La crisis política en Venezuela tiene al mundo en vilo. El régimen inaugurado por Hugo Chávez y heredado a Nicolás Maduro contó con la simpatía de las izquierdas globales, por la apuesta económica que enarbolaba. Representó, en su momento, una opción para contrarrestar los excesos económicos del neoliberalismo latinoamericano. Y, en ese sentido, fue importante.
Sin embargo, los estragos políticos no tardaron en hacerse sentir: la democracia fue sustituida por el totalitarismo populista. La sociedad civil fue la primera en pagar por los devaneos económicos y por los caprichos políticos de Nicolás Maduro —un oligofrénico borracho de poder y adicto al dinero—, de Diosdado Cabello, de Vladimir Padrino López, todos ellos han sido ligados a las redes del narcotráfico internacional.
Como se ha vuelto costumbre, el régimen populista favoreció la consolidación de un narcoestado que empobreció a los ciudadanos —después de llenarlos de dádivas— y utilizó al ejército como mercenario del crimen organizado global.
Pero no hay mal que dure cien años. El peso de los opositores —Leopoldo López, Henrique Capriles, María Corina Machado, Juan Guaidó y Corina Yoris— ha sido definitivo para señalar el desorden que hay en Venezuela y que ha sumido en la desesperación a millones de personas. Estos héroes han aguantado persecuciones, linchamientos mediáticos, encarcelamientos y torturas. Y no se han rendido, ni lo harán.
Desde el inicio de la “república bolivariana”, los opositores han intentado las vías jurídicas correspondientes para contener los excesos del gobierno de Maduro y, en las recientes elecciones, siguieron todas las vías institucionales y se prepararon con pruebas para demostrar los resultados.
El enfrentamiento por un modelo económico de-sencadenó una crisis política. Hoy sabemos que no era la lucha en contra del neoliberalismo, sino el asalto a las instituciones por parte del crimen organizado. La ausencia de principios morales, de compromiso con la decencia y por la falta de respeto por la democracia. Y para eso, lamento escribirlo, no hay remedio: no hay farmacopea que cure dicha enfermedad: por el bien de los venezolanos, los narcogobernantes deben dejar
el poder.
El triunfo de Edmundo González es prácticamente incuestionable. La comunidad internacional lo ha reconocido y cada día que pasa la posición de Maduro se vuelve insostenible. Nicolás Maduro se encuentra atrincherado: protegido por la cúpula de militares de dudosa honorabilidad, encerrado en el laberinto de su propia retórica: no tendrá votos ni actas, pero sigue siendo el rey, se lo dijo al oído el espíritu de Chávez, a través de un pajarito.
Durante años he escrito sobre este tema con la esperanza de que ocurra un giro que mejore el destino de los venezolanos. Todavía no ha llegado ese día, pero coincido con Luis Almagro: “Si algo no debemos al régimen de Venezuela es silencio”.

