Gráfico Óscar Chávez La Razón
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La política está dejando de ser un reino masculino. Al igual que el box, el futbol y el trago. Entre los reyes, pontífices, ministros, gobernadores y presidentes, la historia nos ha regalado una constelación de ejemplos de mujeres que han llegado al pináculo del poder en sus tiempos. Pero sigue habiendo espacios reservados. Nunca una mujer en la Casa Blanca. Jamás en El Vaticano.
El camino de las mujeres en la política ha sido un trayecto ondulante, no exento de amarguras. Su historia ha tenido los dolores del parto.
Cleopatra fue destronada por su hermano, y recuperó el trono gracias a los ejércitos de Julio César; Isabel de Castilla abrió las puertas del nuevo mundo, pero dio inicio a las vilezas de la Santa Inquisición; Catalina la Grande de Rusia vivió un torbellino de amores y deslealtades; Indira Gandhi fue asesinada por los miembros de su propia guardia.
Probablemente, el ejemplo más destacado de una mujer que haya marcado con su impronta de hierro los orígenes y el destino de su nación fue Isabel de Inglaterra, que nació entre las desventuras de su padre a mitad del siglo XVI. La Reina Virgen. Con un talento político fuera de lo común, y en condiciones más que adversas, unificó a las fuerzas centrífugas que amenazaban con desbaratar su trono. Le imprimió a su reinado un poderoso centralismo político y religioso, se rodeó de un equipo extraordinariamente capaz de consejeros, impulsó como nadie el comercio, destruyó a la Armada Invencible de España y sentó las bases de un poderío militar que dominó al mundo hasta el siglo XIX. Una mujer que le dio al Imperio Británico dos perfiles opuestos: el culto por el teatro, la música y la literatura, y el fomento descarado a la piratería y el saqueo.
Del brazo de Isabel se paseaban, además del séquito de consejeros de la corte, los caballeros William Shakespeare y Francis Drake.
Las mujeres políticas no son mayoría. En la actualidad, existen 7 mujeres que gobiernan por primera vez en sus países. Son Tarja Halonen en Finlandia, Pratibha Patil en la India, Ellen Johnson Sirleaf en Liberia, Angela Merkel en Alemania, Johanna Sigurdardottir en Islandia, Jadranka Kosor en Croacia y ahora Dilma Rousseff en Brasil. Hay que tomar en cuenta que existen más de 200 países en el mundo. En América Latina, únicamente 12 mujeres han sido presidentas de sus países. Siguen en su vida arcaica, también, las reinas de Inglaterra, Holanda y Dinamarca.
No todas son iguales, desde luego. De Dilma Rousseff hay un dato en su biografía que estremece: su participación en la guerrilla y su cautiverio.
Según la agencia CBC, durante la larga fila de gobiernos militares que siguieron al golpe que derrocó al presidente Goulart en 1964, Dilma se afilió a una fracción radical del Partido Socialista, y en el aguacero de divisiones radicales que caracterizaron a la izquierda de esa época, formó parte de un grupo que favorecía la lucha armada contra la dictadura. En Belo Horizonte llevaron a cabo robos a bancos, robos de automóviles y bombazos. La capacidad clandestina de su grupo era tal, que su novio no sabía su verdadero nombre.
En 1970, durante un asalto de la policía a un bar, Dilma fue arrestada. En prisión, tuvo 22 días de tortura. Golpes, choques eléctricos en los genitales. Fue sentenciada a seis años de prisión. La benevolencia de los jueces la liberó en 1973, y a partir de ese momento se metió a la vida universitaria sin abandonar la política.
En 1977 se graduó como Licenciada en Economía. En los años ochenta, cuando la dictadura militar se eclipsó, fue miembro del partido de Leonel Brizuela. En 1983 el gobernador de Rio Grande del Sur la nombró Ministra de Energía. En 2001, después de varios cargos menores, ingresó al Partido de los Trabajadores de Luiz Ignacio Lula da Silva, mejor conocido como Lula.
Aunque muchos la minimizan junto a la estatura del actual presidente, es una mujer que da la cara a los desafíos. El año pasado fue diagnosticada con cáncer de linfoma, pero lo superó rápido. Si algo sabe vencer es el dolor.