La mayoría de nosotros preferimos vivir en la feliz ignorancia. Y no es sólo una cuestión de capacidades y saberes; decidimos no enterarnos porque la realidad es aterradora, porque las consecuencias son inabarcables y porque, a veces, es preferible no saber cuán vulnerables somos. El 18 de mayo de 2018, una falla de Facebook hizo públicos los datos de catorce millones de usuarios cuando la empresa probaba una función nueva. El 8 de octubre de 2018, Google dio a conocer que cerraría su red social Google +, ya que un fallo en su sistema (sí, todos son “fallas” en el sistema, así, sin mayor explicación) expuso los datos de quinientas mil personas. Las organizaciones que defienden los derechos digitales revelan que el 47% de los datos que son subidos a la nube son vulnerados y que, de ese porcentaje, el 47% de los datos expuestos son confidenciales.
Si seguimos buscando, la lista no haría más que extenderse y crecer. Sin embargo, y a pesar de que estas noticias son de público conocimiento, gran parte de los usuarios de internet desconoce el alcance o las consecuencias de la exposición de estos datos. ¿Es cierto? ¿En qué nos afecta? ¿Para qué los usan? ¿Nos espían? Por todas estas preguntas, y por todas las que no entran en este breve texto, es que ver Nada es privado, el nuevo documental de Netflix, no solo es divertido, sino también necesario.
[caption id="attachment_974860" align="alignnone" width="696"] Mark Zuckerberg, durante su comparecencia ante el Congreso de Estados Unidos, en 2018. Foto: AP[/caption]
La producción, codirigida por Karim Amer y Jehane Noujaim, devela y explica la forma en la que Cambridge Analytica manipuló a los votantes estadounidenses en las últimas elecciones a través de aplicaciones y test de Facebook, hciéndose con los datos de millones de personas para elaborar un perfil de cada votante de Estados Unidos y bombardearlo, de forma personalizada, con fake news y campaña publicitaria electoral a favor de Donald Trump. Si bien el caso es escandaloso, lo que resulta verdaderamente escalofriante es la posibilidad de que una empresa cualquiera pueda elaborar perfiles de conducta de cada uno de nosotros y saber, con el solo acceso a nuestros datos digitales, sobre nuestra familia, estado de ánimo, afiliación política, ideología, etc. Sólo basta con pensar cuántas fotos y ubicaciones hemos subido, las veces que aceptamos términos y condiciones sin leer, la cantidad de filtros, apps y test que hemos utilizado y todos los momentos en los que compartimos información personal en redes sociales; que si el novio, la amiga, el fallecimiento, el dolor o la alegría.
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Por supuesto, la idea de prescindir completamente de Internet también resulta absurda y, para muchos, imposible. ¿Cuál es la solución, entonces? Combatir el miedo con información, la vulnerabilidad con herramientas y la manipulación con conocimiento. Quizá de esa forma no aceptemos de buena gana entregarle nuestros datos biométricos —y todas las fotos de nuestro carrete—, a una compañía rusa por la moda momentánea de vernos más viejos. Además, podemos tener un beneficio colateral: entre tanto sticker, GIF y nota de audio, tal vez valga la pena volver a poner de moda algunas de las maravillas analógicas que parecen olvidadas, tocar el timbre de una casa, recibir de vez en cuando una carta, leer un libro en el parque, invitar a salir a alguien mirándola a los ojos, ver un atardecer… Sin sacar ni una sola foto.
El Dato: Cambridge Analytica usó información sobre lo que a la gente le gusta, sus interacciones y lo que publicaba para adaptar los anuncios en sus redes a las campañas políticas.
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