Guillermo Hurtado
Cuando Poncio Pilato le preguntó a Jesucristo si él era un rey, éste le contestó: “Tú dices que soy rey. Para esto yo he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.”. Entonces, en un desplante teatral, Pilato preguntó en voz alta: “¿Qué es la verdad?” y se dio la media vuelta.
La pregunta de Pilato ha sido una de las interrogantes milenarias de la filosofía. Quizá la definición de la verdad más conocida sea la de Aristóteles: “la verdad es decir de lo que es que es y de lo que no es que no es”. De acuerdo con esta escueta definición, la verdad no depende de los seres humanos, sino únicamente de cómo es la realidad. Si la verdad es lo opuesto a la falsedad, entonces esta última es el resultado de nuestra incapacidad de apreciar el mundo tal cual es.
La definición aristotélica es la canónica, pero deja varios cabos sueltos. Uno de ellos es el de cuál es la relación que guarda la verdad con nuestra vida diaria. La filosofía pragmatista, encabezada por William James, intentó responder la pregunta anterior señalando que lo verdadero es aquello que nos resulta útil, que nos ofrece buenos resultados, que nos permite movernos con facilidad en el mundo.
Siguiendo la senda del pragmatismo podríamos preguntar: ¿para qué sirve la verdad?
La verdad sirve para resolver, por lo menos, cuatro tipos de problemas cotidianos: la ignorancia, el error, la mentira y la contradicción. A cada uno de ellos dedicaré algunas palabras.
Los seres humanos nacemos sin saber la mayoría de las cosas que necesitamos para sobrevivir. Pero aunque tengamos resuelta nuestra existencia, hay incontables realidades que ignoramos. Cuando no se sabe por qué sucede algo, qué es lo que lo provoca, cómo funciona, uno busca la verdad acerca de ese asunto. Ésta es la motivación de la ciencia: conocer los principios, las causas y los mecanismos de todo cuanto existe. Esa curiosidad nos lleva a la investigación y, por último, al conocimiento firme.
Pero a veces la búsqueda de la verdad surge de cobrar consciencia de que hemos estado equivocados acerca de algo. El dato inicial, en este caso, es el descubrimiento del error: algo no funciona bien, los cálculos no cuadran, la realidad se nos presenta como un obstáculo. Entonces hay que hacer un esfuerzo para llegar a la verdad que se nos escapa. En ocasiones, el error puede ser insignificante, pero a veces, nos puede llevar a la ruina. Hallar la verdad, en este caso, puede ser un asunto de vida o muerte.
Otras veces la verdad es lo que nos permite escapar de las redes del engaño que alguien más ha tendido. Mientras que en los dos casos anteriores la búsqueda de la verdad es una relación que involucra a un sujeto (o a varios de ellos) con la realidad objetiva, en este caso hay un segundo sujeto que nos engaña o nos oculta información. Descubrir la verdad, en este caso, es encontrar la puerta de salida de la cárcel de la mentira en la que alguien nos quiere encerrar. La verdad adquiere, así, una dimensión moral e incluso política.
Por último, y ligado al caso anterior por incorporar una relación interpersonal, la verdad también es aquello que nos permite superar la oposición de los puntos de vista, descansar del debate, acabar con la batalla de las opiniones. En esta situación, encontrar la verdad puede llevarnos a la justicia, como en un juicio, y a veces incluso puede servirnos para alcanzar la paz entre los contendientes.
Por lo que hemos visto, la verdad es más que una propiedad metafísica de las proposiciones o un atributo semántico de los enunciados. La verdad es la respuesta a varios problemas con los que nos enfrentamos en la vida diaria. Algunos de ellos tienen que ver con nuestra relación con el mundo, otros involucran, además, nuestra relación con nuestros semejantes.
Vivir de acuerdo con la verdad no sólo es una virtud, sino una actitud práctica que mejora nuestra vida cotidiana. El camino de la vida y el camino de la verdad siempre se entreveran de manera armónica.
APOSTILLA: Éste es mi artículo número cien en La Razón. Agradezco a los lectores y a todos mis colegas del periódico, sobre todo a Valeria López Vela y a Rubén Cortés, por darme la oportunidad de compartir mis puntos de vista.
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