Perdura el legado de Miyagi

Karate Kid: Leyendas, ¿por qué ver esta nueva entrega de la saga?

Karate Kid: Leyendas revive la esencia de la saga con frescura, artes marciales clásicas y un toque nostálgico que conecta con nuevas generaciones

Karate Kid: Leyendas lleva la franquicia a nuevos escenarios sin traicionar su esencia.
Karate Kid: Leyendas lleva la franquicia a nuevos escenarios sin traicionar su esencia. Foto: Wikimedia

Karate Kid: Leyendas, cuál si fuera kata del Sr. Miyagi tras encerar y pulir, el director Jonathan Entwistle entiende y depura la fórmula para, respondiendo a los requerimientos del cine actual de entretenimiento, conseguir una irresistible mezcla de frescura y nostalgia que no solo ofrece un más que satisfactorio encuentro con la esencia de la franquicia a través de esta historia sobre un adolescente asiático recién llegado a Estados Unidos, quien termina participando de un insólito torneo en escenarios callejeros; sino con la tradición de las películas de artes marciales de los años 70 y 80 que iban de la pantalla grande a la televisión e inundaban los videoclubs.

Aunque la resolución de los conflictos en las relaciones de los personajes solo se esboza lo suficiente para darlos por entendido, y todo resulta bastante predecible, recurriendo a lugares comunes —dígase la inclusión de un pequeño lugar de comida asediado por criminales de poca monta, el evento traumático que marca el pasado del protagonista, y la caída en desgracia de una persona cercana que le servirá de motivación—, todos fácilmente rastreables en películas como El furor del dragón (1972), Contacto Sangriento (1988) y Lionheart (1990); estos pasan de puntos débiles a ser parte del disfrute, gracias a lo certero de su ejecución, siempre en función de los objetivos de la trama principal, y a la vitalidad del desarrollo de espíritu videoclipero con montajes musicalizados que agilizan las transiciones.

A ello hay que agregar que siempre mantienen la calidez juvenil de la paleta de colores, incluso al adentrarse en ambientes más clandestinos, y salvo el sinsentido de las onomatopeyas del entrenamiento en China, los agregados animados funcionan a la perfección tanto para ilustrar viejos pasajes como para conectar con rasgos específicos de la cultura pop, como en el caso de los guiños a los videojuegos de peleas.

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Otro acierto está en el mensaje tras la frase “dos ramas, un árbol”, que así como sirve de sustento argumental para la unión de la escuela del Kung Fu y el Karate, también le da verosimilitud a la mezcla del estilo acrobático de Jackie Chan, con la versión más simple que siempre ha manejado la saga, alcanzando niveles de espectacularidad pocas veces visto en sus coreografías, y trasladándose a escenarios inusuales al estilo de aquella película titulada La venganza del ninja (1983), la cual tenía una de sus escenas más álgidas en una azotea.

Es evidente que hay cariño y respeto por el concepto original, además de conocimiento de causa y habilidad para manufacturar un producto consciente de que lo importante no son las pocas novedades que puede ofrecer, sino cómo lo va a relatar y a poner acorde para las nuevas generaciones sin perder a los viejos fans.

Es gracias a lo anterior que al espectador le resulta muy fácil aceptar el trato de complicidad con Karate Kid: Leyendas, película que además sabe seguir los postulados de Cobra Kai y “golpea primero y fuerte” con una entrañable secuencia de intro, y luego cierra “sin piedad” con algo muy parecido.

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