Que no nos engañe lo convencional de la estructura y concepto de Atrapado Robando, detrás de lo que pareciera ser la primera gran apuesta de Darren Aronofsky por ofrecer mero entretenimiento, permanece ese ímpetu de crudeza en el delineado de los personajes y sus relaciones, así como el vértigo en el desarrollo que distingue a su cine, y que le ha ganado un lugar en el panorama cinematográfico de este siglo con propuestas como ese brutal sube y baja emocional y mental llamado Requiem for a Dream (2000).
En esta historia sobre un treintañero otrora promesa del beisbol, quien ahora se gana la vida como cantinero en un bar de “mala muerte” de Nueva York y que, por culpa de su vecino punketo, se ve acosado y perseguido por diferentes grupos de gangsters; a veces se estira un poco de más la lógica de la relación de tiempo y espacio a la hora de ejecutar algunas persecuciones, amén de que las salidas a situaciones complicadas, como aquella que tiene que ver con el uso del cinturón de seguridad, llegan a caer en el lugar común.
Pese a ello, es innegable que la capacidad del director para, a través del montaje de las imágenes, hacer de lo cotidiano una experiencia extrema, combina bastante bien con lo que aquí se plantea como una comedia de situación impulsada por los detonadores clásicos de las películas de estafas, dígase la búsqueda por recuperar un botín que con cada acción va complicándose entre violencia y asesinatos.
Sin embargo, lo más importante y que distingue la película del resto de las producciones con dicha temática, está en la construcción de su protagonista, que se convierte en un fiel reflejo del desgano y desencanto de los jóvenes de los noventas.
Su afán por cargar con su pasado sin enfrentarlo, en una atormentada evasión vestida con una actitud de irreverencia que le lleva a simplemente ver pasar la vida sin asumir mayor compromiso que el de llamarle todos los días a su madre, mientras disfruta los encuentros de su equipo favorito en las grandes ligas, redunda en que siempre diga las cosas a medias y sus reacciones sean tibias a la hora de verse sumergido en una vorágine criminal que, incluso a pesar de él mismo, le ofrece un resquicio de redención.
Es eso lo que en este caso sirve para aderezar con cierta amargura al humor negro que suele acompañar este tipo de mezclas de género, haciendo que la sorna mórbida de las muertes adquiera un sesgo trágico, y de lo que se vale Darren Aronofsky -El cisne negro (2010), La Ballena (2022)- para hacer suya la fórmula y entregar una de sus obras más digeribles y divertidas, pero no por ello completamente frívolas.


