Independientemente de orientación ideológica, la aparición del Covid-19 ha obligado a los gobiernos de diferentes países a actuar de manera similar. Esto debido a que sus decisiones están basadas en modelos epidemiológicos que muestran la necesidad de extremar las medidas de aislamiento social a fin de reducir el número de muertes.
A fin de cuestionar los supuestos de los modelos, así como las consecuencias de acatar sus recomendaciones, un reconocido jurista estadounidense, Richard Epstein, publicó hace unas semanas un artículo en la Hoover Institution que ha suscitado gran controversia.
El profesor de la NYU se integró al debate partiendo de señalar que existe un consenso abrumador respecto a que la tasa de infección continuará incrementándose, por lo cual es necesario tomar medidas severas para controlar una alta tasa de mortalidad. Los modelos muestran un lento despegue en el número de infecciones, un ascenso considerable y un descenso muy marcado. Si se toman las medidas de aislamiento social, los totales podrían reducirse a la mitad. El supuesto clave en los modelos reside en que la tasa de contagio es de 2.3, lo que significa que cada persona con el virus infectará a otras dos personas, éstas a su vez, lo harán con otras dos y así hasta el infinito.
Epstein considera que los modelos sobrestiman radicalmente la tasa de mortalidad, debido a tres razones. Primero, debido a que subestiman la tasa de respuestas adaptativas que debe repercutir en la tasa del contagio. En segundo término porque asumen que la vulnerabilidad de la infección entre adultos de la tercera edad es la misma para la población en general. Por último, los modelos se encuentran basados en el supuesto tácito, pero cuestionable, de que la fuerza del virus permanecerá constante a lo largo del tiempo, aun cuando sea previsible su debilitamiento, debido en parte al incremento de la temperatura.
Independientemente de coincidir con la crítica de Epstein, es importante señalar que su artículo fue utilizado por integrantes del gobierno estadounidense quienes, al minimizar la gravedad de la pandemia, buscaban adelantar la reactivación económica. Es evidente que el costo económico de las medidas para protegernos es enorme. También que aún no podemos calcular las pérdidas económicas derivadas del aislamiento social. Un debate similar ocurre aquí pues es vital encontrar un balance entre decisiones de política económica y de salud pública. Hasta ahora, sólo el aislamiento social es útil para enfrentar al virus. Sin embargo, la parálisis económica virtual traerá consigo un empeoramiento de los problemas sociales. La emergencia sanitaria provocará que salga lo mejor y lo peor de nosotros. El sábado pasado, Guillermo Hurtado, colega de La Razón, nos urgió a pensar sobre la pandemia. Por lo pronto, propongo que nos mantengamos alertas para impedir que el Covid-19 sea pretexto para menospreciar a quienes no observan el aislamiento social por carecer de medios para ganarse la vida, mucho menos para discriminar al personal médico que cotidianamente se arriesga para cuidarnos.

