Terapia

PSICOGRAFÍA

Terapia
TerapiaIlustración: Manan Oberoi
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En una página de La vida a ratos Juan José Millás escribió: huelo la depresión como un buitre en la carroña. Se le ocurrió un día en que, esperando un tren, se cruzó con un hombre cuyos párpados mostraban la pesadez que proporciona un coctel de ansiolíticos. Millás imaginó a aquel hombre al despertar, sentado en el borde de su cama, observando el día que tenía por delante como un túnel negro, negro, negro. Dicen que la depresión no es una enfermedad sino un trastorno, que no se combate ni se erradica ni se cura. Es un estado transitorio, pero no tiene un fin exacto. Y es verdad, no tiene fin. Después de haber vivido una depresión nunca sabes si has dejado de estar deprimido, si volverás a estarlo, si pudo haber sido más grave.

En mi última racha depresiva conocí la terapia grupal. No haría falta que diga que no soy experto en ninguna metodología o forma de la psicología, pero sé algo básico: El paciente debe sentirse cómodo en terapia, ¿o no? Asistí diez semanas a las sesiones. Soy tímido, hablé poco. Me sentí también un poco ridículo, porque entre los miembros del grupo mis problemas parecían infantiles: Una mujer cercana a los sesenta años asistía porque su marido, un hombre alcohólico y violento, había muerto unos meses antes. Otro de los compañeros era un policía judicial retirado, que había participado en redadas y tiroteos, y había sido expulsado por su padrastro de la casa familiar a los 12 años. Yo estaba ahí porque a veces duermo mal, porque tuve algunos ataques de pánico mientras trabajaba, por la necesidad de hablar con alguien y por alejar mis demonios personales de mi propia casa.

En la primera sesión me presenté. No pude evitar pensar en la obvia comparativa y quise decir tontamente: Hola, soy Mauricio y soy alcohólico. No lo dije. Casi nunca digo lo que pienso. Tampoco suelo escribir lo que pienso. Borro las frases dos o tres veces antes de dejarlas sobre la hoja. Ese es el problema principal que quería tratar en terapia, mi habitual incapacidad expresiva, pero la terapeuta quería hablar de mi madre.

–¿Cómo es tu relación con ella?

– Muy buena. Fluida. Platicamos mucho, nunca dudé en contarle mis problemas. Me ha apoyado hasta en las decisiones más tontas que he tomado.

–Hay algo que no me estás diciendo, insistía ella.

No le dije nunca que me parecía que actuaba de forma agresiva con los pacientes. Cuando decidí abandonar la terapia le escribí un mensaje que decidió ignorar. Me dolió un poco. Nunca me había sentido rechazado por un terapeuta. En realidad, dejé de ir porque el consultorio me quedaba muy lejos y el grupo se reunía los viernes a las tres de la tarde. Para asistir tenía que cruzar la ciudad durante una hora de tráfico y calor sofocante.

No creo estar deprimido ahora, pero un amigo me advirtió: Es mejor atender las causas que las crisis. No le falta razón, aunque detesto pagar por la medicina preventiva. Jamás me hago análisis de nada hasta que un doctor lo requiera. Sé que es una mala práctica y no tengo ningún argumento para defenderla. Me gustaría encontrar terapeuta, ¿conocen alguno?