No ha pasado mucho desde que los espectadores se vieron envueltos por primera vez con El Juego del Calamar, sádico e intenso thriller de tintes sociales y humanistas, heredero de títulos como El Sobreviviente, aventura futurista protagonizada en 1987 por Arnold Schwarzenegger. Pero, sobre todo, sucesora de la película de culto Battle Royal, basada en la brutal novela nipona del mismo nombre, cuya influencia es evidente en versiones distópicas edulcoradas para el público juvenil como la franquicia Los Juegos del Hambre. La primera temporada le bastó a la serie coreana para convertirse en una de las producciones no habladas en inglés más exitosas de la historia en la plataforma de Netflix.
Hoy llega a su tercera temporada con su retorcida reinterpretación de las dinámicas lúdicas infantiles, aplicada por una organización clandestina a un numeroso grupo de adultos que, ya sea por pobreza, porque cayeron en desgracia o por simple ambición, buscan ganarse una impresionante cantidad de dinero.
Un muy anunciado y conveniente final, antes de que la fórmula termine de gastarse rayando en la comedia involuntaria como ya comenzaba a suceder con algunos personajes, dígase la supuesta mujer que escucha las voces de los dioses y que ya hasta transita con un ridículo séquito de creyentes, o el joven al que le basta un par de pastillas para empezar a sufrir síndrome de abstinencia.

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Afortunadamente, en este último, conforme avanza el primer juego entre puertas, llaves y cuchillos, y pese a lo desangelado de su temática tipo ronda infantil, se va sustentado con atención su descomposición emocional y mental que será clave para delinear el escenario final. En el caso de ella, termina convertida en una representación de las manipulaciones de la fe en situaciones extremas, y funciona a la perfección como otra de líneas argumentales que con los participantes divididos en dos bandos se tensan y entrecruzan en un intenso y sangriento vaivén espacial de cuartos y pasillos.
Dicha primera prueba no está exenta de incongruencias a nivel de ejecución producto de ciertos descuidos en las reglas, y de algunas conversaciones forzadas que no corresponden al hecho de que se trata de personas desesperadas y con el reloj en contra. Sin embargo, el ritmo no pierde el paso y se agradece la solidez al darle continuidad a personajes como el Número 456, incitador del fallido intento de sublevación, quien de abandonarse al peso de la culpa pasa a buscar una venganza distinta y más cercana, para luego encaminarse a un inesperado objetivo que podría convertirle en el jugador más vulnerable.
Lo mismo sucede con la disyuntiva que como madre e hijo enfrentan otro par de jugadores, apuntando con ello el costo que a veces tiene el hacer lo correcto pese a lo doloroso de las incapacidades propias y ante el acecho de rivales completamente amorales. Algo que se entremezcla con el inminente alumbramiento de una de las participantes más jóvenes, abriendo así el camino para el agregado más arriesgado de toda la serie y que servirá para luego exponer la vileza humana en toda su despreciable magnitud.
Ya habiendo concretado dichas transiciones, es en el segundo juego en que se definen los roles finales en una dinámica mucho más controlada y despiadada a nivel dramático, con los sacrificios lógicos y hasta incluso predecibles, pero que dejan un escenario casi insuperable para el protagonista, quien ahora no sólo tiene que hacerse cargo de sí mismo. Además, reaparece la muñeca Young-hee y su versión masculina, que es una simple referencia para los fans de la serie.
En paralelo vemos al detective que, con tal de recuperar a su hermano, sigue en su búsqueda de la localización de la isla donde se desarrolla tan terribles prácticas, y a uno de los guardias que intentará sacar del lugar a un jugador. Dos subtramas que no generan mayor interés, pero al menos cumplen al dar respiros tras los momentos más álgidos de la trama principal.
Y bueno, si hay algo que importa aún menos es la inclusión de los invitados VIP que junto al líder llamado The Front Man, atestiguan y se divierten con los eventos, son olvidables y casi de caricatura que no aportan nada. Pero bueno, es algo que puede dejarse pasar ante esta tercera temporada de El Juego del Calamar que cumple como un digno final manteniéndose fiel al llevar hasta sus últimas consecuencias su exposición de lo más oscuro de la naturaleza humana.

