Izquierda democrática e izquierda populista

Las palabras “izquierda”, “democracia” y “populismo” se usan de muchas maneras. Esto desespera a algunos teóricos de la política que preferirían que dejáramos de usar esos términos para evitar la ambigüedad y las cargas conceptuales, históricas y emotivas que se han adherido a ellos. Esta estrategia me parece equivocada y peligrosa. Es equivocada porque si la gente sigue usando esas palabras es por algo: todavía siguen siendo útiles para expresar realidades. Es peligrosa porque no son los teóricos quienes deben dictar qué palabras se deben usar o no en el lenguaje político.

Lo que en México entendemos ahora como izquierda democrática tiene su origen en la diferencia entre ésta y

la izquierda castrista, que preconizaba la lucha armada como vía para llegar al poder. Quienes lucharon a partir de 1960 para que en México hubiera un partido de oposición al PRI desde la izquierda pensaban que la instauración del socialismo en México no podía seguir el mismo camino que en Cuba. Éste es el origen remoto del PRD, un partido que surge de la unión de otros partidos y grupos políticos de izquierda —algunos más hacia la izquierda que otros— que coincidían en que para alcanzar al poder había que pasar antes por un proceso electoral.

En cualquiera de sus versiones, una de las debilidades de la izquierda ha sido lo que en la URSS postestalinista se llamó el “culto a la personalidad”.

Tomemos el ejemplo de Corea del Norte. Como se sabe, en esa nación hay una dinastía familiar en la que se venera al líder como si fuera una especie de divinidad. Algo semejante pasó en la URSS de Stalin, la China de Mao, la Cuba de Fidel y la Rumania de Ceausescu, por dar unos ejemplos.

La izquierda democrática mexicana del último medio siglo ha tenido esa tentación con las figuras de Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, es justo señalar que el PRD nunca se rindió por completo a ese peligroso culto a la personalidad. Basta con recordar que Cárdenas y López Obrador ya no son miembros de ese partido.

Hay quienes piensan que un PRD sin Cárdenas y sin López Obrador es un PRD debilitado. Yo opino exactamente lo contrario. Lo mejor que le pudo haber pasado a la izquierda democrática mexicana es desprenderse del fardo de quienes suponían que tenían una especie de derecho supra electoral para ser líderes incuestionados. En ambos casos, el de Cárdenas y el de López Obrador, se trata de figuras que se consideran por encima de los demás mexicanos por una especie de aura moral, histórica, quizá providencial, que los hace merecedores del poder, más allá de lo que el pueblo decida en las elecciones. Por esa razón, López Obrador —que superó por mucho a Cárdenas en esa inclinación— se pudo denominar a sí mismo “presidente legítimo”, porque aunque hubiera perdido las elecciones su legitimidad procedía no del ejercicio democrático, sino de otra fuente impoluta.

La izquierda populista entiende a la democracia como un medio, nunca como un fin. Reconoce que después de la caída del Muro de Berlín la lucha armada ya no puede ser el camino al socialismo y que no le queda otra alternativa que entrar en el juego democrático. Sin embargo, aunque no lo confiese, el populismo desprecia a la democracia: se aprovecha de ella para lograr sus objetivos. La relación política fundamental es la que se establece de manera directa entre el líder y el pueblo. Las elecciones son un estorbo para ese vínculo casi místico. La lucha democrática, desde esta perspectiva, es un sucio recurso de la oposición para impedir

la transformación de la sociedad bajo la guía del líder supremo. Según la lógica del populismo, la democracia electoral siempre se presta a los intereses de los enemigos del pueblo; que López Obrador llama la “mafia del poder”.

En México tenemos la izquierda democrática del PRD y la izquierda populista de Morena. Llamo a Morena un partido de izquierda para no complicar más mi argumento; no ignoro que hay buenas razones para considerarlo sencillamente un partido populista. Por eso mismo pienso —como otros analistas políticos— que en 2018 la opción más importante no será entre la derecha y la izquierda, sino entre la democracia y el populismo.

guillermo.hurtado@3.80.3.65

Twitter: @Hurtado2710

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Javier Solórzano Zinser. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón