Nuestro cuerpo, nuestro territorio

Karla

Resulta que fui invitada por el colectivo Articulación Feminista MarcoSur a un sketch satírico para demandar, ante la Secretaría de Educación Pública, la creación de un programa nacional de sexualidad. Yo tenía que disfrazarme de Daniela Romo y cantar varias parodias de sus melindrosas baladas como aquella que reza: “Quiero amanecer con alguien / que en la lucha por regirme me seduzca / que separé bien mi cuerpo de mi mente / que sepa como amarme / que me intuya solamente con mirarme”. Me puse un vestido largo dorado, una peluca castaña hasta la cintura y las muchachas del cuartel se encargaron del maquillaje: Daniela Romo en persona sobre unas zapatillas rojas rimbombantes.

Unas de Polanco no estaban muy de acuerdo con mi participación. “Le resta seriedad al asunto”, exclamaban. A otras, les parecía genial la intervención de un travesti y apoyaban mi presencia. Me gustan los retos. El rechazo de algunos. Tengo vecinas que me odian, dicen que soy un mal ejemplo para sus hijas. Sin embargo, esas escolares con tendencia a ser inorgásmicas me buscan para que las peine o las aconseje de cómo deben vestirse cuando se escapan con sus noviecitos a los antros de Insurgentes y a los hoteles de paso de la Roma. Bueno, el caso fue que hice mi show y canté desaforada en pro de la elaboración del tal programa de sexualidad a nivel de toda la república.

Me gusta el lema de este gremio: Nuestro cuerpo, nuestro territorio. A veces, hay mujeres que son más machistas que los varones: sus actitudes tienden a un machismo al revés, y bonifican por igual a todos los caballeros. El otro día la vecina del departamento 10 le decía a su hijo de 15 años: “¡Cuidado si te veo lloriqueando por esa niña; los machos aguantan el dolor, no lloran...! Si te dejó, búscate otra y se acabó. En la escuela todas esas compañeras tuyas están deseosas, aprovéchate y enamora a otra, y exhíbete con ella por el patio del colegio, a la tal Maricela, esa que te cortó, eso le va a doler más que cualquier cosa. Yo soy mujer, sé lo que te digo”. Así como lo leen: yo escuchaba pasmada esos bramidos maternales, que entraban por la ventana del baño, de esa matrona aconsejando a su retoño ante el percance amoroso de adolescente por el cual atravesaba. Vaya educación sentimental que recibe mi vecinito.

Sí, ahora soy activista y defiendo la comarca de mi cuerpo. Lo único que no me gusta de las integrantes de Articulación Feminista es que son muy serias. Muy tiesas. Yo invité a Gargantilla para que me hiciera el paro en la coreografía de mi espectáculo y se pusieron tensas cuando la vieron. Mi amiga se apareció con unos pantaloncitos de mezclilla ajustados hasta los topes de las entrepiernas, una blusa escotada transparente adornada con tiras cariocas amarillas y un bonete negro de franjas tijuanenses. Baila muy bien Gargantilla, un tiempo fue bayadera de Yuri y, antes de llegar al cuartel, colaboraba en el cuerpo de baile de Juan Gabriel. Yo cantaba y ella me seguía provocativa en correspondencia con las modulaciones pop de los temas de la Romo y en lúbricos gestos. Nos divertimos a más no poder. Al final yo grité: ¡Nuestro cuerpo, nuestro territorio! en tiempo de cadencia norteña, tocándome toda, contoneándome como lagartija lujuriosa: estoy segura que provoqué una erección en el sonidista, quien no paraba de mirarme.

Terminó todo. Desplegamos las mantas sobre las tapias descacharradas de las calles República de Argentina y República de Bolivia, a un costado de la Catedral Metropolitana. Y nos fuimos. La jefa del colectivo me dio las gracias. Agarramos Gargantilla y yo por la calle Academia, entramos a la plazoleta del Museo Cuevas y La Giganta se impuso descomunal sobre nosotras. Puestos de artículos pirata, fritangas, piñatas multicolores, desvelados en los rincones, herrumbres, abarrotes transferidos, cumbias a todo volumen en cantinas lóbregas, alcantarillas malolientes, romería galopante... Ojos libidinosos. Gargantilla caminaba como una diva entre sátira y presumida. Mi vestido dorado se llenó de lodo en los sufijos de su remate.

Desembocamos en La Merced. Hotel Las Cruces escoltado por niñas sexoservidoras ataviadas de rímel y carmines baratos. En los rincones los padrotes. En las esquinas los policías encubridores. Me da tristeza ver a estas muchachas de Oaxaca, Guerrero, Veracruz, Tampico, Michoacán y Matamoros obligadas a prostituirse. Entramos al Callejón Manzanares: tres chulos golpean a una adolescente. Gargantilla sale disparada corriendo. Yo enfrento a los tipos: “¡Pinches hijos de su madre, déjenla!”. Siento un fuerte golpe en la espalda. “Puto metiche, ¿qué te importa?”. Varios golpes en el vientre. Me patean en el piso. Meten a la niña en una camioneta y arrancan rechinando las llantas.

Gargantilla no aparece. Se llevaron mi bolsa: no tengo celular para llamar a mi tío Macedonio. Unas muchachas me levantan. Los policías me ven y ni preguntan. Paro un taxi. Mario, el mecánico del taller de la esquina de mi edificio, me presta para pagarle al chofer. Subo a mi departamento toda magullada. La vecina del 10 está escuchando a Daniela Romo: Quiero amanecer con alguien... Cierro las ventanas y me desnudo: los coloretes enturbian mi rostro húmedo de sollozos. A ver si más tarde le aviso a mi tío Macedonio.

Temas: