El “Cielito Lindo” y las pasiones desbordadas

Salvador del Río

Una flecha de oro

me tiró el amor

¡ay, Jesús!, que me ha dado

en el corazón

Seguidilla de Lope de Vega.

Investigación de Margit Frenk

Los mexicanos, como todos los pueblos, necesitan símbolos de unión, y más lo requieren para tener confianza en algo, para olvidar penas y sinsabores y cantar las alegrías de la esperanza.

Mañana domingo, en el estadio de Fortaleza de Brasil, más de cuarenta mil voces entonarán el “Cielito Lindo”, la canción de Quirino Mendoza convertida, nadie sabe cómo ni por qué, en el himno de batalla de la afición mexicana en el futbol. “Canta y no llores”, dice su letra, y así da la clave para alegrar el corazón exaltado por el futbol, como un bálsamo en el triunfo y en el revés. Con el vals romántico compuesto por el músico nacido en 1864 en Tulyehualco, Xochimilco, millones de mexicanos frente al televisor acompañarán también a los once jugadores en el decisivo encuentro frente a la selección de Holanda, con el anhelo de verlos pasar a la siguiente ronda.

El “Cielito Lindo” fue por muchos años parte del cancionero mexicano que en el siglo XIX, y aun desde la Colonia y la Independencia recibió la influencia española, tanto por sus compases como por la inspiración de sus temas. Pero el canto popular los imanta con el espíritu y la tradición de la nueva nación la danza, la romanza y hasta los sones de las diversas regiones reflejan el sincretismo de lo prehispánico y lo europeo, con todos los rasgos de las más diversas aportaciones que recogen. De la Sierra Morena/, cielito lindo/, vienen bajando/un par de ojitos negros,/cielito lindo,/de contrabando, y al oírlo se pensaría en la famosa cordillera andaluza refugio de maleantes y contrabandistas. Cupido, el que jugando tiró la flecha del amor, podría ser el mismo que hirió con su proyectil de oro el corazón de Lope, el de Fuente Ovejuna, al que alude el epígrafe.

Y sin embargo de esas coincidencias, el “Cielito Lindo” es mexicano; los ojitos negros son los de su morena Catalina, como morena es la virginal Guadalupe del Tepeyac. Fue una de esas canciones que en la época anterior a las nuevas ideas de la música vernácula mexicana, con José Alfredo Jiménez, representó a México y se conoció en muchos otros países de habla hispana.

Cielitos lindos ha habido muchos en diferentes versiones. Las hay en Yucatán, en Zacatecas y en La Huasteca, en adaptación al huapango, que según Pablo Moncayo es lo más cercano a las raíces anteriores a la Conquista; es la más mexicana de toda la música de nuestro país.

En su versión original, y en otras como en el son huasteco, el “Cielito Lindo” fue interpretado por los más famosos tríos, conjuntos y cantantes mexicanos. Contemporáneo de Manuel M. Ponce, de Lorenzo Barcelata y de Tata Nacho, Quirino Mendoza, autor de más de 160 canciones registradas en la Sociedad de Autores y Compositores, la llevó al cine de los años treinta. Entre ellas están algunas famosas como “Jesusita en Chihuahua”, dedicada por Quirino Mendoza a Francisco Villa. Cantaron el “Cielito Lindo” artistas de la talla de Tito Guízar, Jorge Negrete, el Trío Tariácuri, y se dice que hasta Lucciano Pavarotti y el zorzal criollo Carlos Gardel, en distintas versiones. Muerto su autor en 1950, sus descendientes reciben aún regalías por sus interpretaciones, por otra parte imposibles de cobrar cuando en los estadios de varios países miles de voces la entonan para expresar su apoyo a los adalides de la cancha.

Pero el “Cielito Lindo” dejó desde hace tiempo de estar de moda en la canción mexicana, por lo menos no con la presencia que le daría el rango de himno y emblema de unión en torno al deporte del futbol, el más popular en el mundo entero. Más bien puede decirse que la canción olvidada por años renació en la memoria y en el sentimiento de las nuevas generaciones que la han adoptado como suya en el tiempo y en el espacio de las multitudes que encuentran en el balompié un motivo de unidad y de esperanza. No es, para el sistema político, el demagógico complemento circense del pan que falta, sino el reconocimiento de su genuina expresión del pueblo mismo.

Caza de Gazapos. ¡Goooool! La jerigonza deportiva ha aportado al idioma lo mismo inaceptables barbarismos que neologismos cuyo significado es imposible adaptar al castellano. Tendría que hablarse de un hombre al que el árbitro le cuenta diez segundos antes de declararlo fuera de combate para eludir el término nocaut y expresarlo en un solo vocablo. Sienta plaza insustituible el estraic del béisbol que en el idioma inglés, strike, sería un directo o bien, incomprensiblemente, una huelga. El gooool que anuncia a voz en cuello el cronista es el goal de la lengua inglesa, que significa literalmente meta o propósito a alcanzar. Pero nuestro gol es ya tan nacional que nadie entendería un intento de suplantarlo por otra palabra que anuncie tan feliz acontecimiento del popular futbol.

srio28@prodigy.net.mx

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