Crecí en contacto con el agua de lluvia. En casa se tenía, además de una profunda conciencia de su cuidado, un sencillo sistema capaz de captarla, almacenarla y ponerla a nuestra disposición. Los consumos de agua de la red eran mucho menores a los de nuestros vecinos. Desde hace décadas, se habla de la problemática asociada al agua en la Ciudad de México. Especialistas por años han manifestado el diagnóstico, que versa más o menos así: escasez en la disponibilidad, incremento de la demanda, abatimiento de los mantos freáticos y acuíferos, desperdicio en fugas al interior de las viviendas y en la red de distribución y saneamiento ineficiente.
La lluvia en nuestra ciudad, lejos de representar la gran bendición que es, se convierte en un problema al escurrir sobre los techos, banquetas y el asfalto, saturando nuestros drenajes e inundando distintas zonas, deviniendo todas ellas en un sinfín de consecuencias.
A lo largo de los años, de manera forzosa y en otros casos voluntaria, despacito, hemos ido aprovechando de una u otra forma la lluvia. En donde el abasto es cercano a cero, la lluvia es la primera fuente, desafortunadamente, siendo útil solamente durante el temporal. En donde sí existe disponibilidad, el aprovechamiento del agua de lluvia brinda un respiro a las fuentes usuales, que suelen ser la importación de agua de otras cuencas y la extracción de aquélla que ocupa el subsuelo.

Ajustes inmediatos en la FGR
El investigador Manuel Perló vuelve a la carga y no quita el dedo del renglón, proponiendo a las autoridades aprovechar el agua de lluvia que precipita sobre las vialidades de Santa Fe, recolectándola en un lago, dispuesto en la Alameda Poniente. Capitalizar esta propuesta sería sumamente valioso.
¿Qué pasaría si nos obligamos todos —en la medida de nuestras posibilidades— a responsabilizarnos sobre el agua de lluvia que llueve en nuestros predios? Es decir, no dejarla correr, que no se sume con la del vecino; aprovecharla en todo aquello que sea posible y el resto, infiltrarlo, es decir, que vuelva a la tierra.
Desafortunadamente, la gran mayoría de nuestras ciudades carecen de un drenaje pluvial, lo que provoca que el agua, prácticamente limpia, que se precipita sobre nuestros terrenos se mezcle con aguas grises y negras inmediatamente, convirtiéndose en un problema para todos.
Es claro que en el planeta existe agua suficiente; sin embargo, será la energía —con su costo y efectos— lo que permita aprovecharla, por encontrarse lejos o por no tener la calidad que el ser humano requiere para consumirla.
Debemos todos hacer un esfuerzo extraordinario por aprovechar la lluvia, para con ello, despresurizar las fuentes de abasto y aprovechar la bendición que ella representa, librándonos así de muchos problemas. Será la suma de pequeñas acciones lo que permita realmente generar un cambio en torno al agua en nuestra ciudad.

