Mel Gibson emprende su nueva aventura bélica en la pantalla

Mel Gibson emprende su nueva aventura bélica en la pantalla
Por:
  • sergi_sanchez

Cuando en la rueda de prensa de Hacksaw Ridge, su última película como director después de un descanso ¿forzoso? de diez años, un periodista italiano le preguntó a Mel Gibson con qué palabra resumiría su carrera en Hollywood, respondió de forma contundente: “Supervivencia”. De un modo u otro, sus cinco películas como cineasta hablan precisamente de la vida como cruel martirio, protagonizada por un héroe que se coloca por voluntad propia una corona de espinas para salir redimido del empeño.

No es extraño, pues, que la historia real de Desmond Doss (Andrew Garfield), joven frágil, miembro de la Iglesia Adventista del Séptimo Día y objetor de conciencia que lo pasó difícil para que el ejército le permitiera salir durante la Segunda Guerra Mundial al campo de batalla —¡y qué batalla, la de Okinawa nada menos!— sin tocar un arma, despertara el interés del australiano.

En la época del estreno de Apocalyto (2006), después de que la policía de Malibú lo detuviera por conducir borracho, empezó a cavar su propia tumba, y a los dos años le colocó una linda lápida, tras maltratar e insultar a su novia, lo que lo condenó a un ostracismo del que sólo lo sacó Jodie Foster en El castor (2011).

Da la impresión de que, imbuido del espíritu penitente de su magnífica interpretación en arameo de las Sagradas Escrituras en La pasión de Cristo, Gibson quisiera convertirse en mártir de la hipócrita causa de la salvación de Hollywood en un singular ritual donde la pérdida de la fe y el sadomasoquismo fueran la misma cosa.

“Es innegable cuál era la esencia de Desmond Doss: fue un hombre de gran coraje, de convicciones muy fuertes y de una fe enorme. Irse a la guerra así, únicamente armado con tu fe... Muy creyente has de ser para conseguir lo que consiguió”. Que no fue poco: logró salvar a 76 soldados de su batallón sin tocar un rifle, mientras los japoneses mataban

sin mirar a qué.

Hacksaw Ridge contiene dos películas en una que no acaban de llevarse bien. La primera tiene un tono elegíaco, clásico, a lo Clint Eastwood en La conquista del honor y Cartas desde Iwo Jima. Es la que corresponde al retrato de la vida de Doss en un pueblo de Virginia, con un padre alcohólico, traumatizado por la Gran Guerra, y una madre sufriente. El aliento fordiano no se aviene al estilo de un cineasta menos atento a las tradiciones que a la acción troglodita, y que aquí tiene que empatizar con la ingenuidad del chico. La segunda es la que se desarrolla en el campo de batalla, una sangrienta acción en la que Gibson se siente más cómodo, y que ocupa más de una hora de metraje.

Por supuesto, en rueda de prensa, el feroz Mad Max se declaró antibelicista, aunque, afirmó, “hay que honrar a los que se sacrifican en las guerras”. El actor de Alma mortal lo hace aspirando a lograr la película bélica más violenta jamás rodada. “Tienes que transmitir el caos de la batalla. Filmar la guerra como un acontecimiento deportivo”. Basta decir que se disculpó de inmediato por la comparación, pero era su inconsciente, hablador y políticamente incorrecto, el que hablaba por él ante los periodistas.

En efecto, la impresión en directo es intensísima. Cabezas reventadas, cuerpos desmembrados, ratas devorando cadáveres... Si su Cristo sangraba hasta por los párpados, su alter ego bélico tiene que soportar lo indecible.

Puede resultar paradójico que un alegato pacifista esté empapado en sangre, y parezca tan fascinado por la crueldad de sus imágenes de horror, aunque la fuerza de las escenas bélicas, rodadas con una exactitud innegable, está precisamente en su disuasoria violencia.

Gibson quiere decirnos que, en el fondo, es una buena persona. Aunque lo escriba con sangre fresca y tenga que crucificarse para que lo creamos.