Dolores Castro

Semilla del entretiempo

Escribía mientras esperaba el cambio de luz de los semáforos. De ese calibre era su amor por la palabra
y por la combustión que ésta es capaz de generar en un lector. Dolores Castro falleció el pasado
30 de marzo: dejó a su paso una notable obra poética, textos narrativos y ensayos, además de una incontable
cauda de nuevos poetas que se iniciaron bajo el auspicio de sus talleres literarios. Como apunta
Gloria Vergara, su trabajo abordó lo íntimo y lo universal, el transcurrir cotidiano de la sombra, el huracán y la llama.

Dolores Castro (1923-2022).
Dolores Castro (1923-2022).Fuente: archivotomasmontero.org
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Poeta y narradora, ocupó un lugar decisivo en el impulso de la cultura y las letras mexicanas. Al igual que Enriqueta Ochoa y Raúl Renán, fue formadora incansable de nuevos poetas a través de los talleres literarios que impartió hasta sus últimos días.

Dolores Castro Varela nació el 12 de abril de 1923 en Aguascalientes y murió el 30 de marzo de 2022, en la Ciudad de México. Estudió derecho y literatura en la UNAM, además de estilística y estética en la Universidad de Madrid, durante el viaje que hizo con Rosario Castellanos a Europa. Formó parte del Grupo de los Ocho, del que también eran miembros la propia Castellanos, Javier Peñaloza, Alejandro Avilés, Octavio Novaro, Efrén Hernández, Honorato Ignacio Magaloni y Roberto Cabral del Hoyo. Colaboró, como varios de ellos, en la revista América; Alfonso Méndez Plancarte, director de la revista Ábside, les publicó en 1955 el libro Ocho poetas mexicanos.

Entre varios otros reconocimientos, Dolores obtuvo el Premio Nacional de Poesía de Mazatlán 1980, el Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde 2013, el Premio Nacional de Ciencias y Artes en Literatura y Lingüística 2014; adicionalmente obtuvo la Medalla José Emilio Pacheco 2016. Fue autora de los poemarios El corazón transfigurado (1949), Siete poemas (1952), La tierra está sonando (1959), Cantares de vela (1960), Soles (1977), Qué es lo vivido (1980), Las palabras (1990), Tornasol (1997), Oleajes (2003), Íntimos huéspedes (2004). Escribió además la novela La ciudad y el viento (1962), así como el ensayo Dimensión de la lengua en su función creativa y esencial (1989). Su trabajo ha sido recopilado en No es el amor el vuelo. Antología poética (1992), Obras completas (1991 y 1996), Sonar en el silencio (2000), Qué es lo vivido. Obra poética (2003), La vida perdurable. Antología poética (2007), A mitad de un suspiro (2008), Viento quebrado. Poesía reunida (2010) y Río memorioso. Obra reunida (2018).

El trabajo de esta autora ha sido fundamental en el desarrollo literario de las mujeres en México. Al romper los estándares de la crítica canónica, como Nahui Olin, Concha Urquiza, Griselda Álvarez, Guadalupe Pita Amor, Amparo Dávila, Guadalupe Dueñas, Margarita Michelena, Margarita Paz Paredes, Rosario Castellanos y Enriqueta Ochoa, Castro es considerada una escritora fundacional en la nueva poesía mexicana iniciada en las primeras décadas del siglo XX. Ellas, entre otras muchas que hace falta nombrar, reconocer y estudiar, abrieron rutas posibles a las diversas voces femeninas que hoy reconocemos.

La narradora y poeta de Aguascalientes.
La narradora y poeta de Aguascalientes.Fuente: semmexico.mx

Castro impuso su lucha en la escritura; logró hacer de los espacios comunes un ámbito para el surgimiento de la palabra poética, pues como ella misma confesó, hay que “estar dispuestos a escribir aunque sea frente al cambio de luz de los semáforos”.1 Y en ese afán de mantener los ojos abiertos ante la poesía que nos ayuda a percibir la realidad, Lolita inspeccionaba el mundo mientras conducía de la escuela al hogar. Como poeta supo dar a la palabra la combustión exacta: su pasión por la vida ardía igual en la tinta de su pluma que en los diversos roles que desempeñó como mujer.

Asumió su labor creadora con sencillez, pero la precisión y el rigor lingüísticos fueron su mejor arma para configurar el conocimiento profundo de la existencia del ser. La de ella es una voz que canta a sabiendas de que el fundamento de la condición humana está en el amoroso dolor de vivir. Su discurso deja ver la existencia como un milagro, a partir de la construcción metafórica que toca los matices filosóficos y de lo sagrado. Así, por ejemplo, configura la verticalidad en la relación de las criaturas con la imagen de Dios cuando privilegia, entre las imágenes aéreas, la del pájaro caído, roto. En esa búsqueda, el hombre es como el viento: va sin rumbo, como loco, dijera Jaime Sabines, porque en el espacio poético de la poeta hay siempre un vuelo como deseo irrefrenable de alcanzar a Dios, a la vez que surge la conciencia de las limitaciones a través del barro, el ala rota, la rama que cruje. Entonces la vida se convierte en un rito. Como en la poesía de la brasileña Adelia Prado, la voz poética de Dolores Castro hace de los hábitos pequeños ritos y de éstos, una mística cotidiana, en donde la contemplación de la luz del día es ya un ritual: “La luz del día se abrió como una flor: / aún la toco / cuando cierro los ojos”.2 Porque la poesía nos ayuda a percatarnos del ritmo y de la esencia de la vida.

En el espacio poético hay un vuelo como deseo de alcanzar a Dios, a la vez que surge la conciencia de las limitaciones... el barro, el ala rota, la rama que cruje .

EN SU OBRA PODEMOS seguir el entramado poético desde una percepción de las imágenes cósmicas que nos permite vislumbrar las aristas de esa mística a la que nos referimos antes. Dolores es una poeta que inspira, que hace visible la verticalidad como ruta ascencional, y acentúa la representación de la condición humana a través de la imagen del pájaro herido, ciego, el pájaro dormido, roto, abandonado —que marca una relación con la imagen divina: “Yo soy un pobre pájaro dormido / en la tierra de Dios, / bajo sus ojos he perdido las alas / y mi canto es el canto de las mutilaciones”.3 La tórtola, la paloma, el zenzontle, la garza, la golondrina y el colibrí establecen el movimiento semántico del vuelo como espacio sagrado. El tiempo arquetípico como eternidad es definido por la paloma, mientras el zenzontle simboliza la fugacidad del tiempo: “El fulgor en el baño del zenzontle, / un sacudir de gotas irisadas / entre las pardas plumas, / eso dura la infancia”.4 Pero además del vasto campo de las aves, Castro construye una semántica del viento que define el transcurrir cotidiano en el aterrizaje del amor, la sombra, la tempestad, el huracán, la llama. Así se va entremezclando para conformar el remolino en que amor y viento se confunden: “Porque el amor es el dolor del viento”,5 que se une a la imaginación cósmica total.

Al decir de Bachelard, “el poeta más profundo descubre el agua vivaz, el agua que renace de sí”.6 En Dolores Castro el mar, el río, las gotas de lluvia, el huracán se entreveran con el llanto, las lágrimas, la sangre en la representación del fluir humano. Incluso la leche, la savia y demás elementos de liquidez que menciona Bachelard toman forma y se renuevan en la poesía de la escritora. El agua es una realidad psíquica que define la voz poética, cuando dice: “Ha gastado la lluvia mis angulosos bordes”.7 Y el mar delinea el llanto, el amor doloroso, la existencia. El mar es origen y fin, inmensidad que interioriza y provoca el autoconocimiento. Así, el agua se convierte en manifestación de búsqueda. La poeta enuncia: “Tragando lágrimas / me alimento”8 y nos recuerda las sintéticas palabras de José Gorostiza en sus Canciones para cantar en las barcas: “A veces tengo ganas de llorar / pero las suple el mar”, porque entonces el mar se hace íntimo en la sangre que “suena amorosa”.

Las imágenes de tierra también sirven a la poeta para revisar la intimidad individual, pero además implican “la voluntad de mirar el interior de las cosas”.9 El barro, el polvo y la piedra señalan la carga bíblica en la poética cósmica de Lolita Castro. “Volverá el polvo al polvo / caerán desmenuzados los cabellos / como último baluarte de mi cuerpo”.10 Es el destino del ser. De igual forma el campo semántico de los árboles apuntala, desde la imaginación material de la tierra, la verticalidad de lo sagrado y la percepción de la condición humana. La rama que cae, la que sirve al pájaro que posa, la que sostiene el nido alcanzan un alto grado de significación en la maleabilidad del ser y sus realidades psíquicas.

El fuego y el calor son fuente de recuerdos, de experiencias personales, tienen que ver con lo íntimo y lo universal en la poesía de Castro. Es lo que desciende, se oculta en las pasiones: el odio, la venganza, sentimientos que salen del corazón. Castro destaca la ceniza como manifestación del fuego que ya no es, así como la luz y sus deslizamientos semánticos: lo luminoso, el día, lo que brilla, lo esplendoroso, la llama, el calor y el rayo. Así el fuego marca también el paso de la existencia. La voz lírica anuncia el milagro de ver, de despertar, de ser. A través de la luz surge lo ritual. Las palabras “arden, arden”, leñosas o verdes, arden como las pasiones.

El mar es inmensidad que provoca el autoconocimiento. Así, el agua se convierte en manifestación de búsqueda. La poeta enuncia: Tragando lágrimas / me alimento .

