Es inmediata la complicidad que se establece entre el espectador y la cámara haciendo énfasis en los mecanismos de los artefactos cotidianos de una comunidad campirana enclavada entre las montañas de las regiones de Georgia.
Las imágenes transitan acompasadas por notas de piano, de órgano y de violín para, ante la renuncia a los diálogos y sobre un lienzo casi de ensueño, con el ir y venir de un par de viejas cabinas aéreas que sostenidas por cables le sirven de transporte a los habitantes de dicho lugar. Elaboran un encantador idilio de innegable espíritu clásico, pero sumamente conveniente para nuestros tiempos exigidos de representatividad y de naturales replanteamientos en los roles de género dentro del entretenimiento.
Son dos jóvenes chicas conductoras de tales vehículos que, cuál si fueran viejas góndolas en los canales de Venecia, recorren el cielo transportando desde niños con flores, hasta ancianas cargando gallinas y granjeros con algún bovino.

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El director alemán Veit Helmer -Baikonur (2011)- las hace protagonistas de un cautivador romance no exento de pequeñas pinceladas de sutil sensualidad, y donde los lúdicos escarceos detonan con candidez el ingenio y cierta subversión refiriéndonos a otras de sus obras, dígase la maravillosa y también silente Tūvalu (1999), alcanzando en su momento los niveles de insólito ensamble musical con objetos de uso común -cubetas, tinas y similares-, al estilo de películas como Delicatessen (1999) de Jean-Pierre Jeunet y Marc Caro.
De pronto hay por ahí un personaje cuyo cambio de actitud no llega a explicarse, además de que el consabido conflicto que pone a prueba el romance se queda un tanto corto, pero este funciona y cumple al impulsar la trama cuando parecía comenzar a perderse como un mero compilado de pequeños y cautivadores pasajes, los cuales, eso sí, siempre se sostienen con la embriagadora química de las actrices a cargo, y van muy bien enmarcados por la amenaza de un adecuado villano como de cuento infantil.
En realidad, pese a ese par de descuidos, no hay ráfaga capaz de tambalear el trayecto de esta Góndola que derrochando frescura evoca un mundo al margen de las grandes urbes, pondera lo genuino de la simpleza de las emociones y las posibilidades del manejo de la imagen y el sonido, dejando en claro que, al igual que en el amor, muchas veces en el cine sobran las palabras. La película es parte del festín fílmico que presenta en su edición 77 la tradicional Muestra Internacional de Cine de la Cineteca.

