Una pesadilla en un mundo de sueños producto de ecos creativos, mismos que ahí se materializan y se reinventan para luego llegar a nuestras mentes y manifestarse en esta realidad. Así es como podría definirse el concepto sobre el cual los hermanos Ambriz, impulsores del estudio Cinema Fantasma -Mujeres con hombreras (2025)-, desarrollan una insólita y espeluznante pero seductora aventura, que habla sobre aquel cuya irrefrenable capacidad para imaginar se resiste a ser reprimida por la incomprensión, la estigmatización y las convenciones de los roles de género.
La protagonista es la joven escritora que conocimos en la serie Los Sustos Ocultos de Frankelda estrenada por HBO Max, cuya anterior vida en el siglo XVIII es develada con esta precuela como una batalla entre dos planos de existencia con las traiciones a la vuelta de la esquina, incluyendo aquellas producto de sus propios miedos e inseguridades, y que solo terminara has que se decida. a ser dueña de su propio destino sin importar cuáles sean las fatales consecuencias. Esto último sin duda es uno de los principales aciertos de la propuesta, pues no estamos ante un personaje completamente virtuoso, sino que al estilo shakespereano también se deja llevar por sus arranques pasionales y debe afrontar sus propias decisiones.
Es embriagador el despliegue de la imaginería orgánica propia del stop motion complementado con animación estilo 2D. En los escenarios de naturaleza barroca los decorados buscan a través de la discordancia generar un universo onírico con reglas propias en visiones acompasadas por instrumentos y coros clásicos que, así como generan la melancólica evocación de los sueños, también refieren a una sociedad que los constriñe. Planteamiento reforzado por el deambular de seres animalescos bajo un orden monárquico, en reminiscencia a la tradición de los cuentos de hadas.
Hay que decirlo, el estado de dramatismo permanente de la obra a veces no ayuda para que algunos de los personajes terminen de generar empatía, y la prioridad de sus objetivos pareciera cambiar constantemente, así como las reglas a las que obedecen ambos mundos en cuestión. Además comenten el error de muchos musicales al extender las canciones más por el lucimiento de las mismas que por empujar la narrativa. Pero aún así, Soy Frankelda es un pasaje de horror y fantasía tan retorcidamente cautivador e inteligente que debe disfrutarse en la pantalla grande, y por supuesto que se convierte en un parteaguas del cine mexicano.

