¡Wacha!

Julio Trujillo

Cada ciudad genera un vocabulario, un lexicón particular, un glosario de guiños y sobreentendidos. Qué digo cada ciudad: cada barrio. Qué digo cada barrio: al interior de cada casa se genera un diccionario íntimo. Qué digo cada casa: el lenguaje del amor y el arrumaco se reinventa con cada pareja.

Y si bien el código de unos enamorados puede caber en una libreta de bolsillo, no hay libro que contenga la parla in toto de ciudad ninguna, mucho menos la de esta portentosa Babel que es el Defectuoso, Capirucha o Distrito Federal. Perseguir la completitud de un tratado así es condenarse a morir en el intento, petatear, colgar los tenis, felpar. Pero ello no quiere decir que no pueda uno emprender, gozoso, el viaje al corazón de la jerga del mexicano (y del chilango en particular), sin afanes académicos ni exhaustivos, por supuesto. Eso es lo que hizo el escritor Héctor Manjarrez en su libro más reciente, Útil y muy ameno vocabulario para entender a los mexicanos, con un oportuno llamado en portada que reza: “Incluye muchos chilanguismos”.

El Vocabulario de Manjarrez, que se presta de inmediato al relajo y la lectura azarosa, también es un libro serio, en el sentido en que de veras intenta capturar el significado de muchas palabras y giros que damos por sentados. Pero su verdadero valor, me parece, está en los ejemplos fraguados por el autor para amacizar el significado. Aquí les van algunas entradas que pertenecen solamente a la letra A:

Abogánster: Abogado trácala, coyote, transa, chueco: “Este trámite te lo resuelve un abogánster con una lana para él y otra para el secretario del juzgado”.

Aborrecentes. Dícese de los adolescentes que nos aborrecen: “Esta noche va a haber en casa un reven de aborrecentes, no se te ocurra aparecerte”.

Achichincle. Ayudante, asistente; lameculos, yes-man; watson de sherlock, robin de batman: “Dile a uno de tus achichincles que me traiga el paquete”.

Ahumar. Videograbar a un servidor público cuando recibe dinero de un particular que es precisamente el que lo graba. (Este verbo se deriva del primer apellido del argenmex Carlos Ahumada Kurtz, que videograbó a funcionarios del Gobierno del Distrito Federal cuando recibían dinero de sus propias manos.)

Almohadazo. Marcas de la almohada en la cara: “Déjame lavarme la jeta pa’ quitarme el almohadazo”.

Amarre. Pacto, convenio, transa: “Cuida que no se suelten los amarres”.

Analfabestia. Se dice de las personas muy brutas: “Ese tío mío era un analfabestia en regla”.

Andar del baño. Curiosa expresión que significa tener necesidad de orinar: “Ya me anda del baño y esa ruca no sale”.

Año de Hidalgo. Consigna en las oficinas públicas al terminar un sexenio: “Chingue a su madre el que deje algo”.

Aplicarla. Castigar, fastidiar, joder, chingar a alguien: “Me la han estado aplicando desde que entré en esta oficina”.

Argüende. Mitote, desmadre, chismerío: “Las señoras de antes, como no tenían que trabajar, se la pasaban en el argüende”.

Arrimar el camarón. Hacer abierta, calurosa y a veces desagradable sugerencia corporal de sostener relación sexual; bailar muy pegadito: “Le estuve arrimando el camarón, pero no me hizo caso”.

Arrugarse. Asustarse, dejarse intimidar: “Los franceses se arrugaron en 1940”.

Asfoxiados. Los que vivieron en el sexenio de Vicente Fox.

Ash. Forma clasemediera de decir “ay” con impaciencia, hartazgo: “Ash, no soporto estas colas”, “Ash, ya no aguanto a mis papás”; o con pedantería: “Ash, la ropa en México es bien chafa”.

Aventar los chones. Insinuarle o declararle nuestro deseo y admiración a alguien: “Ya aviéntale los chones en vez de andar suspirando por los pasillos”.

Azotado. El que privilegia el sufrimiento, el que subraya la desdicha; el saturnino: “Moctezuma era un güey súper azotado por la onda de las supersticiones”.

La lectura o consulta de este librín es un placer que es un aprendizaje. Por supuesto, faltan algunos términos. Yo no encontré “San lunes” y sé que Guillermo Sheridan no encontró “Cochinero”. También, hay definiciones incompletas. Por ejemplo, en “Doña Blanca” Manjarrez dice que es la pelota de beisbol, lo cual es cierto, pero no agrega que así también se le dice a la cocaína. Y en “Echar las altas” dice que es “mirar con rabia, furia, odio”, lo cual yo no sabía, pero no dice que también es cuando a una mujer se le marcan los pezones por razones de temperatura, falta de brasier o yo qué sé. Pero estas carencias, inevitables, sólo acentúan el valor de las inclusiones y del esfuerzo descomunal por compilar un tratado así. No sean maloras y léanlo.

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