PRIMER TIEMPO: Empieza el hedor. A mediados de 2004, César Gómez Enríquez, que se apoyó en sus antiguos trabajos menores en Televisa y TV Azteca, para venderse como una persona con experiencia en medios de comunicación, se fue metiendo en las cañerías policiales. Un día se presentó ante el fiscal para Seguridad de Personas e Instituciones de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal, Jesús Jiménez Granados, y con el cuento de que le ayudaría a resanar la confrontación con TV Azteca por el caso del asesinato de Paco Stanley, lo hizo su asesor de prensa. Despachaba en una oficina pegada a la de él hasta 2004, cuando, ¡sorpresa!, lo detuvo la PGR junto con el resto de la banda de secuestradores “Los Cobra”, una de las más peligrosas del momento, de la cual era el jefe. Gómez Enríquez se coló sin problemas a la procuraduría capitalina. Les dijo que quería una escolta porque tenía amenazas de muerte derivadas de sus trabajos periodísticos y se la dieron. Desde esa posición comenzó a integrar la organización criminal con sus propios cuidadores. Luego la amplió integrando a miembros de los cuerpos de élite de la Secretaría de Seguridad Pública, en ese entonces encabezada por Marcelo Ebrard, dedicándose particularmente al secuestro exprés y a la extorsión. Toda una ficha Gómez Enríquez, quien era eterno acompañante de Jiménez Granados a sus entrevistas de prensa para hablar de los secuestros que iban resolviendo. Todos, claro, menos los de su vecino de oficina y asesor, quien sigue preso en una cárcel de máxima seguridad. Jiménez Granados, siguió ascendiendo.
SEGUNDO TIEMPO: Aguas con el jefe. Al caer toda la banda de “Los Cobra” a mediados de 2004, el entonces procurador de Justicia del Distrito Federal, Bernardo Bátiz, declaró que el fiscal antisecuestros Jesús Jiménez Granados, estaba libre de toda sospecha de estar vinculado con los criminales. Había un alud de imputaciones contra Jiménez Granados porque su asesor César Gómez Enríquez, quien tenía una oficina contigua a la de él, resultó ser el jefe de esa banda. Bátiz le debía en ese momento muchas cosas. Cinco años antes, el gobierno del Distrito Federal había estado bajo fuego mediático por el asesinato del comediante Paco Stanley, pero Jiménez Granados, junto con el entonces ministerio público Juan Maya, y el agente en jefe para investigaciones de la Fiscalía, Rafael Tuxpan, resolvieron el caso, y metieron a la cárcel a un colega de Stanley, Mario Bezares, y a una edecán del programa de televisión que hacían en TV Azteca, Paola Durante, como autores intelectuales del asesinato. Sobre la base de un testigo, un presunto cocinero del narcotraficante de metanfetaminas Luis Ignacio Amezcua, quien rindió declaración que había visto a Bezares y Durante planear con él ese crimen, se fueron a la cárcel varios años. TV Azteca nunca estuvo conforme con ese final, y por no cejar en investigar el caso, hubo interminables fricciones con las autoridades capitalinas, e inclusive un atentado en contra de la reportera más protagónica de la investigación, Lili Téllez, quien siempre pensó que detrás de su ataque se encontraba el comandante Tuxpan. Aquél cocinero terminó retractándose y acusando presiones para inculpar a Bezares y a Durante, por lo que salieron libres. El caso volvió a quedar abierto y hoy no se sabe quién mandó matar a Stanley. Pero Jiménez Granados, Maya y Tuxpan, siguieron dando de qué hablar.
TERCER TIEMPO: Regreso al futuro. Aquél procurador del Distrito Federal de suave hablar, Bernardo Bátiz, fue sucedido por Rodolfo Félix Valdés y por el actual procurador Miguel Ángel Mancera. Pero hacia abajo, los jefes policiales y ministeriales no cambiaron. Cuando sucedió el secuestro del joven Fernando Martí, Mancera encomendó el caso a su fiscal, Jesús Jiménez Granados, quien se volvió a apoyar en sus viejos conocidos, Juan Maya, ahora convertido en coordinador general de ministerios públicos en la capital, y el agente, Rafael Tuxpan. Ellos son quienes le entregaron a su jefe a la banda de “La Flor” como la responsable del crimen de Martí, y quienes señalaron como jefes a Sergio Humberto Ortiz, “El Apá”, y como segunda a la policía federal Lorena González. Mancera y su jefe, el gobernador del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, se colgaron las medallas por la solución del caso, hasta hace poco más de una semana cuando aparecieron los asesinos confesos, quienes declararon también que la banda que los secuestró era la de “Los Petriciolet”, y nada que ver con “La Flor”. Ebrard y Mancera se encuentran metidos en un problema jurídico y, sobretodo, político. Jiménez Granados, Maya y Tuxpan ahí los colocaron. Pero qué ingenuidad –o descuido–. Con todos los antecedentes de ese trío para fabricar culpables para resolver casos en forma exprés, y encargarles el de Martí, ahora están pagando sus consecuencias.
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