Nada mejor que un periódico para tomarle el pulso a una ciudad. Las noticias, y las reflexiones sobre las noticias, conforman la sístole y la diástole del corazón urbano (un ritmo que, en esta megalópolis, ya se parece a la taquicardia). Un periódico con una mala sección metropolitana es un mal periódico, porque olvida que en el centro de sus círculos concéntricos palpita una plaza pública, y ese cuadrado lleno de gente es, o debería ser, la unidad de medida de una sociedad civilizada.
Y las firmas de un periódico le confieren una personalidad paradójica: al sumar estilos diferentes, construye una voz propia, idealmente distinguible de la de los otros periódicos. Sin duda, una de las plumas que más contribuyó a registrar la temperatura social, política y cultural de la ciudad de México, al mismo tiempo que engrandeció –agudizándolo– el oficio del periodismo, fue la de Salvador Novo. Profesional a tope, Novo fue como el pizcador que no cobra por hora sino por caja de uvas entregada: escribió mucho y muy rápido y bien, extraordinariamente bien. La urgencia del periodismo, en Novo, fue más que un medio para alcanzar un objetivo: se convirtió en el objetivo. O, para decirlo en sus impares palabras: “confieso, relativamente arrepentido, que a mí me arrastró la prostitución, circunstancia de la que me consuela la esperanza de haberla un poco ennoblecido”.
La confesión, deslenguada como es, esconde un sacrificio central: el periodista concede que ha hecho a un lado al escritor “serio”. Nuevamente es mejor dejarlo hablar a él: “La gimnasia que entraña escribir a tantos rounds con límite de tiempo en los periódicos, mientras aspira a convertir a quien la practica en un atleta, puede también con facilidad conducir a la acrobacia. Mi estilo se hizo claro y ágil; pero diferí, engreído en el columpio, el acometer la empresa más ardua de una obra menos efímera. Si ello era malo para mí, resultó en cambio bueno para las revistas y periódicos en que colaboraba.” Novo se enorgullece: sabe que su obra periodística, que nació efímera, va a permanecer; pero también se equivoca: no alcanza a ver que su poesía y su dramaturgia, géneros “más arduos”, brillarán con luz propia en la posteridad.
Columnista genial, Novo lleva esa claridad y agilidad mencionadas por él mismo un escalón más arriba: por medio del epigrama, se convierte en un punzante comentador de las noticias. En periodismo, un epigrama es a una columna lo que un licor es a una cerveza. Destilado puro y concentrado, embriagante, el epigrama comenta en un puñado de versos una noticia cualquiera y la vuelve (he ahí su mayor virtud) memorable. La música de los versos, sus rimas deliberadas, entran al lector a través del oído y ahí se quedan, jugueteando. Son famosos los epigramas de Novo, que Carlos Monsiváis comparó con pelotones de fusilamiento. Hubo muchos “fusilados”, siendo Diego Rivera el más ajusticiado de todos, pero me interesa aquí rescatar un género menos sangriento que esas ráfagas ad hominem: los epigramas del día, que glosaban con gracia una noticia:
Todo México aplaudióla
cuando supo la medida
de que veremos en vida
diputados sin pistola.
En alabarla coincidan
pendientes e independientes,
porque evita los repentes
igual cuando se suicidan
que cuando suicidan gentes.
Algunos epigramas, como el anterior, no necesitan señalar qué noticia comentan pues ya es parte de su contenido. Otros sí, como el siguiente:
“Diez millones más para la ciudad”
–Últimas Noticias.
Con música de mariache
cantaremos aleluya
cuando al fin nadie nos tache
de comer radiopatrulla
para eructar radiobache.
Todo lo que cabe en cinco octosílabos: Novo festeja la noticia de que se destinen “diez millones más para la ciudad” y sugiere que se empleen en asfaltar nuestras cacarizas calles.
Verdaderas cápsulas de periodismo musical, los epigramas exigen de su autor la mirada aguda para pescar la noticia idónea, el talento condensador para llevar los datos a su mínima expresión, y el oído refinado para trasladarlos a un formato musical. “Por razón de su directa relación con nuestras propias experiencias rítmicas, el verso es más fácil de asimilar y recordar que la prosa; de ahí que la enseñanza se haya valido muchas veces del verso para fijar en la memoria sentencias o proverbios”, escribió Novo. Igualmente, el periodismo se ha valido del epigrama. Es un género en peligro de extinción que ojalá sepamos cuidar y fomentar. Cerremos estas líneas con otro epigrama del gran Salvador Novo, ocho versos de inquietante actualidad:
“Seguirán los apagones.”
Y de uno en otro apagón
descuella nuestra nación
única entre las naciones.
Pues somos –cosa probada–
un pueblo tan singular,
que si nadie paga nada
nos ponemos a-pagar.
fdm