LA NOVELISTA

En paralelo a su amplia trayectoria como poeta, la autora de Aguascalientes publicó la novela La ciudad y el viento (1962) y con ella reveló una vida provinciana, envuelta en los rescoldos de la postrevolución y la Guerra Cristera. “Es el año de 1934; la gente de la ciudad se apresura a tomar posiciones en una lucha que prácticamente no ha cesado”, dice la voz narrativa.11 La ciudad es el simbolismo de las ruinas, lo que impera son las rencillas, el robo, la pobreza. “Ahora las gavillas rapaces, hambrientas, vivían a salto de mata sin saber bien qué planes podían hacer para defender a Cristo. En el mejor de los casos se atribuían funciones justicieras y castigaban a los herejes, a los de malas costumbres, persiguiéndolos por esos campos de Dios”.12 La ciudad en ruinas, cuyo simbolismo se enclava en lo histórico y la crítica a la doble moral, marca referencias hacia autores como Agustín Yáñez, Juan Rulfo o José Revueltas. En “Dios en la tierra”, cuento de Revueltas, vemos un pueblo que manifiesta su odio contra los federales. En la novela de Castro, un grupo de mujeres enfurecidas linchan a un hombre inocente, pensando que es del gobierno.

En La ciudad y el viento encontramos también una coincidencia significativa con La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes. Las dos novelas se publicaron en el mismo año y ambas contienen la historia de un hombre en ruinas, un militar a punto de morir. En la obra de Dolores Castro, el general Alberto García, quien peleó contra los franceses, delira, ve sombras, habla con los muertos, mientras lo cuida en el lecho de muerte su nieta Estela.

Y es a través del tema de la muerte que el discurso de la autora abre un diálogo con lo filosófico y lo fantástico de escritoras como Amparo Dávila y Guadalupe Dueñas. El personaje Dolores es quien delinea este hilo conductor, manifestándose como mensajera de la muerte. El abuelo de Estela se niega a recibirla porque la ve como un augurio funesto: “Siempre llega a tiempo, vestida de negro como los zopilotes. Aguza los ojos saltones mientras dice: '¡Sal alma!...'. Hija, dile que no estoy para ver a nadie, que dejen a un pobre viejo en paz. No quiero consuelos, no quiero auxilios; no quiero verla, sobre todo”.13

Dolores Castro
Dolores Castro

PALABRAS FINALES

A sus casi 99 años, Dolores Castro deja una huella imborrable entre las nuevas generaciones de escritores, principalmente de poetas mexicanos, que cobijaron sus primeros versos a la luz de sus talleres literarios, en la amistad que entreveraba en sus correcciones poéticas o en los lectores atentos que han sabido medir el ritmo existencial de sus versos. La palabra leñosa, que arde como el cuerpo, seguirá siendo baluarte para resistir los embates de la realidad, de las realidades avasalladoras de nuestro tiempo. Lolita creció en los rescoldos de un México convulso y se fue de este mundo hace pocos días, con el México violento que no terminamos de comprender.

Sólo una mirada integradora, cósmica, como la que ella nos heredó, una palabra que abra como semilla el entretiempo, que comulgue y se construya de la imaginación material de la naturaleza, una palabra que arda y provoque combustión en nuestro pensamiento, sólo ésa que se filtra de lo pueril para salir renovada en una aspiración sagrada puede asegurarnos como seres humanos con esperanza. Pues aunque hay dolor en la esperanza, lo que se asoma en ella sigue siendo el deseo de ser, de persistir en este mundo.

Notas

1 Gloria Vergara, “Del sonoro silencio. El sentido de la revelación poética en Dolores Castro”, en Identidad y memoria en las poetas mexicanas del siglo XX, Universidad Iberoamericana, México, 2007, p. 40.

2 Dolores Castro, Qué es lo vivido. Obra poética, BUAP / Universidad Autónoma de Zacatecas / Ediciones del Lirio, México, 2003, p. 67.

3 Idem, p. 19.

4 Idem, p. 59.

5 Idem, p. 24.

6 Gaston Bachelard, El agua y los sueños, FCE, México, 2003, p. 23.

7 Dolores Castro, idem, p. 19.

8 Idem, p. 184

9 Gaston Bachelard, La tierra y las ensoñaciones del reposo, FCE, México, 1996, p. 20.

10 Dolores Castro, idem, p. 36.

11 Dolores Castro, La ciudad y el viento, en Obras completas, Instituto Cultural de Aguascalientes, México, 1996, p. 146.

12 Idem, p. 180.

13 Idem, p. 146.

GLORIA VERGARA (Coahuayana, Michoacán, 1964), es profesora-investigadora de la Universidad de Colima. Ha publicado Identidad y memoria en las poetas mexicanas del siglo XX, Nivel de sombra. Antología personal y Ruminalkatum [prácticas de duelo], entre otros libros.