Fotos Jorge González La Razón
Diego el Cigala, el ahijado de Camarón de la Isla, desnudó a la noche: las fragancias rítmicas del flamenco agrietaron los ecos en un concierto de dos horas y media en el que presentó su más recienté álbum Romance de la Luna Tucumana en el Auditorio Nacional.
Piano, percusiones, contrabajo, dos guitarras y la voz borracha y punzante del cantaor madrileño hicieron el milagro. Anochecida empalmada de tango, folclor rioplatense, ritmos afrocubanos y flamenco.
Prologo instrumental desbordado de concordancias sureñas: el pianista Jaime Calabuch tejiendo conjeturas con el contrabajista Yelsy Heredia, y las guitarras en improvisaciones de guiños gitanos. Entra Cigala, arropado de azul, en susurrante fraseo de “La canción de las simples cosas”, una milonga que Mercedes Sosa popularizó en los 80 el público lo recibe con ovación prolongada. Protagonismo de la guitarra del Twanguero en el preludio con fraseo de Cigala en rondas flamencas que desemboca en un guaguancó encabezado por las percusiones y el montunero del contrabajo.
“Es un placer estar en este lugar, en este país que todo el mundo sabe que amo. Nunca lo he negado y sólo quiero sembrar mi flamenco en los filos de la ranchera mexicana”, dice el cantaor que en 2003 sorprendió al mundo, junto con el pianista cubano Bebo Valdés, con el fonograma Lágrimas negras: leyenda incitante del flamenco/bolero contemporáneo.
“Naranjo en flor”, “Los mareados”, “Milonga de Martín Fierro” (Cigala: basado en el poema de Hernández), “Dejame que me vaya”, “Por una cabeza” y “Balderrama” (una de las más hermosas chacarera/zamba del repertorio argentino: Cigala la interpreta en embriagado fraseo de ostinato en 6/8) transcurren en guardia de repasos rítmicos de sensuales propuestas gitanas: un Cigala estimulado en las raíces de la música rioplatense. Fundamentales los pulsos de Diego García, los apuntes afrocubanos de las percusiones de Isidro Pérez y las pulsaciones rumberas de Heredia.
“Un aplauso para Bebo Valdés, que me hizo sentir la cordialidad necesaria para manifestar el flamenco y explorar otras músicas”, pide emocionado Cigala. Los acordes de “Niebla de riachuelo” se tiñen de filin cubano: frases que se amplifican, se fragmentan, se extienden sobre el pañuelo armónico: sala en vilo. Aplausos delirantes. “Vete de mí” acompañado de piano en sueltos pespuntes jazzísticos. “Corazón loco”, un bolero de ardores profanos que convence al más intovertido de los mortales. “Bien pagá”, en tenues costuras funk/flamenco que desemboca en un suculento son/guaguancó protagonizado por Heredia en tributo a Cachao. “Historia de un amor” o la nostalgia untada de embriagueces.
Y entran los clústeres del piano que anuncian “Lágrimas negras” y el Lunario es una apoteosis. Cigala improvisa sobre el montuno con soltura guaguancosera. Heredia está a sus anchas con visos changüiseros que el percusionista reafirma con repiques de las congas. Las dos guitarras se lanzan tras los retumbos. Encore: “Dos gardenias” en elegante arenga.
Ramón Jiménez Salazar, es decir Diego el Cigala, repletó los estrépitos.
Todavía el lamento de su timbre retumba en la Avenida Reforma: alguien canta “Lagrimas Negras” para que no termine el prodigio.
