El tiempo insurrecto de la noche

Karla

Dicen que Madonna tiene un lunar azul en el cuello, yo nunca se lo he visto: no me gusta la Reina del Pop porque no se afeita los sobacos. No sé por qué, pero creo que la Chica Material tiene mal aliento, sufre de halitosis en cadencia de electro dance. Suposiciones mías. No soporto a una dama con pelos en las axilas. Ni yo, modesta integrante de la clase media de la Portales, me descuido de ese modo: uso las mejores cremas para depilarme. Tengo un cliente que se excita sólo de oler las oquedades de mis brazos: mete su lengua, lame y gime. Cada quien con su fetichismo. Al cliente lo que pida. Pero, ¿qué razones me motivaron a citar la peca añil de la cantante de Michigan, el supuesto mal aliento y sus vellos en las cavidades de las extremidades superiores? Ya sé: me acordé. Ayer se apareció en el cuartel general de Nativitas una regiomontana teñida de rubia para pedirle a las muchachas un espacio en la esquina de Lago Poniente y Privada. Cuando levantó los brazos le vi todos los flequillos castaños en las enjutas sobaqueras, eso me dio mala espina.

Tiempo insurrecto con estos calores. Los señores sudan mucho. Algunos huelen a chipotle. Otros, a filetito de pescado frito de tianguis sabatino. Jornada sediciosa con estas noches sin júbilo y estos trotes de aquí palla, pa’ enganchar lo primero que se presente. Hoy por la mañana escuché a Jim Morrison, me puse a pensar en los desatinos de sus figuraciones. El tipo era hermoso, nadie lo niega. El rey lagarto (así le decían) debió ser un arrogante en la cama. Digo, cuando podía, porque era más el tiempo de los pasones que el de su conciencia diáfana para poder ejercer el oficio desbordado de Eros. Lo sé, he sido coparticipante: entre más guapos, más blanditos. Se viran, y quieren que una haga lo que deben hacer ellos.

Me gusta eso de la sedición en el montaraz capítulo del deseo. Ayer estuve por La Merced: montones de muchachas oaxaqueñas, veracruzanas, guerrerenses o de Hidalgo en las puertas de los hoteles de paso, en los recovecos de las calles hediondas con drenaje corroídos por donde brota el sulfato del orine y la menstruación albañal. Miraba las vitrinas en arrobo de turista, con mi peluca castaña y mi licra de cenefas rosadas, cuando uno se me acercó a decirme no sé qué asunto: se dio cuenta de mi travestismo alojado en todos mis ademanes, y me dijo: mariquitas no, aquí no vienen ustedes. Recordé a mi tío Macedonio el judicial, mi protector incestuoso, pero preferí no hacerle caso al borracho anhelante que con 100 pesos intentaba mi cuerpo divino. Las muchachas seguían a la espera de algún cliente. Los chulos tras los biombos espiando la ronda de sus pupilas obligadas a prostituirse. Conmigo no va eso: yo soy independiente, hago con mi vida lo que se me da la gana.

Hoy les quiero comentar un documental que vi en la Cineteca Nacional. La semana pasada me estrené de crítica literaria, ahora aspiro a quitarle el puesto al mismo Ayala Blanco. El casamiento: una pareja de ancianos, ella es transexual —está operada, se llama Julia— y él es un ex albañil, Ignacio. Subsisten con lo elemental. El director los retrata en todo su desamparo. Un canto a la ternura y al amor incondicional. Se casan después de años de compartir fracasos y ser rechazados en un pueblito de Uruguay. Si yo me encontrara a uno, así como Ignacio, aunque yo no estoy operada ni nada de eso, ni pienso hacerme ninguna cirugía. Les confieso que lloré. Vayan a verla, dejen de asistir a Las Tortugas Ninja con la Megan Fox, quien se cree la muy acá.

El sábado pasado rondé en las sombras de Insurgentes y Viaducto: muchas se fueron de vacaciones con sus familiares en provincia. Caminé solitaria por Nuevo León y División del Norte. Hay algunas que ni conozco. Me miraban como si yo fuera una entrometida. Dos jovencitos de talante clase alta frenaron su coche a mi costado. Los trámites de siempre: cuánto, preciosa, y la risita burlona: no hay respeto, creen que una hace esto por diversión. Les dije que no: “Hoy estoy de descanso”. Uno insistía con sus muecas lujuriosas tocándose la entrepierna. ¡Que no, no entienden! Y se fueron con un acelerón de F1 por la pendiente de Xola.

La noche. Siempre la noche y sus demonios. Sigilo en las callejuelas. Moteles en penumbra. Taquerías con el humo y el aroma de las vísceras. Policías a la caza de una víctima para el checo: el delincuente pasa presuroso junto a ellos y nada. Penetré la nocturnidad, carcomí sus escondrijos. El tiempo seguía insurrecto a las cuatro de la madrugada.

Temas: