Marguerite Yourcenar en 14 estaciones

Marguerite Yourcenar en 14 estaciones
Por:
  • jose antonio lugo

I. LOS LIBROS DE FORMACIÓN

Nacida en Bruselas como Marguerite Crayencour, la escritora llegó al mundo el 8 de junio de 1903. A los pocos días murió su madre, Fernande. Su padre, Michel, puso a disposición de su hija una sólida formación por medio de preceptores, que le enseñaron las lenguas clásicas y las romances. Nunca asistió a una escuela. Creció como un ser libre en una época, el principio del siglo XX, que se caracterizó por la libertad, incluso sexual, y quizá hasta una joie de vivre, que después se perdieron.

No pretenderé ser exhaustivo sobre sus primeros libros. Mencionaré Alexis o el tratado del inútil combate, donde el protagonista le escribe a su mujer una carta donde se sincera con ella y le cuenta que tiene otra preferencia sexual; los textos en prosa poética que conforman Fuegos, exploración de la pasión y del erotismo; la novela El tiro de gracia, donde los personajes conforman un trío y actúan al borde del abismo y de la muerte; Denario del sueño, capítulos ubicados en la Italia de Mussolini y encadenados por una moneda —el denario— que algún personaje le da a quien será protagonista del siguiente. Finalmente están los Cuentos orientales, relatos ubicados en distintos espacios geográficos y temporales. Me detendré en dos de ellos.

“De cómo se salvó Wang-Fo” está basado en un apólogo taoísta. Describe cómo el pintor Wang-Fo y su discípulo Ling desaparecen en el cuadro que el artista acaba de terminar; muchos siglos después veremos el mismo tránsito en La mulata de Córdoba y en La rosa púrpura de El Cairo. Lo importante del cuento es que el Emperador quiere enceguecer al pintor porque con la hermosura de sus cuadros “me has desilusionado de lo que poseo y despertado el deseo de lo que nunca tendré”.1 En este relato, la belleza del arte está por encima de la belleza del mundo. El segundo cuento es “La última noche del príncipe Genghi”. La obra más importante de la literatura japonesa medieval es Genghi Monogatari, de la novelista Murasaki Shikibu. En esa novela monumental no se describe la muerte del príncipe. En su cuento, Yourcenar imagina ese final. Quizá lo más importante es que la autora se refiere a Murasaki como “la Marcel Proust del Japón feudal”, elogio que nos da una idea de la altísima valía que atribuía a la escritora japonesa del medievo.

II. MEMORIAS DE ADRIANO

Es conocida la anécdota de cómo, viviendo ya en Estados Unidos, Your-cenar recibe un baúl proveniente de un hotel suizo. Contiene algunas pertenencias, entre ellas, una carta dirigida a Marco Aurelio. Sobre el remitente, ella se pregunta: ¿de qué amigo se trata? Entonces se da cuenta: la carta es uno de los primeros esbozos de la que le escribirá, en la ficción, el emperador Adriano a Marco Aurelio, filósofo estoico y futuro emperador. A partir de entonces Yourcenar ya no abandona la escritura de esa novela, que termina en 1951 (la traducción al español es de Julio Cortázar).

Para la consideración de esta obra empezaré por la pregunta que el célebre presentador de la televisión francesa, Bernard Pivot, le hizo a Yourcenar al tenerla en su programa Apostrophes: “¿Usted puede decir, como Flaubert, ‘Yo soy Adriano’?”; la novelista respondió: “No, me he convertido en Adriano”. Sin embargo, para pensar como su personaje leyó, en griego y en latín, los 1,500 libros de la biblioteca de Adriano, emperador culto que poseyó las mejores obras de su tiempo.

La novela comienza con la visita del médico Hermógenes al emperador y termina con la última reflexión de Adriano: “Tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos”.2 Yourcenar incorpora dentro de sí al emperador y también el conocimiento de su época, para ofrecer así un retrato fiel  y uno de los más altos ejemplos de novela histórica de un emperador que fortaleció un Imperio Romano que se desbarataba. Hombre de poder, sí, y también de pasiones, como la que sintió por su amante Antinoo, quien pereció ahogado y a quien convirtió en Dios.

III. OPUS NIGRUM

Memorias de Adriano es de 1951. Tuvieron que pasar 17 años para que apareciera L’Oeuvre au Noir (La obra negra). El título se refiere al Nigredo, uno de los tres pasos de la transformación alquímica. Como en español obra negra se refiere a una obra en construcción, el traductor, con buen tino, decidió que el título en nuestro idioma fuera en latín: Opus Nigrum.

