El secuestro de García Valseca

Al empresario Eduardo García Valseca lo secuestró el mismo grupo guerrillero que plagió a Diego Fernández de Cevallos y lo trataron aún peor:

fue torturado y balaceado para arrancarle la confesión de dónde tenía los ocho millones de dólares que pedían por su liberación.

García Valseca y Fernández de Cevallos fueron víctimas de ese grupo criminal, escisión del EPR, que opera en el centro de la república, donde actualmente hay cuando menos once personas en cautiverio, según dijo el ex candidato presidencial a Ana Paula Ordorica en una espléndida entrevista.

No se sabe si ese grupo guerrillero es el autor de todos esos secuestros, pero García Valseca los ubica a ellos como los autores del suyo y de otros plagios realizados en El Bajío, bajo un sorprendente manto de impunidad.

Del 13 de junio de 2007 al 24 de enero de 2008, García Valseca estuvo desnudo adentro de un cajón de concreto de dos metros de largo por un 1.80 de alto. Durante los siete meses y medio que permaneció ahí, siempre lo tuvieron desnudo y con una capucha en la cabeza, hasta el cuello.

La capucha, dice, sólo se la quitaban para una de las sesiones de tortura. Le habían dicho que si no revelaba el monto real de su fortuna le iban a inyectar sangre contaminada para contagiarlo de VIH-Sida.

Y así ocurrió. Todos los miércoles por la noche le quitaban la capucha para que viera que, en efecto, era sangre lo que le inyectaban a la vena.

“Mientras más te inyectamos, mayores son las posibilidades de que te infectes”, le decían.

Pero García Valseca no tenía dinero. Al menos no la cantidad que los secuestradores le exigían. Su “pecado” era ser hijo del extinto coronel García Valseca, de quien sólo heredó un vagón de ferrocarril que puso en el jardín de su casa, en una pequeña propiedad rural aledaña a San Miguel.

La esposa de Eduardo, de nacionalidad estadounidense, hizo una oferta a los secuestradores que les pareció ofensiva. Las torturas arreciaron.

Lo primero que me hicieron, relata García Valseca, fue quitarme la comida.

Cuando salió del cautiverio pesaba menos de 40 kilos.

Subieron el volumen a la música que tenía en el cajón. Siete meses estuvo con el mismo CD.

Al no obtener respuesta satisfactoria sobre el dinero que les podía dar, un secuestrador le disparó a quemarropa en el muslo. Ahí se quedó la sangre, en el cajón en que vivía García Valseca, acompañado de una cubeta para hacer sus necesidades.

Dieciséis días después le dieron otro balazo, esta vez en el brazo, con una pistola calibre 22.

La próxima semana se cumplen tres años de su liberación, y su caso no registra avances en la PGR. “Cero, nada”, dice García Valseca en conversación telefónica.

phl@3.80.3.65

Twitter: @phiriart

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Javier Solórzano Zinser. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón