Paul Virilo velocidad y poder

Paul Virilo velocidad y poder
Por:
  • naief_yehya

No recuerdo cuál fue mi primer encuentro con la obra de Paul Virilio. Seguramente ocurrió alrededor de mediados de los años ochenta, cuando junto con Guillermo Fadanelli, Jahaciel García, Julio García y Antonio Sacristán, entre otros, conspirábamos para crear la revista Moho y descubríamos los textos de Jean Baudrillard, Alain Finkielkraut, Jean François Lyotard y otros con los que tratábamos de descifrar el marasmo que se denominaba posmodernidad. Años después, durante la Primera Guerra del Golfo en 1990, en que el manejo propagandístico de la información (el llamado efecto CNN) y la manipulación mediática adquirieron un carácter grotesco al presentar la guerra como un entretenimiento en (una ilusión de) tiempo real, regresé a las páginas de Virilio. Recordaba haber leído textos donde vinculaba a la guerra con la tecnología, la arquitectura y la cultura popular. Este reencuentro transformó mi perspectiva de la guerra, del uso de las imágenes como herramientas ideológicas y sobre todo de la importancia de la velocidad en los conflictos. Fue por su influencia que escribí el libro Guerra y propaganda. Medios masivos y el mito bélico en Estados Unidos (2003).

Paul Virilio murió de un infarto el pasado 10 de septiembre a los 86 años, luego de escribir numerosos libros reveladores, que por momentos se antoja considerar como auténticos oráculos de la tecnocultura. Este pensador singular nacido en París, hijo de un padre comunista italiano que era un inmigrante ilegal en Francia y una madre católica bretona, estudió en la École des Métiers d’Art y se especializó en vitrales. Junto con su esposa, Suzanne Gruault, montó un taller y trabajó a principios de los años cincuenta con Georges Braque en Varengeville, y con Henri Matisse en los vitrales de la capilla del Rosario en Vence. Cuando tenía alrededor de 18 años se convirtió al cristianismo y durante muchos años trabajó al lado de grupos religiosos y seculares para solucionar los problemas de vivienda de los indigentes, los inmigrantes y los refugiados.

Más tarde se concentró en la arquitectura y la filosofía. Virilio estuvo vinculado con la generación de pensadores que emergieron de la efervescencia intelectual de mayo de 68. Participó en la ocupación de las universidades parisinas y a petición de los estudiantes comenzó a dar clases en la École Spéciale d’Architecture, donde en 1969 creó el taller Virilio y fue académico durante más de treinta años. En 1975 publicó el libro Arqueología búnker, el cual acompañaba a la exposición del mismo nombre, de la cual fue curador en el Musée des Arts Décoratifs de París.Ahí reflexionaba en torno a la estructura y la ideología que representaban los búnkers nazis de la costa atlántica (ese inmenso fracaso arquitectónico que fue Atlantikwall). El motivo de su búsqueda intelectual surgía de haber sobrevivido, durante la Segunda Guerra Mundial, a las fuerzas de ocupación nazis que tomaron la ciudad de Nantes (donde su familia había buscado refugio) y a los bombardeos aliados. La guerra fue su universidad y él fue un bebé del Blitzkrieg.

Virilio tenía una pasión por París, donde radicó casi toda su vida. Sin embargo, buena parte de su trabajo está dedicada a analizar la manera en que las ciudades, especialmente a partir de las revueltas del 68, se transformaron en una maquinaria opresiva de acoso, espionaje y represión en donde la iluminación, las cámaras y las pantallas se emplean para vigilar e intimidar a los ciudadanos. Desde los años setenta, anticipó la manera en que el miedo y la paranoia transformarían la cultura y las urbes; al mismo tiempo reflexionó sobre el impacto de las guerras, que pasaron de ser confrontaciones entre ejércitos a volverse agresiones en contra de poblaciones civiles. La aglomeración urbana que durante siglos representó un espacio de diversidad, tolerancia, fertilidad intelectual, individualidad y supervivencia económica, se fue convirtiendo en un espacio policiaco a menudo deshumanizado. Asimismo, la ciudad se vuelve frágil ante los ataques aéreos y más tarde vulnerable a las agresiones con ondas hertzianas en forma de propaganda y desinformación.