Si Adriano tuvo todo el poder y todo el conocimiento, Zenón, el protagonista de esta novela, ya no posee el poder político, aunque sí el conocimiento. Es astrólogo, médico, escritor de libros considerados heréticos. Zenón encarna el mito de Prometeo, quien roba el fuego divino para dárselo a los hombres y por ello paga un altísimo precio. Al inicio de la novela comparte con su primo el deseo de dar “la vuelta a la prisión”. La cárcel es el mundo y esa afortunada frase dará título al último libro de ensayos de Yourcenar: La vuelta a la prisión.

Zenón observa el mundo y se observa a sí mismo. En el camino cura gente como médico —incluso arriesga su vida durante la peste—, lee las estrellas para algunos gobernantes, escribe con seudónimo cosas inaceptables para el poder político representado por la iglesia y ama a mujeres y hombres, ello con el fin de probar la experiencia que representa un cuerpo y la cosmovisión que se encierra en cada alma.

Al final de la novela, después de haber sido partícipe en los juegos eróticos de unos niños —los cuales terminan mal, por el embarazo de una muchacha—, es señalado como el pervertidor. Acepta los cargos y se devela como el escritor de los textos prohibidos. Es condenado a muerte. Le proponen una retractación, al estilo de Galileo. No acepta. El día anterior a su ejecución se quita la vida, para seguir siendo dueño de su destino.

No sorprende que la aparición de esta novela en el verano de 1968 en Francia haya convertido a Zenón en un estandarte de los jóvenes del mayo francés.

IV. LA TRILOGÍA FAMILIAR

En 1972 Yourcenar da a la luz Recordatorios, el primer libro de la trilogía El laberinto del mundo  —llamada así en honor al filósofo y escritor checo Comenius. En él, la autora relata el nacimiento del “ser que llamo yo” y cómo unos cuantos días después de nacer murió su madre, Fernande. Tras el hecho terrible, esta combinación de novela y relato autobiográfico se concentra en describir lo que se sabe de Fernande y de la relación que tuvo con su padre, Michel. Lo hace con la pasión que invertiría un arqueólogo o un botánico.

Destaca la descripción de dos de sus ancestros, Octave y Rémo, quienes también fueron escritores. Yourcenar los ubica por un momento en la playa de Heyst donde Zenón, personaje principal de Opus Nigrum, está a punto de embarcarse para huir y al final no lo hace, lo que decide cómo será su muerte. Sobre esa coincidencia entre dos personajes reales y uno de ficción, la escritora en un punto señala: “Mis relaciones con estos tres hombres son muy sencillas. Siento por Rémo una ardiente estima. El ‘tío Octave’ tan pronto me conmueve como me irrita. Pero amo a Zenón como a un hermano”.3

El segundo tomo de esta trilogía, Archivos del Norte, versa principalmente sobre Michel-Charles, el abuelo de Marguerite, y sobre Michel, su padre.Pero incluye otros personajes, como su abuela Isabelle de la Basse-Boulogne, quien posee “el prestigio casi inquietante de la belleza”. 4 Pero Marguerite no se contenta con estas descripciones. Por aquí y por allá asoma su lúcida manera de ver a los demás: “Ha habido, en cada época, gente que no piensa igual que todo el mundo, es decir que no piensa como aquellos que no piensan”.5

Quizá lo más importante de este tomo sea la historia de su padre y de su anterior matrimonio y cómo, en una situación poco clara, su mujer y su hermana murieron por complicaciones después de una intervención quirúrgica. Marguerite no dice, porque no lo sabe, qué pasó exactamente. Lo cierto es que Michel se quedó viudo. Poco después le presentaron a Fernande, madre de Marguerite. Después de casarse y de pasar tres años de luna de miel, su nueva esposa se embarazó, dio a luz a la futura escritora y murió diez días después. Sobre su propio nacimiento Yourcenar señala: “Los incidentes de esa vida me interesan, sobre todo, como vías de acceso mediante las cuales han llegado a ella ciertas experiencias. Pero es harto temprano para hablar de ella”.6

