre el deporte y el espectáculo, la lucha libre es una tradición muy arraigada
en la cultura popular de México. Ha propiciado una mitología singularísima, como sus
accesorios y rituales, en una representación del bien y el mal con la que el público se identifica, toma
partido, goza. Luego de más de un siglo de historia, este repaso se detiene en sus momentos clave,
así como en el surgimiento de una vertiente o subgénero del cine que se ha convertido en tema de culto. 

Tarzán López vs. El Santo, 2 de abril, 1943.
Tarzán López vs. El Santo, 2 de abril, 1943.Fuente: superluchas.com
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1. LOS INICIOS de la lucha libre mexicana datan de 1863. Durante la Intervención Francesa, compañías europeas de teatro callejero montaron en la Ciudad de México demostraciones de judo, jiu jitsu, lucha olímpica y grecorromana. Lo hacían en plazas públicas, el Palacio Buenavista (Museo de San Carlos), la Plaza de Toros del barrio de San Pablo, el Circo Orrín, y en los teatros Principal y Colón. Los grupos más célebres eran de italianos: Giovanni Relesevitch y Antonio Fournier.

Se cree que los primeros gladiadores que se enfrentaron en terreno azteca fueron los japoneses Mitsuyo Maeda y Satake Nabatuka, en 1910, como parte de un espectáculo que más tarde se llamaría lucha libre. Años después este entretenimiento se convirtió en un negocio redituable. El luchador belga Constant Le Marin, trajo al país a hombres impresionantes, como el rumano Sond, el nipón Kawamula, el estadunidense Hércules Sampson, entre otros, quienes llegaron en 1930 para contribuir al origen de los superhéroes mexicanos.

Enrique Ugartechea fue el primer luchador del país que ganó fama. De niño lo sorprendió la fortaleza de Rómulus, un gladiador italiano; lo vio cargar con ambas manos —acostado y con la ayuda de unas tablas— a dos caballos y sus jinetes. Con el tiempo, logró enfrentarse a su ídolo de la infancia, venciéndolo en una sola ocasión. Su poderío lo convirtió en la primera leyenda de la lucha libre mexicana y tuvo su mejor época durante la Revolución. Tanta era su popularidad que participó en obras de teatro con la diva Virginia Fábregas. Creó el primer gimnasio de cultura física en el Palacio de Mármol, donde surgieron más luchadores.

En 1933 se formó la Empresa Mexicana de Lucha Libre (EMLL), hoy conocida como Consejo Mundial de Lucha Libre (CMLL). El 21 de septiembre del mismo año, el periódico La Afición anunció: “A menos que suceda algo inesperado, esta noche principiará la temporada de lucha libre en la Arena México”. La EMLL instauró la Escuela de Lucha Libre que aún recibe gente en la llamada Catedral de la Lucha Libre, en Doctor Lavista 189, colonia Doctores de la Ciudad de México.

El año de 1933 fue de enorme importancia para la lucha libre mexicana. De ser un negocio redituable, se convirtió en el deporte-espectáculo favorito del país. Luego la empresa creó expectación con el anuncio de un luchador al que no se le vería el rostro. Las primeras máscaras que se usaron hacían referencia a nuestros antepasados mayas y toltecas; solían ser de piel y reunían elementos míticos.

En su ensayo Estética de la máscara, Xavier Villaurrutia propuso que la capucha otorga una personalidad temporal, efímera, y que por consecuencia es el retrato más fiel al ideal del personaje. Esto muestra que, más que un entretenimiento, para los mexicanos la lucha libre forma parte de un ritual.

Blue Demon
Blue DemonFuente: imdb.com

2. A SALVADOR LUTTEROTH GONZÁLEZ se le llamó el Padre de la Lucha Libre. En 1910, a los trece años, tuvo que conseguir trabajo a causa de la muerte de su progenitor. Desempeñó distintos oficios, se integró a la Revolución Mexicana, enfrentó a las fuerzas armadas de Pancho Villa y estuvo presente en la batalla en la que Álvaro Obregón perdió la mitad de un brazo.

En 1931 realizó sus primeros intentos para establecer la lucha libre, con una temporada que duró menos de tres meses en la Arena Modelo (Arena México). Presentó encuentros de talla internacional con luchadores como Jack Russell o Arpad Szucs. Fue hasta el 21 de septiembre 1933 cuando Lutteroth llevó a cabo la primera gran función de su empresa, en la Catedral de la Lucha Libre. El chino Leong Tin Kit, los estadunidenses Bobby Sampson y Ciclón Mackey (el primer enmascarado en México), con el mexicano Yaqui Joe, se brindaron al público.

