La capirotada, se ha vuelto uno de los postres más emblemáticos de México, especialmente durante la temporada de cuaresma, sin embargo, es importante también por su amplia historia que se remonta a la Europa medieval.
Aunque la versión que todos conocemos es un resultado del mestizaje culinario que se vivió en México, una de sus primeras versiones se remonta al italiano Roberto de Nola, quien en 1477 describió en su libró Libre del Coch una receta llamada “Almondrote”, que era un pan tostado remojado en caldo de carnero, intercalado con carne de perdiz asada, y fue este platillo que, aunque en una versión más salada que dulce llegó a la Nueva España de mano de los colonizadores.
Sin embargo, no fue hasta 1780 cuando la capirotada adoptó un sabor más cercano al actual. De acuerdo con algunos registros históricos, fue el Fray Gerónimo de San Pelayo quien popularizó una versión sin carne, sustituyéndola con capas de pan, queso y un aderezo de piloncillo, canela y clavo, este cambio lo habría hecho en consideración de las restricciones de la temporada de Cuaresma.
Su consolidación como un postre típico de la cuaresma vino hasta la década de 1940, en estados como Sinaloa, Sonora y Nuevo León.

La leyenda de la capirotada
Cuenta una leyenda de la Nueva España que esta receta fue envenenada por el mismísimo Hernán Cortés para dárselo al colonizador Francisco Garay en el año de 1523, esto durante una disputa por el control de la Huasteca Veracruzana. Aunque nunca se encontró una evidencia histórica contundente de este asunto, pero es un reflejo de la parte fundamental que tuvo el platillo en México.
Las variantes
Al día de hoy, la receta de la capirotada tiene variaciones por región, por ejemplo, en Jalisco se añaden nueces y plátano, mientras que, en Oaxaca, se integra el chocolate. Sin embargo, todas conservan su esencia: capas de pan, ingredientes dulces y un jarabe especiado.

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LMCT