En enero de 2016 no había ningún analista que pudiera acertar que menos de una década después México ya no viviría en una democracia liberal, producto de la avalancha de Morena.
Quizá, en ese mismo enero, habría pocos que pudieran acertar que Trump se convertiría en presidente de los Estados Unidos, y aún más, que tendría un segundo periodo, después de perder el poder, e intentar tomarlo a la fuerza. Esos son los tiempos de estas décadas que vemos y por ello es importante la prospectiva.
Como lo he escrito antes, estamos en plena lucha cultural; en la reflexión de Pipa Norris, en su obra sobre votantes y partidos políticos en el mercado electoral, hay nuevos equilibrios, del lado de la demanda, hay condiciones como el desapego político y la desalineación respecto a los partidos y las instituciones de las democracias contemporáneas, que hacen que los seguidores de dichos partidos dominantes deserten, esto sumado al creciente proteccionismo cultural versus la globalización y la migración, que finalmente ha derivado en nuevos movimientos, ya sea al interior de partidos o con nuevos partidos.

Duarte queda preso
Si lo vemos en este sentido, viene un punto donde la oferta de estos movimientos o partidos, se ajusta a las demandas electorales, y resulta en mensajes populistas estratégicos, que generan victorias, y en algunos casos, consolidaciones organizativas. Estos movimientos o partidos, terminan por ser la válvula de escape de las frustraciones políticas de los perdedores de las sociedades de la abundancia, fundando un apoyo en la población socialmente más desfavorecida, de los menos formados y más pobres, dice Norris.
Así llegamos hasta la realidad binacional actual. En el lado mexicano, tenemos un partido, que consumió la división de poderes, y se mimetizó con las capacidades institucionales del Estado. Hasta ahora, lo que diferencia el nuevo régimen autocrático que tiene México, con otros países, es la posibilidad de reelección del Ejecutivo, digamos que hoy nos gobierna la histórica corriente estatista, cuyos fundamentos más cercanos los encontramos en el echeverrismo. Veremos pues, a esos cuadros disputar el poder, como lo hacen ahora, con sus más destacados exponentes, Adán Augusto, Ebrard, Monreal, Andy López Jr y alguno (a) que pudiera sumarse.
En el lado americano, estamos viendo a un trumpismo renovado y recalibrado, con mucho mayor énfasis en el proteccionismo cultural, lo que a su vez deriva en el discurso antiinmigrante, con N cantidad de derivaciones, que tienen que ver desde cuestiones arancelarias, hasta operaciones de seguridad o incluso militares. Y aquí es donde muchas veces la política en general cae en el error del famoso “eso no va a pasar”, cuando más bien hay que preguntar ¿y si pasa el peor escenario?, ¿cuáles serían las alternativas?, y a su vez trabajar para propiciar los mejores escenarios.
En ese sentido, el trumpismo, vive su mejor momento, y todo indica que llevará a cabo políticas tendientes a concentrar más poder y generar respaldos mayoritarios, donde todo será cálculo sobre beneficios, montados en una coyuntura donde los americanos sienten que la democracia les debe, y desean recuperar “la brújula” al costo que sea. En México, Morena vive su momento de mayor poder institucional, absoluto, sin embargo, todo indica, que ya no vive su mejor momento social, propiciado por el tema de seguridad, los escándalos de corrupción de sus gobiernos, y la disminución de la presencia presidencial como eje de discusión. Ya veremos si esa inflexión, sumado a un creciente flujo migratorio, y posibles disputas comerciales que incidan en el ingreso de los mexicanos, termina por afectarlos electoralmente. Como inicié la columna, en enero de 2025 no hay ningún analista que se atreva a escribir que viene una avalancha de algo que no sea Morena.
