Fotos Alejandro Sánchez La Razón
Un hombre de 60 años levanta las manos en posición de rendimiento en medio de una muchedumbre desesperada que se disputa latas de leche en el súper Bicentenario, propiedad del Estado, situado a tiro de piedra de Plaza Venezuela.
El hombre lleva un vendaje en un antebrazo por una lesión y después de un forcejeo ha perdido la batalla ante una mujer aguerrida de rostro moreno y fuertes brazos que ahora busca abrirse paso a como dé lugar abrazando dos botes de leche.
El colofón de la imagen del hombre de 60 años y la mujer de rostro moreno es la de una niña de ocho años que está cambiando de dientes; se le nota porque desesperadamente busca huir del gentío con un bote que también lleva bien apretado entre los brazos. Ésta es la nueva forma en que han tenido que sobrevivir los venezolanos desde hace unos meses porque en todo el territorio gobernado por Nicolás Maduro también hay una seria escasez de pollo, carne, arroz, aceite, mantequilla y harina para la arepas (el alimento base en la dieta nacional, hecho como una especie de sabrosa gordita dorada al comal).
El viejo, de nombre Alberto, ha salido de entre la multitud con el rostro descompuesto. Lo que acaba de vivir no es una derrota cualquiera. Significa que cruzará la puerta de su casa con la cabeza agachada por cuarta vez en una semana.
—Los nietos cumplirán casi un mes sin probar una gota de leche —dice mientras encorva el cuerpo sobre un carrito de metal, desde donde después aguza la mirada como una águila. Está al acecho ahora de la próxima ración de productos.
—Lo que quiero es que saquen el pollito —me dice mientras todavía observa cómo dos mujeres se miran enfurecidas a los ojos a menos de cinco centímetros de distancia y se gritan y jalonean por la propiedad de la última lata de “leche socialista light Los Alphes”, sin que los guardias del almacén ni los agentes de la Policía Nacional hagan algo por evitar que la discusión llegue a algo más.
Después de los reclamos de los consumidores a los guardias por no hacer bien su papel, los policías ahora sí se acercarán a custodiar la nueva tanda de víveres básicos sacados de la bodega, que se han tenido que racionar cuando hay.
La multitud ya está ansiosa. Pero la señora de rostro moreno que le ganó la batalla a Alberto no quiere saber más después de otra espera. Se está yendo del lugar y va a tener que enfrentar un nuevo martirio de los que ha atravesado desde la mañana después de que se puso unos jeans azules y una blusa amarilla para venir desde el barrio de Petare, uno de los bastiones importantes del chavismo.
—Ay, mi amol, la cosa se está complicando. Mira, ya tÚ sabes: primero dos horas para formarse, luego hay que pelear la comidita, papi. Y ahora quién sabe cuánto más para pasar a la caja.
Su llegada fue a las siete y van a dar las 12 del día.
—Pero hoy la fila está avanzando rápido, mija. Otros días hay más gente —le dice una mujer vestida con el uniforme militar y que forma parte de las milicias, más de 25 mil hombres y mujeres, algunos ya jubilados que fueron
reactivados en el gobierno de Chávez y encomendados a tareas de vigilancia. Nada más que ahora llevan una hoja de papel en la mano con anotaciones que antes de la muerte del comandante no se veían: no más de dos paquetes de papel por persona, sólo dos litros de leche, dos kilos de harina, un kilo de arroz, dos litros de aceite.
La mujer vestida de militar no miente. Es el tercer día consecutivo que yo llevo visitando supermercados y tiendas comerciales y hay historias de familias completas que han dedicado hasta ocho horas a la cola, búsqueda o disputa,
si se quiere llamar así, de productos, pago y traslado sin que nada de eso garantice que volverán a casa con los insumos de la canasta básica.
De los ocho supermercados a los que acudí en diferentes puntos de Caracas no he encontrado historias ya no digamos felices, sino normales. La desesperación por la falta de alimentos se repite en todo el país, según se reporta mediante las redes sociales.
Es difícil creer, en un sistema que ha expropiado decenas de empresas en la Venezuela de Chávez, que los empresarios sean los únicos y verdaderos responsables del acaparamiento derivado en un desabasto, que llega al 28 por ciento a nivel nacional, para derrocarlo, como acusa el gobierno de Nicolás Maduro. Sea cual sea la causa, la realidad que viven los venezolanos duele a su gente y a los extranjeros que atestiguan la situación real como está que no pasa en los noticiarios ni de uno u otro bandoS.
