Clooney sacude la Mostra con filme de una América cruel

Clooney sacude la Mostra con filme de una América cruel
Por:
  • sergi_sanchez

Cuando Clooney pisa suelo veneciano, parece que todos los italianos están dispuestos a gritar “¡Ave, César!”. Italia es su país de acogida, aquí pasa sus vacaciones y toma Nespressos a orillas del lago Como. No es extraño, pues, que la rueda de prensa de su última película como director, Suburbicon, que el sábado compitió en la Mostra, estuviera llena.

Clooney llegó para decirnos que ha descubierto la América de los suburbios, construida sobre las ruinas de la bomba atómica y la prosperidad prometida a todos aquellos que volvían de la Segunda Guerra Mundial dispuestos a ser más felices que sus vecinos.

Ahí nacieron las casas pareadas, lejos de las ciudades, que dispararon las ventas de automóviles y convirtieron la televisión en el corazón del entorno doméstico. Clooney sostiene que lo que pretendía en la cinta era sacar a la luz los esqueletos enterrados en el Jardín del Edén de la era Eisenhower, como si Revolutionary Road, la novela que Richard Yates publicó en 1961, no hubiera existido nunca; como si los cuentos de John Cheever no hubieran sido escritos en la misma época, como si películas como La jauría humana o Terciopelo azul nunca se hubieran estrenado. Esto es, el presunto descubrimiento de Suburbicon tiene más de sesenta años de vida; Clooney tiene sus motivos, su regresión es oportuna, porque el modelo de sociedad y economía soñado por Trump siente nostalgia por esa época. En un momento en que se proclama que hay que hacer grande a América otra vez, a él le parece pertinente comprobar si algún día fue tan grande como la pintan.

Antes de ser Suburbicon, la película empezó explorando la experiencia de los Meyers, la primera familia afroamericana que compró una casa en un suburbio de clase media-alta, concretamente en Levittown, provocando la reacción inmediatamente xenófoba de sus sonrientes vecinos.

El enemigo interior. Cuando Clooney recordó que los Coen le habían enseñado un guion titulado Suburbicon, allá por finales de los noventa, protagonizada por un par de familias de los suburbios capaz de cometer los crímenes más atroces, le pareció que podía ser una buena idea unir las dos tramas.

“Crecí en el sur, con el movimiento de derechos civiles contra la segregación. Las recientes revueltas raciales demuestran que aún nos queda mucho trabajo por hacer”. Por eso Suburbicon quiere poner sobre la mesa que el enemigo de América no está en el exterior, y mucho menos en las minorías.

“Si los culpas de la crisis es que estás mirando en la dirección equivocada. Los blancos que pierden sus privilegios son la causa de todo”, concluyó.

En el filme, por tanto, hay dos películas en una: la de talante liberal de Clooney y la del espíritu cínico de los Coen. Nunca acaban de llevarse bien, aunque el aliento de esperanza ante tantas tinieblas se plasme en una imagen —la de un niño negro y uno blanco jugando al beisbol después de la catástrofe— que intenta unirlas con cemento armado. No obstante, Clooney no parece estar preparado para emular la compleja fluctuación de tonos del cine de los Coen. La rigidez de Matt Damon como padre de familia con una agenda oscura es sintomática. Sólo con la entrada en escena de Oscar Isaac la película se moviliza.