Conferencia de prensa

Gil Gamés

Gamés abandonaba el amplísimo estudio, su inmediata obligación era el sueño. ¿Algo de televisión? ¿Un poco de noticias? Mala idea. En la pantalla de su plasma (ya no se dice tele, se dice plasma) de gran formato (muchos salarios mínimos, oh, sí), un sujeto declaraba atrocidades. Más que comisiones declarativas, esa persona daba una conferencia de prensa ante las autoridades. De pronto, Gil se encontró frente a un asesino que respondía a placer las preguntas de la autoridad, una auténtica conferencia de prensa, sólo faltó que le dieran agua para aclararse la garganta.

Feliz de la vida por la aprehensión de un peligroso criminal, el procurador Alfredo Castillo le soltó la rienda: cuéntenos la clase de monstruo que es usted y aproveche de paso para lucir su fuerza, su orgullo, su audacia. Antes de seguir, Gil pregunta si Anders Behring Breivick, el asesino que masacró a más de 75 personas en Noruega, fue puesto ante las pantallas de televisión para que pudiera narrar su forma de ver la vida y contarle a todos aquéllos a los que agravió, a todos aquéllos a los que les destruyó la vida, cómo y por qué lo hizo. Gamés apuesta doble contra sencillo a que no ocurrió de ese modo. El deplorable show apenas empezaba.

Gamés vio el mismo procedimiento con La Barbie, con El JJ y ahora ha visto una reedición con el líder de una organización criminal que actuaba en el Estado de México y el DF. En busca de la aprobación de la sociedad, las autoridades ofrecen la historia de su

ineficiencia: no impedimos que este sujeto cometiera crímenes inenarrables, pero ahora le permitimos que los cuente. ¿No estamos locos? El procurador Castillo del Estado de México vive momentos de gran visibilidad pública, los famosos quince minutos, y los exprime hasta el último segundo. Primero, policías que actúan bajo sus órdenes catean sin permiso casas equivocadas en busca de un narco; licenciado, nos toca televisión, y vámonos, las cámaras lo graban con el poeta Efraín Bartolomé; más tarde, el procurador regresa con el reloj que le robaron a Barto y lo muestra a las cámaras colgando de sus dedos índice y pulgar como si mostrara una víbora muerta. Y luego, otra vuelta para exhibir a Osvaldo García, que rendía cuentas a los Beltrán Leyva y trabajaba en el Estado de México y parte del Distrito Federal.

La Mano con Ojos cuenta ante la televisión las facilidades con que se mudaba de domicilio: vivió en Naucalpan, Ciudad Brisa, Luis Cabrera. A Gil no le extrañaría que un servicio de mudanzas Chapultepec lo hubiera mudado de casa con todas sus pertenencias. El servicio de inteligencia de nuestra policía no es su fuerte.

Después de varios minutos de escuchar a este asesinazo Gamés lo oyó amenazar al mismísimo procurador: “Te hubiera matado. Te hubiera encontrado y te hubiera hecho pedazos”. Osvaldo García es un hombre jactancioso, se envanece de haber pertenecido a la Marina, a la policía, se enorgullece de ser un hombre entrenado para matar. Osvaldo García dice que mató a 300 personas con cuchillos, sierras y con sus propias manos y ordenó además la muerte de por lo menos 300 víctimas. Como diría El Caminante de la primera plana de La Razón: qué memoria prodigiosa. Gil no se acuerda de la persona con la que desayunó hace ocho días y este sujeto recuerda a 600.

A este paso, nuestras autoridades terminarán preguntándole a los asesinos por el número de muertos. Gilga sostiene que exhibir a un criminal y darle el micrófono lo convierte en actor, un actor criminal. Convendría encerrarlos en la cárcel y después informar a la sociedad. Es que de veras.

La frase de Jean Baptiste Alphonse Karr salió del ático y espetó: “Estoy de acuerdo en que las sociedades decreten abolir la pena de muerte; pero que empiecen por abolirla los asesinos”.

Gil s’en va

gil.games@3.80.3.65

Twitter: @GilGamesX

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