1.- El comedor. La mesa más noble, la más querida, es la del comedor. Cuando dos o más personas se juntan para comer, satisfacen dos necesidades básicas para la vida humana: la alimentación y la convivencia. Por ello, se han instituido las “reglas de mesa” que son un indicador de la moral de una sociedad. Por ejemplo, antes se acostumbraba invitar a comer a cualquier visitante que llegara a la casa. Donde comen tres —se decía— comen cuatro. La sobremesa es la conversación que se entabla con el estómago lleno y el corazón contento. Es el momento en que la familia se reencuentra y también la oportunidad para cerrar negocios y tejer alianzas. En la civilización judeo-cristiana el comedor tiene una profunda dimensión espiritual. Partir el pan, compartir el pan, dar gracias por el pan son rituales venerables. La mesa del comedor es sagrada.
2.- La cabecera La mesa rectangular tiene la geometría del poder. Es un mueble prohibido por los anarquistas. Esta mesa siempre lleva cabecera, que es como el trono de la mesa. En algunos casos se sabe perfectamente quién puede ocupar ese sitio. Por ejemplo, hay hogares en los que ése es el lugar exclusivo del padre. Si el jefe de la casa no viene a comer, nadie puede usurpar su posición. Si el padre muere, el sitio queda vacío para siempre o alguien más lo toma, es decir, asciende en la jerarquía familiar. En una oficina, mientras más larga sea la mesa rectangular de la sala de juntas, más poderoso parecerá quien ocupe la cabecera. ¡Qué lejos le parecerá ese extremo al joven ambicioso que se ubica el fondo! La mesa rectangular es un escenario de oscuras pasiones. Quienes se sientan alrededor de ella sufren toda suerte de humillaciones y padecen los más profundos odios. Sin embargo, no todo es mejor cuando se ocupa la cabecera. ¡Que amarga soledad padece quien se sienta en ella!
3.- El presídium El presídium de una asamblea también se sienta en una mesa rectangular acomodada sobre un estrado. Quien ocupa el centro preside la reunión, los demás se acomodan a su lado para acompañarlo, como si fueran pajes. Hay reglas de etiqueta muy estrictas para el presídium. Algunas de ellas ridículas. Se encamina el orador principal para dar su discurso y todos los demás se levantan de su asiento. Cuando termina de hablar, quienes lo acompañan en el presídium se vuelven a poner de pie y él les estrecha la mano, muy complacido. Este ritual lo observa el público, que no deja de aplaudir con entusiasmo, como si esta danza no fuera un espectáculo aburrido que han visto muchas veces y con actores distintos.
4.- La mesa cuadrada La mesa cuadrada es la mesa de la igualdad: cada lado mide lo mismo. Una mesa cuadrada con todos sus lugares ocupados es un hermoso espectáculo: nadie está sólo, nadie está en un extremo. Se podría decir que lo mismo sucede en una mesa redonda, pero la diferencia es que en la cuadrada cada quien tiene un lado propio. La mesa redonda es, entonces, comunista; la cuadrada, en cambio, favorece la pequeña propiedad. Las mesas cuadradas son las favoritas de las cantinas; vea usted como los jugadores de dominó pasan horas enteras cocinando sobre ellas la alegre sopa de las fichas. Sin embargo, la mesa cuadrada es un problema cuando sólo dos personas se disponen a usarla. Hay una decisión que se debe tomar: sentarse frente a frente o sentarse lado a lado. ¿Qué hacer en una primera cita de enamorados? ¿O qué hacer cuando se quiere negociar un difícil contrato?
5.- El escritorio En la oficina del jefe hay un escritorio que lo separa del resto de los mortales. El jefe recibe a los visitantes y los observa desde su mullido sillón. El grueso escritorio es un símbolo del peso de su poder. Los escritorios limpios son una muestra de orden, de dominio; los que están llenos de papeles, en cambio, demuestran poca disciplina, incluso poca autoridad. De vez en cuando, los secretarios llevan al jefe documentos para firmar. Él ni siquiera los mira. Estampa su rúbrica con agilidad. Cuando los subordinados se retiran, el escritorio parece una lápida.