El suicidio de Fernanda Michua Gantus, estudiante de las carreras de Derecho y Relaciones Internacionales en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), debe provocar un debate social amplio. Es pertinente, sería oportuno.
Fernanda no fue la primera alumna de ese laureado Instituto, cuna de secretarios de Hacienda, que se quita la vida durante un periodo de exámenes. Ojalá sea la última.
Es cierto que una determinación así suele ser multifactorial y en ella cabe la posibilidad de achacarle, en este caso, al método y ambiente de su casa de estudios el infortunio, pero también, cuando el patrón se repite en una comunidad que ronda los cinco mil alumnos, prende (o debería) sonoras señales de alerta.
Es innegable que la respuesta institucional del ITAM implica que algo reconocen e intentan controlar el daño que en el futuro pueda afectar su prestigio. El domingo la rectoría dio a conocer que de inmediato se creó una nueva Dirección de Asuntos Estudiantiles para velar por el bienestar y desarrollo de los estudiantes y ser una instancia de atención y coordinación de la vida estudiantil.
Además, el profesor Horacio Vives Segl, articulista en estas páginas de La Razón, asume la Dirección de Asuntos Estudiantiles. A partir de ya, el ITAM pondrá a disposición de sus alumnos un servicio gratuito (antes se ofrecía con costo) profesional de atención psicológica para estudiantes a partir de enero.
El ITAM también creará un programa permanente que garantice relaciones de respeto y cordialidad entre profesores, alumnos y personal administrativo (las denuncias sobre hostigamiento inundan las redes sociales) e implementará un sistema de citas tanto con el rector como con el vicerrector a través de Internet.
El ITAM no renuncia a la excelencia de la cual hace gala, pero asume que ha omitido aspectos integrales indispensables en su noble encomienda de dotar al país de profesionales competentes. Su historia y prosapia quedan aparte, el tema que sale de sus aulas y oficinas es otro.
¿Estamos frente a una dinámica de hipercompetitividad que lleva a algunas escuelas, facultades e institutos a sacar del foco de atención fundamental a la persona (alumnos) para privilegiar, con elevados costos, el prestigio y relevancia profesional de sus egresados? ¿O como sociedad hemos formado generaciones de jóvenes intolerantes al fracaso, a la frustración, demandantes insaciables de satisfactores inmediatos y fatuos? Hay debate y vale la pena.
Salarios mínimos. Mientras el T-MEC se enreda y desenreda por el tema de los agregados laborales (que no inspectores) de Estados Unidos en México, la noticia del acuerdo ente autoridad, sindicatos y sector privado para incrementar en 20 por ciento los salarios mínimos (en la frontera norte el aumento fue menor a la luz de su crecimiento —100 por ciento— a principio del año) a partir de enero, es una acción concertada de justicia social y económica, cierra brechas y acaba con pretextos añejos. Noticia de aplauso.