El tercer tomo de su autobiografía se titula ¿Qué? La Eternidad, por el verso de Rimbaud. En esta entrega—inacabada, porque la muerte la sorprendió en 1987—, nos sigue hablando de Michel, su padre, pero comienza a hablar un poco de su propia infancia. Apunta que las muñecas convencionales le parecían idiotas, que tenía una cabra de color blanco a la que su padre había pintado los cuernos de dorado, “bestia mitológica antes de que supiera lo que era la mitología”,7 así como un grueso cordero totalmente blanco que enjabonaban cada semana. Nos dice también que le trajeron una gran muñeca de Japón —una dama de la época Meiji—, a la que apenas podía abrazar: “Me abrió un mundo”.8

Tal vez lo que más conmueve de este tercer tomo es cuando describe: “Un milagro banal, progresivo, del que uno no se da cuenta hasta después que ha tenido lugar: el descubrimiento de la lectura”.9

"Zenón es condenado a muerte. El día anterior a su EJECUCIÓN se quita la vida, para SEGUIR SIENDO dueño de su destino. No sorprende que la aparición de OPUS NIGRUM en 1968 lo haya convertido en un estandarte del mayo francés".

V. LOS ENSAYOS

Hablar de los ensayos de Marguerite Yourcenar podría ocupar todo el espacio de estas líneas. Veamos cuatro ejemplos que permiten atisbar en su profundidad, su reflexión sobre otras obras y cómo esas reflexiones configuraron su propio  pensamiento.

En el ensayo “Borges o el vidente”, la autora comienza señalando la paradoja de ser un vate ciego, como Homero. Más adelante trasciende esa dicotomía para afirmar que el argentino, desde su ceguera, con la luz de la inteligencia fue capaz de ver al mismo tiempo “lo otro y el universo”. La lectura de Yourcenar sobre el relato “Pierre Menard, autor del Quijote” la lleva a afirmar con sagacidad: “Todo gran libro proyecta sobre cada lector otros fuegos y otras sombras”.10

En “Humanismo y hermetismo en Thomas Mann”, además, declara:

Mann pertenece auténticamente a ese pequeño grupo de espíritus prudentes y tortuosos por naturaleza, a menudo misteriosos por necesidad, temerarios, me parece, a pesar de ellos mismos y subversivos en su continua reinterpretación del pensamiento y de la conducta humana.1

Por otra parte, en su largo ensayo “Mishima o la visión del vacío”, Yourcenar recuerda que el día de su muerte el autor de Confesiones de una máscara escribió: “La vida humana es breve, pero quisiera vivir para siempre”. Agrega Marguerite: “Pensándolo bien, no hay contradicción entre el hecho de que esas cuantas palabras hayan sido escritas al amanecer, y el hecho de que el hombre que las escribió estará muerto al final de la tarde”.12

En “Presentación crítica de Constantin Cavafis” señala:

Su humanismo no es el nuestro: nosotros heredamos de Roma, del Renacimiento, del academicismo del siglo XVIII una imagen heroica y clásica de Grecia, un helenismo de mármol blanco: nuestra historia griega tiene por centro la Acrópolis de Atenas. El humanismo de Cavafis pasa por Alejandría, por Asia Menor, en un menor grado por Bizancio, por una compleja serie de Grecias cada vez más alejada de lo que nos parece la edad de oro, pero donde persiste una continuidad viva.13

[caption id="attachment_979708" align="aligncenter" width="609"] Marguerite Yourcenar a los cinco años. Fuente: excerpts.numilog.com[/caption]

VI. SU LABOR COMO TRADUCTORA

Quiero mencionar dos libros, dos antologías que Yourcenar preparó y al mismo tiempo tradujo. El primero es La corona y la lira, su antología de poemas griegos. En ella se encuentra su versión de este poema de Ptolomeo:

Yo que paso y muero,

[¡las contemplo, estrellas!

La tierra no oprime más al niño

[que ha sostenido.

De pie, cerca de los dioses, en la

[noche de cien velos,

Me uno, ínfimo, a esta inmensidad;

Gozando, al verlas, mi parte

[de eternidad.14

Acaso este poema se encuentra en el origen de “Hermandad”, que Octavio Paz leyó por primera vez en el Palacio de Bellas Artes en 1984, donde afirmó que era un homenaje al astrónomo y matemático griego Ptolomeo:

Soy hombre: duro poco

y es enorme la noche.

Pero miro hacia arriba:

las estrellas escriben.

