"Un mundo más hermoso y justo"

El siglo XVII puede verse lejano, pero habita entre nosotros: a partir de la ironía, el deseo y una musicalidad
sin paralelo, el poeta John Donne (1572-1631) suele agitar las entretelas contemporáneas
más que algunos autores de hoy. Violencia e inmensidad en los siglos XVI y XVII. Algunos poetas ingleses
es el título que da a conocer en estos días el sello El Tucán de Virginia, una edición bilingüe con versiones
del poeta Víctor Manuel Mendiola e ilustraciones de Paloma Díaz Abreu, que incluye estos poemas perdurables.

A su amante que se acerca a la cama
A su amante que se acerca a la camaFoto: Pixabay
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TRADUCCIÓN VÍCTOR MANUEL MENDIOLA

ADIÓS AL AMOR

Sin prueba alguna,

pensé que había un numen del amor

y lo honré y le rendí veneración,

e igual que los ateos en la muerte

llaman poder extraño a lo que no

atinan designar de ningún modo,

yo pedí y supliqué ignorantemente:

cuando el hombre codicia lo que no

sabe, nuestros deseos lo conciben,

pequeño o grande, según nuestro afán.

Como los niños que no ven al rey

de feria armado en su dorado trono,

después de que han corrido por tres días,

los amantes no admiran ciegamente

a quien antes seguían con suspiros;

mengua el deleite que creaba el gozo:

la experiencia de todos los sentidos

queda mermada a uno solo de ellos

y es tan exigua cosa que produce

una especie de carga en nuestro espíritu.

Ah, ¿no podemos ser como los gallos

o los leones plácidos después

de los placeres? O quizá la sabia

naturaleza lo ordenó (a sabiendas

de que tal acto, dicen, roba un día

de vida cada vez que lo cumplimos);

es como si ella quisiera que el hombre

despreciara el deseo, porque la otra

maldición, disfrutar intensamente

unos minutos, crea descendencia.

Mi corazón ya no anhelará el gusto

que nadie puede hallar, no adorará

ni correrá por todas esas cosas

que me han dañado y cuando yo me acerque

a donde están las bellas turbadoras,

como los hombres bajo el sol de agosto,

evitaré la luz, aunque me guste.

Me haré a las sombras. Y si todo falla,

me aplicaré en el rabo un lenitivo.

A SU AMANTE QUE SE ACERCA A LA CAMA

Ven, mujer, ven, el ocio me estimula

y hasta cuando trabajo estoy en la cama.

El enemigo que ota a su enemigo

se cansa de esperar si no pelea.

Fuera esa faja, deja libre el cielo,

que ciñe un mundo más hermoso y justo.

Elimina esa prenda de tus pechos,

que espiaron las miradas de los bobos.

Desátate con esa grata música,

ella me dice “es hora de la cama”.

Deja caer las prendas que yo envidio,

permanecen aún sobre tu cuerpo.

Al desnudarte ofreces dulce rostro,

como cuando la miel brota en los montes.

Quítate ese sombrero y mostrarás

la tupida melena que te adorna;

descálzate y camina con firmeza

al puro templo amado de esta cama.

Los ángeles con esas ropas suelen

visitar a los hombres; tú, ángel, traes

un cielo como el jardín de Mahoma;

y aunque el demonio vista un velo blanco

vemos que no es un ángel; uno, para

los pelos, mientras tú yergues la carne.

Deja correr mis manos errabundas

arriba, abajo, atrás, delante y entre.

Oh, mi asombrosa tierra hallada, América,

el mejor reino cuando sólo es de uno,

mi arca de piedras lúcidas, mi imperio,

qué gran fortuna tengo al descubrirte.

Caer en estos lazos es ser libre;

y la mano por eso deja huella.

El gusto es tuyo, desnudez total.

El alma debe ser cuerpo desnudo

que prueba todo. Las alhajas que usan

las damas son las pomas de Atalanta;

hurtan la vista de los hombres tontos.

Ellos codician joyas, no doncellas.

Las mujeres, igual que un lienzo o libro

vano, se arreglan para los ingenuos;

ellas son textos místicos, que sólo

deben ver los que tienen su indulgencia;

así, siendo yo como una partera,

apresúrate y quítate esa enagua.

Aquí no hay penitencia ni inocencia.

Por eso, para guiarte, estoy desnudo,

¿qué te puede cubrir mejor que un hombre?