"Virilio fue un pesimista con respecto al progreso tecnológico. Siempre intuyó los usos macabros de las nuevas tecnologías, así como su impacto sensorial, emocional, moral y político. Sin embargo, nunca fue un nostálgico".

A LO LARGO de su carrera, Virilio se relacionó con numerosos artistas e intelectuales, principalmente con el director de cine Eric Rohmer y el escritor George Perec. Así como, por un lado, él tomó elementos del trabajo de Foucault, como la idea del panóptico, a su vez influenció a pensadores como Gilles Deleuze y Félix Guattari, quienes exploraron conceptos que él acuñó, como la desterritorialización. Se le ha vinculado con los posestructuralistas y los posmodernistas, sin embargo. siempre rechazó etiquetas y la pertenencia a grupos intelectuales.

Entre los elementos más importantes de la obra de Virilio están sus reflexiones sobre la velocidad, la visión y el accidente. La primera es la fuerza elemental de su lógica: la velocidad es poder y es violencia. La carrera armamentista es una frenética puesta en escena de la búsqueda incesante del golpe fulminante que tome al enemigo por sorpresa y desprotegido. Esa carrera parecía culminar con los misiles balísticos intercontinentales que podían borrar ciudades y exterminar a la humanidad en un suspiro. Pero los cauces de las confrontaciones militares cambiaron radicalmente y hoy la guerra se pelea con otras tecnologías, como los drones que dependen de la visión maquinal remota para cercar y eliminar al enemigo, uno a uno: la visión como arma, otro paradigma que Virilio estudió y del cual escribió ensayos fascinantes, desde Guerre et cinéma (1984) hasta Écran du Désert (1991), entre otros. Aparte de eso, la carrera armamentista sigue vertiginosa en otros dominios, como las armas bacteriológicas, los misiles de precisión y las armas no convencionales, pero especialmente en la robótica y la inteligencia artificial. La velocidad no perdió su relevancia. El concepto del accidente integral y su poder para determinar el destino de la humanidad está presente en la posibilidad de una guerra nuclear provocada por una falla de software, en un cataclismo económico (como el de 2007-2008), así como en los errores tecnológicos catastróficos y los accidentes climáticos provocados por el calentamiento global (destrucción, migraciones masivas de refugiados del cambio climático, desaparición de espacios habitables y guerras por el control de nuevas rutas mercantiles). Virilio predijo que en el futuro cercano, en vez de que la guerra sea la continuación de la política por otros medios (como escribió Von Clausewitz), lo será el accidente integral. “Inventar el navío es también inventar el naufragio”, declaró al diario Libération (10 de mayo de 1996). Asimismo creó el concepto de la bomba de la información, al señalar que la sobreabundancia informativa y contradictoria crearía un efecto de desinformación, confusión y fanatismo aún peor del que provoca un Estado censor.

LA CÁMARA-BOMBA de la Operación Tormenta del Desierto recordaba a la cámara asesina de la polémica película de Michael Powell, Peeping Tom (1962), y la extrema fetichización de la mirada masculina. Esas imágenes granulosas, que terminan en un borrón blanco pixelado, se repetían en las pantallas una y otra vez, como un recordatorio del poder estadunidense, sin revelar información, táctica o alivio. Esas imágenes de un conflicto maquinal en un espacio bélico “sin humanos” representaban un verdadero nuevo orden mundial, en que la destrucción de la infraestructura de una nación se había convertido en entretenimiento. Virilio mostró que las campañas de bombardeos quirúrgicos, con su pretendida finalidad humanitaria, no eran más que un velo del caos frenético y nihilista de guerra posmoderna. En este contexto, sus ideas sobre la importancia de la velocidad (“la velocidad es el poder en sí mismo”) adquirieron un valor extraordinario y se convirtieron en elementos esenciales para entender la dinámica de los conflictos del fin de siglo.

Mucho antes de que Edward Snowden revelara el espionaje masivo y planetario que lleva a cabo Estados Unidos a través de la NSA [Agencia de Seguridad Nacional], Virilio denunció a esa organización como un ministerio de información mundial y se preguntaba hasta dónde llegaría la complicidad entre internet y la agencia de espionaje. Virilio fue uno de los grandes escépticos de la idea de que internet es un espacio democrático: nunca perdió de vista el hecho de que fue una creación de ARPA [Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa], una agencia militar dedicada a pelear la Guerra Fría,  y que tenía por objetivo contender con el lanzamiento del satélite soviético Sputnik. A la Guerra Fría le siguió una guerra de la información. Internet apareció como una iniciativa para comunicar instituciones de investigación que llevaban a cabo proyectos militares, pero creció y se extendió, dando lugar al World Wide Web, con su apariencia familiar y accesible. Este proyecto lanzado por militares, quienes subcontrataron la mano de obra y las ideas de numerosos jóvenes que creían construir un espacio igualitario y abierto, resultó central para los intereses del complejo militar-corporativo-informativo. Una red donde domina el consumo y el espionaje.

[caption id="attachment_824746" align="alignnone" width="945"] Operación Tormenta del Desierto, 1991. Fuente: charlotteobserver.com[/caption]

VIRILIO FUE UN PESIMISTA con respecto al progreso tecnológico. Siempre intuyó los usos macabros de las nuevas tecnologías, así como su impacto sensorial, emocional, moral y político. Sin embargo, nunca fue un nostálgico o un retrógrada: su lucha era en contra de la propaganda tecnológica, de los mitos de la modernidad, así como en contra de la administración del miedo. En su libro Lo que viene (traducido al español en 2005), se refiere a un totalitarismo del progreso y la ciencia que exige la liberación de la humanidad con o sin su consentimiento y que predica una lógica triunfalista de la aceleración que “más que llevarnos a la utopía nos conduce a la ucronía”. El pasado no era mejor que el presente, pero sin duda el futuro acechaba siempre ominoso, con mayores niveles de desigualdad, manipulación, autoritarismo y confusión ante la aparente desaparición de certezas.

Virilio puso en evidencia que la leyenda del progreso liberal era en gran medida un fraude. Anticipó el declive grotesco de la política y las instituciones democráticas al analizar el triunfo de Sergio Berlusconi: “Italia acaba de caer en un sistema bipartidista del tercer tipo en el que la alternativa ya no es entre la izquierda clásica y la derecha, sino entre la política y los medios de comunicación”. Ahí mismo anunció que la telerrealidad estaba invadiendo la esfera pública o bien la res publica. “La telecracia ha derrotado a la democracia representativa, los ratings de audiencia al sufragio universal”. Hoy, en tiempos de Trump y de la nueva oleada de charlatanes de extrema derecha que acceden al poder mediante las urnas, ya no sorprende a nadie que vivimos en una era de “democracias virtuales genuinas... democracias lúdicas para telespectadores infantilizados”.

Virilio planteaba que la democracia moriría no tanto por acciones armadas de grupos fascistas o movimientos reaccionarios sino por la velocidad y la imposibilidad de deliberar racionalmente. En vez de democracia nos hemos quedado con una dromocracia (dromos viene del griego y significa carrera). Virilio acuñó el término dromología para referirse al estudio de la velocidad como esencia y poder transformador de la sociedad tecnológica. No dejaba de maravillarse ante el hecho de que “Vivimos en una sincronización de las emociones y mundialización de los afectos”. Los acontecimientos importantes se vuelven planetarios en un instante y se suceden con tal velocidad que es imposible asirlos o evaluar su relevancia. La impresionante aceleración que ha tenido la historia del último año es la mejor prueba de que Virilio estaba en lo correcto en su percepción del poder desarticulador de la velocidad.

Virilio fue mi guía a través del proceso fascinante y aterrador que ha sido la hiper-tecnologización y la digitalización de todo. Sus palabras siempre daban consuelo e ideas para descifrar las consecuencias de la desintegración que ha traído el colapso de las ideologías, la guerra sin fin y el voraz realismo capitalista (Mark Fisher dixit). El impacto de la tecnología en los últimos veinte años es descomunal: estamos ante los efectos de un Big Bang mediático y electrónico que tiene un poder enorme para afectar nuestras vidas. El pensamiento de Virilio hará mucha falta en los próximos años, mientras avanzamos desbocados entre guerras y desastres mediáticos para entonces ceder cada vez más control a inteligencias artificiales y algoritmos.