Desde 2017, el nombre de ocho ciudades dejó de ser una alusión geográfica para transformarse en una referencia seriéfila por excelencia: Tokio, Nairobi, Río, Berlín, Oslo, Helsinki, Denver y Moscú.
El éxito sorprendió hasta a los propios creadores, quienes no habían tenido la misma suerte cuando presentaron la serie en España y pasó, como se dice, sin pena ni gloria
Una vez que Netflix compró los derechos y la serie se estrenó a nivel mundial, el fenómeno La casa de papel se volvió imparable: decenas de niños inscritos con nombres de ciudades, y la máscara de Dalí y el traje rojo usados en Brasil, Colombia, Italia, Francia y Arabia Saudita en movilizaciones para reclamar por los derechos de las mujeres, la corrupción o la libertad.
La única serie que ha logrado que una canción de la resistencia antifascista italiana resonara en todas las radios, entre los adolescentes y hasta en los antros. Los partisanos estarían orgullosos… o, al menos, sorprendidos.
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Mi abuela solía decir que, si una fórmula funcionaba, había que repetirla hasta el cansancio. El consejo lo aplicaba al amor, al estudio y a la cocina. Si bien nuestras infancias transcurrieron a miles de kilómetros de distancia, parecería que Alex Pina —creador de la serie—, tiene una abuela similar a la mía.
La tercera temporada de La casa de papel, que se estrenó el pasado 19 de julio, no es muy diferente a las dos anteriores: un atraco que parece imposible, el plan perfecto, la policía pisándoles los talones, momentos en que parece que todo va a salir mal y los conflictos amorosos y personales entre los distintos miembros de la banda —los de siempre y los nuevos.
Sin embargo, hay algo que nos mantiene pegados a la pantalla y con el dedo imantado al botón de “ver siguiente capítulo”. ¿Cuál es el ingrediente secreto que diferencia a La casa de papel de otras series de acción? La estrategia está en pensar más allá de la técnica de guionismo y entender, de alguna forma u otra, que el mejor dardo es el que se apunta a la ilusión.
Mientras escribo este texto, se da a conocer la noticia de que Boris Johnson será el nuevo primer ministro de Gran Bretaña. Nombre que se suma a la lista de los políticos excéntricos antisistema, en la que ya figuran Donald Trump, Jair Bolsonaro, entre otros.
Dejando de lado las particularidades de cada caso, estas victorias demuestran el profundo desencanto de los votantes para con el sistema tradicional político. ¿Qué tiene que ver Boris Johnson con el éxito de La casa de papel? Mucho. La serie reivindica la resistencia. Canaliza, de forma magistral, nuestra desilusión con los gobiernos, los antihéroes con los que podemos identificarnos, la esperanza de un Robin Hood que le robe a los ricos para darle a los pobres, nuestra necesidad de creer en algo.
El símbolo de la máscara de Dalí se ha esparcido por el mundo porque parece que la ficción es la única capaz de darnos figuras que se enfrenten al poder y, aunque distan mucho de ser perfectos, alimenta la ilusión de una revancha ciudadana, medianamente justa, contra las mentiras, los excesos y la indiferencia gubernamental.
Si bien nuestros delincuentes distan mucho de ser esos ladrones con buenas intenciones que harán todo lo posible por no matar a nadie, al menos por un momento, tenemos la ilusoria adrenalina de creer en algo, mientras tarareamos O bella ciao, bella ciao, bella ciao, ciao, ciao.
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