El Papa Francisco y el nuevo orden hemisférico

Rojas Rafael

El Vaticano se dice poder temporal, pero es uno de los más eternos que conoce la historia de la humanidad. Ha estado ahí antes del liberalismo y el conservadurismo, de Hitler y Stalin, de la Guerra Fría y de la caída del Muro de Berlín. Seguirá estando ahí después de Obama y Merkel, de Hillary y Trump, de la crisis migratoria, de los hermanos Castro o sus descendientes. Si hay un estado que no traza su política desde una perspectiva de corto plazo, en el siglo XXI, es Roma.

Desde el Concilio Vaticano II, por lo menos, la Iglesia católica abrazó la premisa del realismo en las relaciones internacionales, sin dejar de promover una doctrina social más amigable con las ideas liberales y socialistas. Entre Paulo VI y Juan Pablo II los Papas se encomendaron a las nociones básicas de Hans Morgenthau y otros teóricos de las relaciones internacionales, aunque jamás lo admitieran. El actual Papa Francisco pertenece a la misma escuela: lo importante para Roma es la misión evangélica, más que la inclinación a una u otra ideología en pugna.

Lo veremos en estos días, cuando Francisco viaje a Cuba y a Estados Unidos, dos países que protagonizaron el diferendo más prolongado de la historia hemisférica, y que constituyó, en buena medida, el eje de la Guerra Fría en la región. El papel del Papa como mediador en el restablecimiento de relaciones y en la normalización diplomática entre La Habana y Washington ha sido fundamental, por lo que el itinerario de su viaje se coloca en el centro de la política exterior del Vaticano.

Francisco viaja a los dos países con la prioridad de impulsar el crecimiento de la ciudadanía católica por medio del diálogo con los gobiernos y los pueblos y del contacto ecuménico con otras iglesias. Su objetivo central son los millones de católicos que viven entre la isla del Caribe y el gran país continental y que se concentran, fundamentalmente, en la creciente comunidad hispana de Estados Unidos. Pero para que su mensaje llegue a ese pueblo católico, el Papa deberá hacer política y dialogar con líderes del Estado y de

la sociedad civil.

Especialmente este Papa, Jorge Mario Bergoglio, latinoamericano, hispanohablante y partidario de una renovación doctrinal de Roma que conecte la religión católica con la juventud global. Sus diálogos con Raúl Castro o Barack Obama, con los episcopados y con los jóvenes laicos de ambos países, serán el medio destinado a cumplir su misión evangélica: el crecimiento del poder de Roma en Cuba y Estados Unidos o, lo que es lo mismo, el avance del catolicismo en ambos países.

Los principales posicionamientos del Papa en este viaje (levantamiento del embargo comercial contra Cuba, mayor autonomía de la sociedad civil y, dentro de ésta, de la Iglesia Católica, democratización de la isla, respeto a las comunidades hispanas en Estados Unidos, rechazo al racismo y al movimiento antiinmigrante, defensa de políticas favorables al medio ambiente, crítica del neoliberalismo, llamados a la paz social y al espíritu de convivencia religiosa…) tendrán siempre como

meta el mismo objetivo.

Objetivo que, en líneas generales, coincide, no con la geopolítica tradicional de la izquierda autoritaria latinoamericana, de matriz fidelista o chavista, sino con el proyecto de las transiciones a la democracia y del reordenamiento hemisférico después de la caída del Muro de Berlín. El Papa Francisco, como sus antecesores Juan Pablo II y Benedicto XVI, es un actor fundamental de ese nuevo orden hemisférico que intenta abrirse paso tras la fractura de las Américas entre las dos grandes ideologías de la Guerra Fría.

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