Sin entender comprendo:

también soy escritura

y en este mismo instante

alguien me deletrea.15

El otro libro es Río profundo, rivera sombría, su antología sobre los negros espirituales, los cantos religiosos de los negros del sur de Estados Unidos que dieron origen al blues. En el prefacio, Yourcenar señala:

La mayoría de los “Espirituales” parece situarse entre los años 1810 y 1860, que coinciden al mismo tiempo con las primeras esperanzas de libertad y con las giras de grandes predicadores negros, hombres extraordinarios, mitad profetas bíblicos y mitad contadores de relatos africanos. Los “Negro Spirituals” forman parte del patrimonio poético de la humanidad.16

Aquí la última estrofa del Espiritual que da nombre al libro:

¡Río profundo, rivera sombría

Jordán, Jordán, entre yo y mi Dios

construye para mí un puente

[de plegarias

y que yo arribe al otro borde, al

[campamento, al lugar santo!

VII. LA CORRESPONDENCIA

Hace veinte años, Gallimard publi-có la correspondencia de Yourcenar. Recuerdo haber traducido una serie para la Crónica Dominical, que dirigía entonces Fernando Solana Olivares. Esas misivas muestran la lucidez extraordinaria de quien ahora celebro. Aporto dos ejemplos. El primero es una carta dirigida a Roger Lacombe, donde afirma:

Le confieso que no me gusta Sade, que me molesta por su falta de realismo. Me parece el ejemplo más evidente de un cierto defec-to muy francés, o cuando menos que ha afectado a una buena parte de la literatura francesa desde el siglo XVII: me refiero al uso y abuso de conceptos puramente intelectuales, acompañados de una incapacidad total de aprehender los hechos.17

Y asimismo subraya en una carta dirigida a Jacques Masui:

Leí (por segunda vez, en un esfuerzo por juzgar mejor) los Relatos de poder de [Carlos] Castaneda. Uno siente una estridencia de más en la máquina. Me parece que don Juan se ha convertido en un personaje de ficción, en su apariencia de mexicano de las grandes ciudades y en su lenguaje de conferencista que revela para su alumno americano los secretos de la magia. Uno comienza también a ver cómo se insinúa ese vicio típico de la literatura americana, sobre todos los planos, la exageración. Se trata de golpear al lector.18

VIII. LA ACADEMIA FRANCESA

Fundada por el cardenal Richelieu —sí, el de Los tres mosqueteros—, la Real Academia Francesa nunca había aceptado a una mujer en sus filas. Pasaron más de tres siglos para que Marguerite Yourcenar fuera elegida para tomar una silla. En su discurso de aceptación elogió a quien estaba sustituyendo: Roger Caillois, el escritor francés radicado en Argentina. Sobre él, dijo: “Querido Caillois: me acordaré de usted esforzándome en escuchar a las piedras”.19 Al recibirla, el académico Jean d’Omersson afirmó: “Usted no está aquí hoy porque sea una gran mujer, sino porque es una gran escritora. Ser una mujer no basta en todos los casos para sentarse bajo la cúpula. Pero ser una mujer tampoco es bastante ya para impedirle que se siente aquí”.20

Claude Lévi-Strauss, el eminente antropólogo, hizo un comentario al respecto que, si bien puede ser acertado, puso en evidencia su misoginia o su rechazo a Yourcenar: “No se cambian las costumbres de la tribu”. Por su parte, el diseñador Yves Saint Laurent confeccionó para ella un traje de recepción de la silla en la Academia: era de chaqueta larga, de terciopelo negro, blusa, un velo blanco y capa negra, sin espada porque ella rechazó llevar el arma, como suelen hacer los académicos varones. El chal de seda blanco, mucho después, envolvió la urna con sus cenizas.

IX. YOURCENAR Y BORGES

Héctor Bianciotti fue el responsable de editar a Borges en La Pléiade. En un libro cuenta que el escritor argentino, estando ya en Ginebra poco antes de su muerte, recibió la visita de Yourcenar, quien fue a verlo para preparar el ensayo que escribió sobre él. Borges le pidió a la escritora que fuera a ver un departamento y se lo describiera. Ella lo hizo; sin embargo, omitió decirle que tenía muchos espejos, porque conocía la famosa frase de “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”: “Los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican a los hombres”. Me encanta la anécdota, ¿quién le pi-de a Madame Yourcenar que vaya a ver un departamento? ¿Quién le niega a Borges el favor de ir a verlo?

X. UN HOMBRE OSCURO

Adriano tenía todo el poder y todo el conocimiento; Zenón, el conocimiento pero ya no el poder. En cambio, Natanael, el personaje principal de Un hombre oscuro es, aparentemente, nadie. Esta pequeña nouvelle de Yourcenar es la tercera de sus obras centrales y, como señala su albacea literaria Yvon Bernier, es también su testamento literario. Recordemos a Gustave Flaubert, el gran maestro normando. Después de haber escrito Madame Bovary, La educación sentimental y Salambó, quizá sus tres grandes obras maestras, escribió un relato largo: Un corazón simple. En él Felicité, una criada simple e ingenua, muestra el valor inapreciable de una vida humana, cualquiera que ésta sea. Imposible no ver correspondencias entre estos dos tremendos relatos, entre estas dos grandes no-

velas cortas.

La trama de Un hombre oscuro es sencilla. El narrador comienza diciendo que el nacimiento de Natanael fue discreto, como lo será también, pronto lo sabrá el lector, el de su partida de este mundo. Tuvo la suerte de tener cerca los libros. Como muchos hombres —y mujeres— amó y fue amado, tuvo un hijo, conoció diversos espacios geográficos, se maravilló ante algunas cosas, vio con desagrado la miseria moral de sus semejantes. Pero Natanael no es un juez. Es un alma compasiva e inteligente; simplemente trata de comprender. Al final de su vida, atacado por una pleuresía, busca un rincón donde terminar sus días, con una aceptación de la muerte paralela a su continua y festiva aceptación de la vida. He aquí un párrafo excepcional:

No se sentía, como tantas otras personas, hombre por oposición a los animales y a los árboles; más bien hermano de los primeros y primo lejano de los segundos. [...] La costumbre, más aún que la naturaleza, le parecía marcar las diferencias que establecemos entre las categorías, hábitos y saberes adquiridos desde la infancia, o entre las diversas maneras de orar a lo que llamamos Dios. Incluso las edades, los sexos y hasta las especies le parecían más próximas unas a otras de las que se cree: niño o anciano, hombre o mujer, animal o bípedo que habla y trabaja con sus manos, todos comulgan en el infortunio y la dulzura de existir.21

"Borges le pidió a la escritora que fuera a ver un departamento y se lo describiera. Ella lo hizo; sin embargo, omitió decirle que tenía muchos espejos".

XI. LA VOZ DE LAS COSAS

Después de las obras maestras Memorias de Adriano, Opus Nigrum y Un hombre oscuro apareció La voz de las cosas, un ramillete de pensamientos atesorados a lo largo de muchos años. El libro es un baúl de sabiduría y, también, un homenaje a Jerry Wilson, su compañero amoroso. Jerry era fotógrafo, así que el libro, además de la recopilación de pensamientos, incluye fotos que él tomó en distintos lugares que visitaron.

Aquí el lector encontrará pensamientos, sentencias y también poemas provenientes del budismo, el cristianismo, el taoísmo, la poesía contemporánea, el misticismo católico, el pensamiento hindú, el judaísmo, el romanticismo, la mística de la Edad Media, el Corán, el sufismo y el teatro Noh. La voz de las cosas es una muestra de hasta dónde puede llegar el corazón humano, en su eterna búsqueda de belleza y sabiduría.

Comienza con los cuatro votos budistas: “Luchar contra los malos pensamientos, / sumergirse hasta el fondo en el estudio, / perfeccionarse en la medida de lo posible, y / por numerosas que sean las creaturas errantes en el universo, trabajar para salvarlas”.22 Termina con una frase del filósofo ocultista Agrippa de Nettesheim: “Alma que permanece de pie, sin desfallecer”.23

En la breve página que sirve como prólogo —lo único que escribe Yourcenar en este libro—, la francesa por adopción señala que, estando convaleciente de un procedimiento quirúrgico en el corazón, Jerry puso en sus manos una pieza de malaquita hindú que habían comprado en Delhi. La piedra resbaló de sus dedos, débiles por la anestesia, y se hizo añicos. Yourcenar apunta que el sonido de la rotura fue bello y por eso decidió llamar La voz de las cosas al libro que la había acompañado durante muchos años y había sido “libro de cabecera y reserva de valor”.

XII. LEER Y ESCRIBIR

En el libro-entrevista Con los ojos abiertos subraya sobre su amor por los libros: “Cuando se ama la vida, es normal que se lea mucho”.24 Y en la saga familiar escribió, hablando de su padre, Michel de Crayencour:

Él se dio cuenta por primera vez que escoger las palabras, sopesarlas y explorar su sentido es una manera de hacer el amor, sobre todo cuando lo que se escribe está inspirado por alguien o se ha prometido a alguien.25

XIII. LA ATENCIÓN

En una entrevista a Yourcenar, que se puede ver en YouTube, la escritora afirma:

La principal razón de la mala literatura, especialmente del escritor joven, es que se dice a sí mismo: “estoy pensando en algo, estoy sintiendo algo, me estoy diciendo algo, por lo tanto, estoy listo para escribir un libro”. Pero ¿piensa, siente, se dice realmente algo o lo que surge de su mente no es sino una reflexión de polvo, de algo que ha oído, que le han dicho que cree sentir o que piensa creer? Estamos a años de la realidad. El primer deber del escritor es la atención. Escribir un gran libro es colocar toda la atención, toda la voluntad de la que se es capaz en una sola acción, es ver exactamente lo que ocurre dentro y fuera de uno mismo.26

XIV. LA FELICIDAD

A los 18 años, en Alexis o el tratado del inútil combate, Yourcenar escribió: “Toda felicidad es inocencia”;27 a los 48, en Memorias de Adriano: “Toda felicidad es una obra maestra”;28 poco antes de su muerte, en La vuelta a la prisión:

Estaba en un hotel en Tokio cuando sentí, no un instante de felicidad, porque la felicidad no se mide por instantes, sino la súbita conciencia de que la felicidad nos habita.29

Al final de su vida eligió estas líneas para su epitafio:

Quiera Aquel que Es, quizá, dilatar el corazón de la humanidad a la medida de toda una vida.30

Así he ofrecido un repaso, a manera de homenaje y celebración —lamento haber dejado fuera esta vez su teatro y su poesía—, por algunos rasgos de la personalidad y obra de esta mujer sabia, artista excepcional, cuyo aniversario recordamos apenas el pasado 8 de junio.

Notas

1 Marguerite Yourcenar, “De cómo se salvó Wang-Fo”, versión de Alberto Román, revista Nexos, 1 de agosto, 1980. http://www.nexos.com.mx/?p=3685

2 Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano, Hermes, México, 1982, p. 331. Traducción de Julio Cortázar.

3 Marguerite Yourcenar, Recordatorios, Alfaguara, Madrid, 1985, p. 266. Traducción de Emma Calatayud.

4 Marguerite Yourcenar, Archivos del Norte, Alfaguara, Madrid, 1985. p. 67. Traducción de Emma Calatayud.

5 Idem, p. 75.

6 Ibidem, p. 369.

7 Marguerite Yourcenar, Quoi? L'Eternité, Gallimard, París, 1988, p. 204. Salvo mención contraria, las traducciones son del autor de este ensayo.

8 Idem, p. 207.

9 Idem, p. 226.

10 Marguerite Yourcenar, Essais et Mémoires, Gallimard, París, 1991, p. 587.

11 Idem, p. 193.

12 Ibidem, p. 267.

13 Ibidem, p. 139.

14 Marguerite Yourcenar, La Couronne et la Lyre, Gallimard, París, 1979, p. 407.

15 Octavio Paz, Obra poética (1935-1988), Seix Barral, México, 1991, p. 681.

16 Marguerite Yourcenar, Fleuve profond, sombre rivière, Gallimard, París, 1966, p. 129.

17 Marguerite Yourcenar, Lettres à ses amis et quelques autres, Gallimard, París, 1995, p. 392.

18 Idem, p. 457.

19 Discurso de recepción en la Academia: http://www.academie-francaise.fr/discours-de-reception-de-marguerite-yourcenar

20 Ibidem.

21 Marguerite Yourcenar, Como el agua que fluye, Alfaguara, España, Madrid, 1983, p. 207. Traducción de Emma Calatayud.

22 Marguerite Yourcenar, La voz de las cosas, textos reunidos e introducidos por Marguerite Yourcenar, Gadir, Madrid, 2005, p. 13. Traducción de Carlos Manzano.

23 Idem, p. 114.

24 Marguerite Yourcenar, Les yeux ouverts. Entretiens avec Mathieu Galey, Gallimard, París, 1980, p. 232.

25 Yourcenar, Quoi?..., p. 151.

26 Entrevista con Jean Faucher: http://www.youtube.com/watch?v=M-FCiwuVndk

27 Marguerite Yourcenar, Alexis o el tratado del inútil combate Alfaguara Bolsillo, Madrid, 1992, p. 72.

28 Yourcenar, Memorias..., p. 186.

29  Yourcenar, Essais, p. 639.

30 Yvon Bernier, En mémoire d’une souveraine: Marguerite Yourcenar, Bóreal, Montréal, 1999, p. 158.