Así, la EMLL tomó su sitio en la Ciudad de México. El Padre de la Lucha Libre, que impulsó este deporte-espectáculo, es como un Stan Lee mexicano, pues gracias a su ingenio la lucha libre del país es de las más reconocidas en el mundo. Ganó popularidad al presentar gladiadores técnicos y rudos con tintes de magia y tragedia. Mientras los buenos muestran pureza, lealtad, valores, los malos exhiben desvergüenza, cobardía y ejecutan el juego sucio.

Tanto se desarrolló la lucha libre mexicana que diez años después de su primera función, Lutteroth inauguró la majestuosa Arena Coliseo, en el 77 de la calle Perú del Centro Histórico, el 2 de abril de 1943. El nuevo recinto se presentó entonces como la mejor arena de América Latina.

El enfrentamiento entre Tarzán López vs. El Santo, El Enmascarado de Plata, puede catalogarse como la batalla inicial de superhéroes contra antihéroes mexicanos. El Enmascarado de Plata, quien comenzaba a ser el favorito de los aficionados, fue humillado; perdió en dos caídas al hilo y la gente se retiró con tristeza. Los conocedores afirman que otra lucha entre el bien y el mal que hizo historia —la denominada Lucha del Siglo—, aconteció en 1953, igualmente en la Arena Coliseo. La protagonizó, de nuevo, El Santo, aunque en esa ocasión enfrentó a Black Shadow, El Hombre de Goma. Apostaron sus máscaras, el defensor de la esquina ruda perdió y tuvo que descubrir su rostro. El público gozó el momento: Black Shadow gritó su verdadero nombre (Alejandro Cruz Ortiz), su ciudad de origen (León, Guanajuato) y fecha de nacimiento (3 de mayo de 1921). El trámite se volvió indispensable en ese tipo de batallas.

En los años noventa, los encuentros entre rudos y técnicos recobraron popularidad gracias a las transmisiones televisivas. La nostalgia del cine de luchadores se manifestó en proyectos como Octagón y Atlantis: La revancha

3. DURANTE LOS AÑOS cincuenta emergieron muchos de los gladiadores más reconocidos hasta el día de hoy.

El Santo tomó la batuta de superhéroe, peleando contra cualquiera y venciéndolo con un tope suicida. Del lado malévolo brotaron seres incomparables, como El Cavernario Galindo, el ejemplo perfecto del antihéroe a partir del mote troglodita que le dio Lutteroth, debido a su mal aspecto, su agresividad, las cicatrices en su rostro por un accidente automovilístico, su larga cabellera y por hacer sangrar a sus rivales mordiéndoles la frente.

La lucha libre mexicana complace al público mediante coreografías y sincronización. El Solitario, uno de los gladiadores más queridos de la historia, dijo en una entrevista que Roberto González (quien lo encarnaba), le debía todo a su personaje: le daba de comer tanto a él como a su familia. Todos los luchadores deben estar conscientes de que convertirse en superhéroes o antihéroes no es sencillo. En el documental Divino lagunero (Colectivo Quebradora, 2009), Blue Panther, El Maestro Lagunero, explica el sentir de un técnico en camino al ring:

Estamos entrando al gran pasillo de la verdad, donde no sabemos si regresaremos caminando o en camilla. Este espacio es el que nos marca la gran diferencia. Al subir al ring debemos de tener toda la concentración, porque este espacio de seis por seis es tan sagrado para nosotros y tan respetable, que cada esquina es parte de nosotros y podemos terminar muertos aquí. Parte de mi actitud luchística para entrar al ring es limpiarme los pies, porque estoy entrando al templo sagrado, al cual le debo todos mis respetos porque aquí se gana o se pierde, aquí se vive o se muere. La lucha libre es así... Es muy bonita cuando la tratas bien y no tiene compasión cuando la tratas mal.

Otro ejemplo del malo es Martha Villalobos, La Diva del Ring. Ella es parte de la historia luchística femenil, que trajo el estadunidense Frank Moser en 1953. Ninguna gladiadora es tan recordada como ella, que se hizo famosa en la década de los noventa, en la nueva empresa que entonces revolucionó la lucha libre mexicana: Triple A. Entrevistada, ella explica por qué se inclinó hacia el lado oscuro:

Ahora me ves hecha una fiera, pero de niña era un alma de Dios, las demás chiquillas me pegaban y fastidiaban mucho y yo jamás respondía, hasta que un buen día les contesté, las golpeé y desde ahí me hice mala; me gustaron las riñas y ya nunca me dejé de los demás. Me hice una villana.

4. EL CINE MEXICANO de los años cincuenta encontró en la lucha libre un público. En principio se le etiquetó como un subgénero endeble y antiestético. Sin embargo, las películas de luchadores hicieron que sus protagonistas tomaran el papel de superhéroes, atrayendo a un público que se identificaba con lo que veía en las arenas y las salas de cine. Generaban inmensas ganancias combinando humor, fantasía y acción.

Para muchos especialistas, el cine de luchadores debe considerarse un producto de Serie B. Algunas películas que destacan se catalogaron dentro del subgénero de terror, como Ladrón de cadáveres (Fernando Antonio Méndez García, 1957) y la famosa Santo contra las Mujeres Vampiro (Alfonso Corona Blake, 1962), que ganó un premio del festival español de San Sebastián —la versión europea incluyó desnudos parciales de las actrices.

La primera película de esta especie fue La Bestia Magnífica (Chano Urueta, 1953), un melodrama que aborda la vida de los luchadores entre pobreza, amistad y traición; también destaca por la participación de Wolf Ruvinskis, quien pasó de ser un gladiador a convertirse en actor. Luego surgieron otros personajes, como El Huracán Ramírez, creado por el cineasta Joselito Rodríguez, que en 1953 lanzó la película titulada como su luchador. No tardó en aparecer quien usara el traje para convertirlo en un superhéroe de carne y hueso: el tepiteño Daniel García Arteaga (que antes luchó con los nombres de Buitre Blanco y Chico García) fue el elegido.

En otra película, La Sombra Vengadora (Rafael Baledón, 1956), el español Fernando Osés enfrenta a temibles rudos, como El Bulldog o El Cavernario Galindo, entre otros. De hecho, La Sombra Vengadora, con un vestuario bastante similar, se convirtió décadas después en uno de los luchadores más populares del país: El Rayo de Jalisco. Lutteroth González lo había traído al país en los años cincuenta. A su vez, el actor Fernando Osés se convirtió en uno de los guionistas más reconocidos de este cine, participando en proyectos como Blue Demon contra el poder satánico (Chano Urueta, 1964), y fue uno de los principales motivadores para que El Enmascarado de Plata entrara a la industria.

Una de las películas que conectaron más los sets de filmación y las arenas con la afición fue Los campeones justicieros (Federico Curiel, 1971), basada en un dreamteam de superhéroes integrado por Tinieblas (personaje creado por Valente Pérez, colaborador de la revista Lucha libre); Blue Demon, Mil Máscaras (otro personaje de Valente Pérez, encarnado por un excompetidor de Mister México); Médico Asesino Jr. (antes llamado Shazam) y La Sombra Vengadora. En la otra esquina y como antihéroes estaban Black Shadow y un grupo de enanos (varios fueron las primeras miniestrellas de los cuadriláteros) dirigido por Mano Negra, un científico esquizofrénico.

Desde mediados de la década de los setenta hasta la de los noventa, el cine de ficheras irrumpió. Ambientado en pulquerías, mercados, vecindades y cabarets, sus personajes se dedicaban a la albañilería, la mecánica y oficios similares. Las historias ganaban adeptos mediante chistes de comedia erótica, albur y baile. Canek, El Príncipe Maya, hizo mancuerna con el actor Rafael Inclán en Mofles y Canek en máscara vs. cabellera (Javier Durán, 1992). Ahí, uno de los gladiadores más llamativos tomó el papel de superhéroe barrial, llegando con enorme éxito a las zonas populares, de donde emerge la mayor parte de los luchadores.

En los años noventa, los encuentros entre rudos y técnicos recobraron popularidad gracias a las transmisiones televisivas. La nostalgia del cine de luchadores se manifestó en proyectos como Octagón y Atlantis: La revancha (Juan Fernando Pérez Gavilán, 1991). La historia no era interesante, pero las dos estrellas vivían sus mejores años y el largometraje tiende a ser de culto para muchos fanáticos del deporte-espectáculo.

El cine de luchadores, bien hecho o no, es la forma más natural de aceptar que ellos son nuestros Spider Man, Batman o cualquier integrante de los X-Men. Incluso personajes de la política y la sociedad se han inspirado en la magia de la lucha libre, como ocurrió con Superbarrio, a quien el activista Marco Rascón da vida desde el terremoto de 1985 en la capital, peleando por los derechos de los damnificados. Mucha gente alejada del pancracio luchístico no sabe que el luchador retirado Fray Tormenta inspiró su carrera en la película El Señor Tormenta (Fernando Fernández, 1962). Así creó su personaje: un sacerdote-luchador que hasta la fecha se encarga de un orfanato con las ganancias obtenidas de la lucha libre. O que Silver King interpretó a Ramsés, el odioso luchador que aparece en la comedia Nacho Libre (Jared Hess, 2006), y es quizá el único antihéroe mexicano que ha rozado el glamur de Hollywood, donde Guillermo del Toro, Quentin Tarantino y Robert Rodríguez afirman que su arte está influido por los rudos y técnicos: en lugar de héroes y villanos de cómic estadunidense, superhéroes y antihéroes mexicanos que sienten y luchan de verdad.