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El escándalo que acabó con la dimisión del republicano Richard Nixon a la presidencia de Estados Unidos inició hace 40 años, en la madrugada del 17 de junio de 1972, con la detención de cinco hombres en las oficinas del Comité Nacional del Partido Demócrata, en el complejo habitacional de Watergate, en Washington DC.
El caso ha tenido desde entonces implicaciones profundas y arraigadas en el quehacer político internacional. Basta ver que el sufijo “gate” se utiliza para denominar cualquier caso de corrupción política.
Watergate también expuso lo peor y lo mejor de la democracia estadounidense: los abusos e ilegalidades al amparo del poder presidencial y el funcionamiento de los contrapoderes que detectaron, desvelaron y al final castigaron, aunque no a todos, estos abusos.
“Socavó la confianza de los ciudadanos hacia el Estado, hacia la presidencia. El escándalo transformó al poder (gobierno) en el enemigo (del pueblo)”, aseguró con motivo del 40 aniversario Steve Billet, profesor de historia en la Universidad de Georgetown.
La historia. Hace 40 años James W. McCord, Bernard L. Barker, Frank A. Sturgis, Eugenio R. Martínez y Virgilio R. González, fueron detenidos cuando además de colocar micrófonos y otros mecanismos para escuchas en el complejo Watergate, buscaban los archivos que los demócratas tenían sobre las relaciones de Donald Nixon, hermano del presidente, con el millonario Howard Hughes.
La intromisión fue calificada por la administración Nixon como “un intento de robo de tercera clase”, pero el caso tomó un giro inesperado cuando los periodistas de The Washington Post, Carl Bernstein y Bon Woodward, descubrieron que McCord era un ex agente de la CIA y funcionario de seguridad del Comité para la Reelección de Nixon, y que un cheque de ese comité fue depositado en la cuenta corriente de otro de “los asaltantes”.
Desenmarañar la opaca complicidad gubernamental llevó a los periodistas dos años. Durante ese tiempo contaron con la ayuda de Garganta profunda, su fuente al interior del gobierno de Nixon. Fue hasta 2005 que se supo que esa misteriosa guía fue William Felt, entonces subdirector del FBI.
Pero la investigación de Bernstein y Woodward no bastaba por sí sola para llegar a afectar a Nixon. John Dean, consejero del Presidente, fue el primero en revelar que el mandatario estaba implicado. Después otro testigo, Alexander P. Butterfield, sacó a la luz la existencia de grabaciones hechas en la oficina presidencial desde principios de 1971.
Fueron estas cintas las que jugaron un papel clave en el proceso. El 4 de agosto, una vez que ya se conocía el contenido de las grabaciones, Nixon admitió haber participado en el encubrimiento de los hechos relacionados con la entrada en la oficina demócrata. Cuatro días después presentó su dimisión.
Al día siguiente Gerald Ford asumió la presidencia y el 8 de septiembre de 1974 dio a su sucesor el perdón total.

