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Gil Gamés

Gil viajará de regreso de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Su periódico La Razón envió a Gamés como un gran corresponsal. Lentes oscuros, un sobretodo para las noches frías, sus buenos sacos de lino para las mañanas de calor. A Gamés le gusta muchísimo el lino, sobre todo el que compra en las tiendas de Serrano, allá en Madrid, pero no nos desviemos. La caída del pantalón, importantísima, cuidado y nos quede como la que lució Peña Nieto en sus más recientes días como presidente electo. Van a perdonar los modistos, pero caray, no le pongan pantalones dos tallas más grande.

Decía Gamés que viajó de incógnito y reportó día a día las noticias del mundo de papel y tinta (mju), recogió los rumores que circularon por los pasillos y los puso en esta página del fondo, fijó en el tiempo las insidias, las envidias, los malestares, las deslealtades, que no son pocas, de la feria del libro más grande de habla hispana.

Gil los ve inquietos y eso le añade nerviosismo a sus asuntos. La semana se ha ido como agua entre las manos. Una oferta perentoria: de inmediato, médicos y médicas arreglan a los hombres y mujeres. Ah, la inequidad; ah, la buena onda. ¿Qué haremos? Nada de nada.

Gamés se llevó los dedos índice y pulgar al nacimiento de la nariz y meditó: ¿qué nos está pasando, Laureano? Por cierto, amigos y amigas que no malquieren a Gamés lo han visto recibir abrazos de grandes escritores. Gamés construyó la noche. Todos y cada uno de los viajeros van a dormir antes de despedirse de la gran feria.

El avión de regreso anunció la salida en la puerta sabe cuantos. La fila democrática organizó a sus compañeros. Correcto: vagabundos, borrachos (ejem, ejem), jóvenes dispuestos a ventilar sus obsesiones, malabaristas del cerebro, en fin.

Quienes piensan que el deporte tiene que ver con la calle, el desnudo, el sueño, la locura, Gilga les devuelve sus razones. Los grandes deportistas compran papaya mientras un gran jugador lanza un pase al infinito. ¿Cómo la ven?, sin albur.

Gilga abandonó la feria. Los pasillos plagados de jóvenes quedaron en su espalda. Las ilusiones de los libros han contado sus intimidades; por cierto, el episodio de los mártires de Tacubaya perturbó a Gil. Ahora mal, si Dios nuestro dice: el señor va directo al cine, así será. Por cierto, si leen el nombre de Gamés en el gabinete, no se espanten. ¿Correcto?

La máxima de Francis Bacon espetó dentro del ático: “Algunos libros son probados, otros devorados, poquísimos masticados y digeridos”.

Gil s’en va

gil.games@3.80.3.65

Twitter: @GilGamesX

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Javier Solórzano Zinser. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón