En la novela Farenheit 451 de célebre Ray Bradbury, tras el colapso social uno de los personajes comparte el recuerdo de la muerte de su abuelo que trabajaba la madera, anécdota que concluye diciendo “con su partida el mundo perdió 10 millones de actos hermosos”. Se trata de un conmovedor pasaje sobre la capacidad del hombre para moldear al mundo aún con los actos más pequeños, y es a eso precisamente que, con una genuina búsqueda de la belleza en la sencillez, le rinde culto el documental Hilando Sones.
A ello conduce el sugestivo contraste que el director Ismael Vázquez Bernabé ofrece entre silenciosas y amplias tomas de la sierra oaxaqueña, y las secuencias del protagonista elaborando un improvisado violín. El mismo que luego irá en la búsqueda de recuperar las canciones que interpretaba su padre, hasta asumir su lugar como el músico más famoso del pueblo, mientras su madre teje, y junto a otros de los habitantes del pueblo narran con melancolía el cómo es que han encontrado su lugar en la vida, así como la influencia que tuviera en ella aquel hombre ya fallecido, y que desde niño interpretaba sones.
La cámara siempre quieta, ofrece sugestivas miradas bajo el cobijo del telar, otras concentradas en los dedos que se deslizan afanosos sobre las cuerdas del ya mencionado instrumento, o enamoradas de los parajes rurales con casonas y callejuelas por las que transitan calmos las personas, los perros, los guajolotes y las gallinas, para que ahí surjan inesperadas disertaciones sobre el alma, sobre lo que hay después de la muerte, la concepción del talento y los dones en ese entorno donde la influencia de la tecnología es minimalista, y la trascendencia de las ofrendas, los cantos y los bailes, los cuales incluso funcionan como un resquicio para la expresión de las preferencias sexuales no aceptadas en lo convencional.
A veces la excesiva parsimonia le juega en contra acentuando algunos espacios narrativos que generan cierto distanciamiento, pero Hilando Sones es una sutil introspección sobre la vida más allá de las grandes urbes, donde la trascendencia de las acciones cotidianas se aferra melancólica al eco que aún genera en el paso generacional e impulsa no solo al rescate de la identidad, sino a la la reflexión sobre las raíces de la misma. La película, hablada en la lengua llamada amuzgo, se estrenó en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara, y ya se hizo con la Mención Honorífica en la categoría Cineasta Emergente en el Hot Docs Canadian Documentary Film Festival. Se puede ver en ambas sedes de la Cineteca Nacional.

