DESDE LAS CLOACAS

Crisis migrante

El Duende. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
El Duende. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

Durante mucho tiempo se trató de borrar aquella idea de que México era el patio trasero de Estados Unidos y justo cuando empezábamos a creer que no lo éramos, viene la amenaza arancelaria de la Casa Blanca.

Para evitar que la droga y los migrantes se sigan metiendo al vecino país del norte, el Gobierno federal envió a 10 mil elementos de la Guardia Nacional que vigilarán la frontera y así evitarán el paso de indocumentados hacia los Estados Unidos.

La estrategia, sin embargo, no será en la frontera, sino desde mucho antes, en territorio mexicano, en el sur, en el centro, donde las autoridades buscarán evitar el paso de las personas que van en pos del sueño americano. Esto ya lo vivimos y le cuento lo que sigue ocurriendo.

Haitianos que se quedan esperando horas y hasta días en las estaciones de autobuses, porque las empresas de transporte les piden que reúnan a cierto número de sus connacionales para mandarles un autobús para ellos solos. No los quieren llevar con los demás pasajeros.

La crisis migrante estará en las carreteras federales, donde las personas provenientes del sur y Centroamérica son extorsionadas por agentes de migración cada 10 kilómetros. No los devolverán a sus países, no los llevarán a una estación migratoria, sino que los dejarán hacer el “intento” subiéndose a transportes locales con la finalidad de detener el vehículo en un retén, bajarlos, sacarles dinero cada cierta distancia y luego regresarlos al punto de inicio.

Este viacrucis, que significa cruzar por México para llegar a Estados Unidos, se refleja perfecto en las centrales de autobuses, donde las grandes empresas transportistas dejan a los indocumentados comprar 10 lugares y, sorpresa, a la salida de las ciudades, alejados de las zonas urbanas, ya hay agentes federales esperando al autobús. Saben cuántos y cuáles lugares son ocupados por indocumentados, así que los bajan y los regresan nuevamente, cada vez más al sur.

Esos mismos lugares serán ocupados en la siguiente estación. ¿Acaso hay un pacto perverso entre autoridades y empresas para aprovecharse de las y los migrantes? Seguramente sí.

Pero no hay que irnos tan lejos para presenciar la crisis que estamos ayudando a crear. En el corazón de la Ciudad de México, en el campamento migrante en el barrio de La Merced, hay más de 300 niñas y niños que se encuentran varados, esperando a seguir o regresar a sus países. Pequeños que no están yendo a la escuela, que no tienen casa y que viven de lo que organizaciones civiles y algunos buenos vecinos les dan para sobrevivir todos los días. Dentro de poco, me cuentan, el gobierno local reubicará el campamento y los enviará a las periferias de la capital.

En las primeras semanas del nuevo gobierno de Donald Trump, ya van más de ocho mil mexicanos deportados.

Se vienen tiempos muy complicados y, por si fuera poco, el viernes pasado los Estados Unidos decidieron enviar mil 500 soldados a su frontera para reforzarla y poner alambre de púas en la garita de San Ysidro —uno de los cruces más importantes entre Tijuana y San Diego— para así evitar cualquier ingreso ilegal.

En el baúl. ¿Por qué no se ha ido Francisco Garduño del Instituto Nacional de Migración? ¿Qué espera el funcionario, incondicional del expresidente López Obrador, para retirarse e ir a escribir el libro que tanto anhela? Me dicen que con la llegada de Trump le pidieron que espere un poco para irse, porque si alguien conoce la estrategia para frenar las caravanas migrantes, ése es él. Así que, con todo y los escándalos, exigencias de que renuncie y las responsabilidades que tiene encima, estará al frente del INM un ratito más.

Basta por hoy, pero el próximo lunes… ¡regresarééé!

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