El bolívar, la moneda local, se deteriora de manera alarmante cada año.
Venezuela, una de las tres principales naciones ricas en petróleo en el hemisferio americano, sufre la peor sacudida inflacionaria, como en ninguna otro nación después de Siria, de entre los 194 países registrados en el planeta: el Banco Central de Venezuela reportó una inflación anualizada del 56.3 por ciento en 2013, la más infame de los últimos 15 años.
Si hay o no un intento de golpe fascista de Estados Unidos para quedarse con el petróleo de Venezuela, como acusa Maduro, hay que preguntar al azar en las calles cómo andan los salarios. Un muchacho alto, piel tostada y lisa, de abundantes cejas, de 20 años, que vive en Antímano, al Oeste de Caracas, camina hacía el metro de Altamira, donde se llevan a cabo las principales manifestaciones resume su historia así.
—Mira pana: Aunque trabajo desde hace tres años, hace meses que dejé la escuela. Todavía hace dos años con lo que ganaba al mes podía comprar tres pares de zapatos, hoy no me alcanza para comprar un solo par, ¿Oíste? Vale —dice el chico, que se gana la vida de mesero.
Un guardia de seguridad de un hotel duerme cuatro horas diarias. Para completar el gasto trabaja haciendo edición de fotografía. Un empleado de telefónica reconoce que ha tenido que robar en su peor momento. Una empleada de una tienda de ropa, lava ajeno. Ésa es la mayoría trabajadora y económicamente activa en Venezuela.
La paridad del bolívar frente al dólar es descomunal. En el precio oficial un dólar equivale a 11. 6 bolívares, mientras en el mercado negro el trueque se fija hasta en 80 bolívares. Un kilo de leche Alphes subsidiada por el gobierno, por ejemplo, cuesta 66 bolívares, es decir seis dólares (más de 66 pesos mexicanos si se toma en cuenta el cambio oficial) o menos de un dólar si el fenómeno se mira como extranjero.
Así como es de compleja la conversión de dinero en efectivo para un litro de leche es de complicada la vida en Venezuela, un país donde sus jóvenes en vez de participar en los preparativos para los carnavales que estarían por empezar en los siguientes días, avivaron la Primavera Vinotinto a través de las redes sociales y han sacado a las calles a familias enteras en diversas entidades del país.
Las cifras oficiales no se conocen bien aquí; sin embargo, organismos internacionales o los pocos independientes que quedan exhiben otro dato alarmante: la inseguridad, que lo ubica como uno de los países de más homicidios, según la ONU.
A la hora de ir de compras al supermercado casi ningún chavista defiende a Maduro. Los muy chavistas no tienen nada contra la revolución socialista implementada por Chávez, como me dijo una mujer que trabaja para el Estado.
—Oye, chico ven pa’cá. Cuando Chávez estaba vivo…¡mmmm! No pasaba esto. Sí había que formarse en la colita, compañero, pero había de todo.
Encontrabas la comida aunque fuera hecha en Argentina, Ecuador, Uruguay.
Pero ahora sí que las cosas están mal.
Los estantes en los supermercados y refrigeradores donde deberían exhibirse la leche, carne, pollo, arroz, aceite, papel higiénico, harinas, están vacíos. En cambio, los que muestran insecticidas, jabones, aluminio, comida para perro y enlatados, como aceitunas, duraznos en almíbar o sombrillas, sillas, hieleras, mangueras, mesas de plástico, albercas inflables y aparatos para ejercitar el cuerpo Made in China, retacan los anaqueles.
—Pero lo que queremos es comida para comer, señor —me dice Alberto, aquel hombre derrotado por la mujer morena de fuertes brazos, que acumuló por enésima ocasión en esta mañana derrota tras derrota. Tampoco hubo pollo ni azúcar ni carne ni harina, lo primordial que falta en su casa.
Le queda una opción: ir al mercado negro con los boneros (revendedores), donde los precios llegan a alcanzar hasta tres o cuatro veces su valor sobre el costo real.
Crisis alimentaria en Venezuela
